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Del club de barrio al mundo


El club de barrio ha sido protagonista de la educación no formal de muchos argentinos. Pero también ha sido la cantera de donde surgieron los grandes jugadores de Futsal con que cuenta nuestro país.


En Juventud de Belgrano no había mucho para ganar. En medio de la última dictadura militar, mi paso de la escuela primaria pública a un riguroso colegio privado estuvo signado por ese año en que jugué para el club de mi barrio.

Decir que defendí los colores de “Juven” sería demasiado presuntuoso. A duras penas conseguimos garroneadas unas camisetas naranjas con vivos blancos, cuando el escudo del club de Virrey Avilés y Conde siempre fue blanco con una banda celeste.

Los vestuarios con goteras, eran los trastos de una marchita casa de inquilinato. Allí se daban las charlas técnicas, a cargo del abnegado Rubén Acosta, quien con su polerón al cuerpo invariablemente arengaba: “Muchachos, hagan lo que saben”.

Al lado de la cancha estaba el largo salón social donde los parroquianos se juntaban a timbear o tomar un tinto. Eran contados los que se arrimaban al costado de la línea lateral para observar algún partido.

Como éramos la categoría mayor de la tira, cada vez que jugábamos de visitantes, debíamos esperar pacientemente nuestro turno. Así, semana por medio, un desvencijado micro de escolares nos trasladaba a los más recónditos barrios porteños.

Recuerdo de aquella época a Estrella de Maldonado, Villa Sahores, Particulares, Lamadrid, El Alba, Corazones Unidos, Rácing (VP), Villa Luro y Defensores de Cervantes, clubes que en su mayoría, y sin que ello implicase un mayor mérito, eran más organizados que el nuestro.

A duras penas logramos zafar del descenso, luego de un sorprendente arranque en el que empatamos 3-3 con San Martín de visitantes y luego ganamos en casa 2-1 al subcampeón Jorge Newbery en un batacazo que de existir apuestas, nos hubiera vuelto millonarios.

Guardo en mi retina aún cada milímetro del recorrido de la pelota del segundo gol, en su viaje a la red desde mi pie, por la minúscula luz dejada entre el cóndilo tibial de mi marcador y el palo izquierdo del arquero.

Juventud no era precisamente una escuela de señoritos ingleses, pero sí fue uno de los aprendizajes más vivenciales que recibí, en una etapa adolescente de la vida, donde la incertidumbre golpea a la puerta.

Es allí donde conocí el significado de la palabra resiliencia y donde comprendí que hay causas perdidas que valen la pena.

Al año siguiente de que me llegara la “jubilación” del baby futbol y sin que nada lo hiciera prever recibí un mensaje pidiendo me acercara al club. Allí me esperaba un señor que se identificó como “miembro de la Comisión”. Sin ceremonia, ni mayores prolegómenos me entregó una medalla que rezaba: “por su asistencia perfecta a la Liga”.

Hoy cuando regreso a la casa de mis padres suelo dar la vuelta y asomarme para ver cómo está el club. Ya la fisonomía y las actividades son distintas. Además de fútbol, hay vóley femenino y patín artístico, la cancha ha sido techada y los vetustos vestuarios han cedido paso a un moderno gimnasio. Pero hay algo que permanece imperturbable. El piso de granito sigue siendo aquel. El mismo que generosamente brindó un espacio de libertad, en tiempos donde esa palabra, tantas veces fue acallada.

Esta historia es una de tantas, donde el club de barrio ha sido protagonista de la educación no formal de muchos argentinos. Pero también ha sido la cantera de donde surgieron los grandes jugadores de Futsal con que cuenta nuestro país.

Al campeonato mundial obtenido en Colombia 2016, se suma el segundo puesto en Lituania 2021 luego de derrotar a equipos de fuste como Paraguay, Irán, Rusia en definición por penales, Brasil -múltiple campeón y gran favorito- y caer en la final ajustadamente con Portugal por 2-1.

En ello los clubes de barrio diseminados a lo largo y a lo ancho de nuestro país, en pueblos y en ciudades, cumplen una función crucial que esperemos con este gran desempeño y la progresiva vuelta a la normalidad, congregue mayor cantidad de adeptos.

Prueba de ello es la presencia de jugadores como Vaporaki surgido de Los Andes de Ushuaia, Rescia de Pinocho, Taborda de 17 de Agosto, Cuzzolino de Caballito Juniors o Basile y Farach de Kimberley. Varios de los subcampeones hoy juegan en la liga española como Sarmiento, Claudino, Corso o Rescia o en la italiana como Basile o Borruto, en un deporte donde lo físico, la técnica y sobre todo la disciplina táctica, resultan claves.

Las marcas individuales dentro de sistemas que intentan evitar la superioridad numérica, ha sido una de las fortalezas del equipo argentino. No dar por perdida ninguna pelota, redoblando esfuerzos en pos de un compañero, ha sido otra de las virtudes de la celeste y blanca.

Esta generación con su buena cosecha, ha visibilizado un deporte atractivo que al jugarse con tiempo neto y en espacios reducidos, adquiere una altísima intensidad. Un deporte que rinde así, un merecido tributo a sus verdaderas escuelas de formación: los clubes de barrio.

* Abogado. Prof. Nacional de Educación Física. Docente


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