Dejaron Cutral Co para poner una joyería en Nueva York
Inédita aventura de una familia neuquina.
NUEVA YORK, Estados Unidos (Enviado especial).- Hacia principios de los setenta llegaron a Cutral Co, José y Haydée Duarte. Venían desde Buenos Aires, con algunas herramientas de joyeros, para comenzar con un negocio que años más tarde se transformaría en fachada conocida para los cutralquenses. El joven matrimonio abrió las puertas de su joyería a pocos pasos de la avenida Roca. Allí, entre metales que fundían a diario, y la venta al público de las alhajas que creaban, con el correr del tiempo, llegaron sus cuatro hijos: Román, Gaspar, Maximiliano y María Elena.
La joyería era pequeña, con vidrieras octogonales, que cuando corría viento la tierra se acumulaba en sus vértices. Llevaba el nombre de la mamá de José: Verón.
Casi toda la gente conocía a los Duarte como «los Verón». Los chicos se criaron jugando en esa esquina. El negocio solía estar abierto hasta entrada la noche, por lo que, las facturas de la panadería Rhodia y las botellas de leche, desfilaban delante de los clientes, quienes debían entrar saltando al pastor alemán que roncaba en medio de la puerta. Cutral Co no sabía entonces de desocupados, ni de piqueteros, ni de fogoneros. Omar Carrasco seguramente ya iba a la escuela, y Teresa Rodríguez aun caminaba sin miedo por la calle.
La vida transcurría entre las paredes de ese negocio en el que los jugadores de Alianza, se juntaban a discutir con Haydée y José, presidente de la subcomisión del club, el partido del último domingo; los chicos entraban llorando con algún nuevo moretón por saltar con la patineta; Alan de vez en cuando ladraba; el vecino quinielero renegaba por los pelotazos a su vidriera, y en medio de todo este barullo, una clienta corría el mate del mostrador para señalar el modelo de Virgen Niña que quería.
Pero un día el viento pareció soplar más fuerte, y en vez de una planta prometida trajo cardos, y más despidos. Trajo más inflación que lagartijas, y se llevó las promesas quién sabe a dónde.
La tierra se acumuló en las vidrieras, y los Duarte ya estaban hartos de cambiarle el precio cinco veces por día a las cadenitas. El sacrificio de tantos años se estaba perdiendo. «En ese momento -recuerda Haydée- sólo pensamos en que debíamos salvar el futuro de los chicos. Ni siquiera nos importaba la descapitalización que tendríamos de quedarnos allí. Apareció entonces, un conocido que teníamos en Nueva York que nos dijo que podíamos vivir de nuestro trabajo en esta ciudad.
Fue así que luego de conversar el tema los seis, decidimos partir. Nos vinimos con visas de residentes temporarios que conseguimos mediante un contrato de trabajo, pero que no incluía los papeles de los chicos, por lo que nos vinimos los dos solos, creyendo que desde aquí sería más fácil luego traerlos.
Haydée y José Duarte tienen desde hace más de diez años, una joyería en Manhattan. Recuerdan a Cutral Co como el lugar en que volverían a criar a sus hijos.
Sin ellos, no existíamos
José salió el 30 de octubre de 1988, y Haydée una semana después. Como el horizonte que tenían era incierto, se dieron el plazo de unos pocos meses para arreglar todos los papeles necesarios para que los cuatro hijos viajaran.
Pero nada salió como pensaron. En el reino del capitalismo, la demanda supera la oferta, por lo que los trabajos realizados en serie no se lucen como los artesanales, en materia de joyería. Y en esto último, los Duarte pronto se destacaron. Los primeros meses pasaron de ser dueños de su propio negocio en Argentina a ser empleados de un joyero que los explotaba. Trabajaban para él casi 20 horas por día.
«Con el inglés que aprendimos en la escuela en los «70, un día decidimos dejar ese tipo que no valoraba lo que hacíamos. Cargamos nuestras cosas en un carrito de supermercado y salimos por la calle a buscar un local que habíamos visto. Pensamos: «Yo que tengo cara para vender, y vos que tenés el talento de buen joyero, cómo no vamos a salir adelante», dice Haydée, mientras le pasa un mate a su marido.
Esta pareja de orfebres sabían que tarde o temprano su trabajo sería reconocido, y no pasó mucho tiempo hasta que abrieron su propio comercio en Chinatown, en el bajo Manhattan. Muchas de sus herramientas las habían traído desde Cutral Co, por lo que tenían ya un paso importante ganado. Abrieron las puertas de la joyería, y así comenzaron como alguna vez lo hicieron en la calle Sarmiento, entre Roca y Avenida del Trabajador.
Poco a poco los pedidos llegaron, y el dinero que iban juntando lo giraban a Argentina. Pasaron dos años de los seis meses en que habían pensado el encuentro de todos, y los chicos aun aguardaban el viaje en Cutral Co.
José habla pausado: «Estábamos locos, sentíamos que no podíamos más. Todos los trámites que iniciamos por la vía legal para traerlos, se nos caían. Había noches en que nos quedábamos en silencio con la gorda, pensando en que tal vez era mejor volver y desistir a la idea de instalarnos aquí. Trabajábamos para ellos, trabajábamos para no pensar en que no los teníamos. Y si bien todas las semanas nos comunicábamos con ellos por teléfono ya habían pasado dos años, por lo que a fines de 1990, decidimos encontrarnos los seis sea como sea. Pensamos en que no nos quedaba otra que entraran ilegalmente. Contratamos desde Nueva York los servicios de gente que cruzaría a los chicos por el Río Grande, en la frontera con México».
En ese tiempo, Haydée y José Duarte pagaron unos ochocientos dólares para que cada uno de sus hijos cruzara la frontera. El precio de los coyotes garantizaba el traslado desde Monterrey hasta dejarlos en la puerta del aeropuerto de Bronsville, donde debían embarcar al día siguiente. Los chicos pasaron parte de la noche en una casa que daba asilo por unas horas a todos los que estaban en la misma que ellos. A distintas horas cada uno salía a tomar el vuelo que le correspondía.
«Llegamos al aeropuerto -dice Haydée – y yo tenía los tickets para nuestro vuelo rumbo a Manhattan. Salíamos a las 8. Todo parecía estar bajo control. Me tranquilicé; los chicos estaban tranquilos, por lo que dejé a los dos más chicos, Maxi y Gaspar, sentaditos en unos sillones, y me fui mientras a tomar las tarjetas de embarque. Cuando estoy dejando el mostrador, miro hacia atrás y veo que a los nenes los están interrogando gente de migraciones. Sentí que todo se desmoronaba. Les preguntaron en inglés hacia dónde iban, y al no saber contestar en el idioma, pidieron sus documentos y que les dijeran con quién viajaban. Obviamente me acerqué hasta ellos, y me pidieron mi pasaporte. Pero cuando solicitaron el de los nenes, ya no pude negar que no los tenían, y nos arrestaron a todos juntos. Nos llevaron a un lugar al que llamaban «el galpón», en el que estaban todos los indocumentados. Como en ese momento los ilegales podían solicitar un abogado y pagar una fianza para salir, llamamos a José enseguida, y viajó para sacarnos de ese lugar que era parecido a un campo de concentración. Había gente que vivía desde hacía más de un año, durmiendo en catres todos al lado de todos; levantándose a las cinco de la mañana. Tenía una escuela para los niños, donde se les enseñaba inglés y se les daba de comer. Estuvimos dos días durante los que los minutos eran increíblemente espantosos». José pagó cinco mil dólares por la libertad bajo fianza de su familia. Una vez todos juntos, volvieron al aeropuerto y emprendieron finalmente el viaje hacia Nueva York. «Recordamos aquellos momentos horribles con una sonrisa. Como recordamos a Cutral Co. Nuestra historia de familia comenzó en aquella ciudad que siempre estará cerca».
Oscar Sarhan
NUEVA YORK, Estados Unidos (Enviado especial).- Hacia principios de los setenta llegaron a Cutral Co, José y Haydée Duarte. Venían desde Buenos Aires, con algunas herramientas de joyeros, para comenzar con un negocio que años más tarde se transformaría en fachada conocida para los cutralquenses. El joven matrimonio abrió las puertas de su joyería a pocos pasos de la avenida Roca. Allí, entre metales que fundían a diario, y la venta al público de las alhajas que creaban, con el correr del tiempo, llegaron sus cuatro hijos: Román, Gaspar, Maximiliano y María Elena.
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