Delicados recuerdos del ayer

El recientemente editado “Staccatiss. ...imo”, de Liah Cano James, es una selección de inteligente y entrañables relatos donde la autora recupera el placer de una ficción que se entrelaza con datos de la realidad. Viajes, cartas y memorias de un pasado literario.

La literatura le permite al autor trascender las leyes del tiempo. O bien ponerlas en su verdadera dimensión, puesto que el tiempo no es uno sino muchos. El recuerdo es una de las formas de la ecuación universal.

Liah Cano James se desenvuelve con gran soltura entre las fotografías de una época que mediante su verbo puede ser invocada. En su libro “Staccatiss. …imo”, Cano James vuelve una y otra vez sobre los caminos y paisajes de su memoria. ¿Pero es su memoria o la de otros la que ella ha reencarnado especialmente para sus relatos? La duda jamás despejada por la autora constituye un aliciente para el lector. El doble juego donde se entrelazan la verdad y la ficción, la realidad más pura y la mentira blanca, funciona como un elemento perturbador y energético.

Los recuerdos de Cano James conforman postales de una vida predilecta. Imágenes que revelan el delicado sonido de los pequeños placeres.

Una caminata sin destino preciso por una antigua ciudad europea, el encuentro sorpresivo con unos amigos en Viena a quienes no se ha visto en 40 años, el sabor de un vino, la alta cocina planteada con sencillez en su plato, la fachada de un palacio, la voz de un hombre que se convertirá en presidente de la República, la belleza del paisaje tras la ventana de un petit hotel. Pero hay más: correspondencia histórica, consejos llegados a la actualidad gracias a la prestancia de la autora, retratos, perfiles, instantes guardados en los cajones de una casa junto al mar.

Cano James, como Rosa Montero en “La loca de la casa”, hace uso de una de las herramientas más fantásticas que posee la literatura: la de conmover los cimientos de la realidad.

La escritora viaja del dato a la reflexión ecológica con una honestidad compositiva que nos hace olvidar que la vida es sueño y certeza. Y que resulta posible.

“Volvimos caminando alegremente por esas calles con toldos de naranjos, se escuchaba cada tanto el lánguido rasgueo de una guitarra o algún quejido de cante jondo”, escribe Cano James.

Sobre estas líneas, como sobre tantas otras donde la autora repasa el devenir de una vida que podría ser la suya, se entrelazan las invenciones probables.

La sutil inocencia que respiran sus personajes –Machili, por ejemplo, eterna, siempre en el aquí y ahora– remite a la alegría natural de su creadora. En Cano James, es suave y delicada la textura del primer amor, la mirada incisiva y expectante y el secreto de las señoritas.

Como si Cano James quisiera escribir desde otro siglo. Como si prefiriera quedarse en espacios donde el agua del río es mucho más dulce y clara.

Logra así una rara proeza literaria, una que tanto anhelan los poetas, dejarnos un sabor distinto en los labios y una brisa acariciando nuestras mejillas.

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar


La literatura le permite al autor trascender las leyes del tiempo. O bien ponerlas en su verdadera dimensión, puesto que el tiempo no es uno sino muchos. El recuerdo es una de las formas de la ecuación universal.

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