Desafío político
Los "realistas" del gobierno tendrán que aprovechar para dotarse de una base menos precaria que el Frepaso y el alfonsinismo.
Para decepción del presidente Fernando de la Rúa y del ministro de Economía, Domingo Cavallo, la decisión del gobierno de intentar llegar muy pronto al «déficit cero» fue recibida con tanto escepticismo en los mercados que el día siguiente los índices más populares, encabezados por el de «riesgo país», se desplomaron, pero, si bien puede entenderse su deseo de granjearse un poco de aplauso inmediato, ambos deberían sentirse agradecidos por la reacción inicial negativa. La causa básica del colapso financiero que se ha producido consiste en la incapacidad al parecer congénita de los dirigentes políticos del país para comprender que el manejo de la economía no depende meramente de sus propias actitudes ideológicas o filosóficas sino también de realidades concretas que ninguna persona responsable, por elevados que sean sus principios, puede darse el lujo de despreciar. Pues bien, para que una cantidad suficiente de políticos acepte abandonar las filas de los «demagogos» para integrar aquellas de los «realistas» -según el esquema dibujado por el jefe de Gabinete, Christian Colombo-, será necesario que la crisis adquiera un cariz auténticamente amenazador. De lo contrario, los demagogos -Raúl Alfonsín, Federico Storani, Leopoldo Moreau, Elisa Carrió y, huelga decirlo, una hueste de agitadores callejeros como Hugo Moyano- podrán continuar con sus esfuerzos por impedir que la Argentina levante cabeza. Dicho de otro modo, en la lucha contra el populismo insensato «los mercados» no son enemigos mortales del gobierno aliancista sino sus mejores amigos.
Por fortuna, los golpes financieros asestados en el curso de la semana pasada por inversores que desconfían visceralmente de la «clase política» criolla parecen estar surtiendo efecto. Por lo menos, Alfonsín y algunos miembros de su entorno han dado a entender que apoyarán al gobierno en su esfuerzo por reordenar las cuentas nacionales. Es de suponer que lo han hecho en base a cálculos electoralistas -en verdad, es de esperar que sea así porque significaría que sospechan que a esta altura la ciudadanía preferiría que el gobierno actuara con un poco de firmeza-, razón por la que han moderado las críticas con las cuales habían contribuido al pánico que se apoderó no sólo de los operadores locales sino también de sus equivalentes en otros países «emergentes», pero el gobierno se equivocaría si confiara demasiado en la «lealtad» de los comprometidos con el corporativismo clientelar. Le guste o no a De la Rúa, mandatario que a pesar de todo parece creer fundamental la participación orgánica de la UCR y del Frepaso en su gobierno, «los realistas» tendrán que aprovechar lo mejor que puedan la confusión imperante para dotarse de una base de sustentación un tanto menos precaria que la conformada por el alfonsinismo y el Frepaso, construyendo un «polo» en torno de Cavallo, Colombo, Ricardo López Murphy y otros, alejándose lo más posible de quienes no se han mostrado dispuestos a anteponer los intereses del país a sus mezquinas pero en muchos casos, por fortuna, ya improbables ambiciones políticas.
La crisis actual es esencialmente política. Bien manejada, la economía superaría con relativa facilidad los problemas que la mantienen frenada. Sin embargo, desde que Carlos Menem optó por subordinar todo a sus aspiraciones electoralistas, los sucesivos ministros de Economía se han visto obligados a convivir con un gasto público en aumento constante y con la conciencia de que sería «inviable» cualquier medida que pudiera afectar a «cajas» partidarias notorias como el PAMI, la Anses, las burocracias ruinosas y corruptas vinculadas con programas supuestamente asistencialistas o la Universidad de Buenos Aires. Para hacer frente a esta maraña de intereses creados, será necesario que el gobierno o, en su defecto, un movimiento político «realista» se independizara de los consustanciados con un orden político que está destruyendo al país, de esta manera ofreciendo a la ciudadanía una alternativa genuina y por lo tanto incomparablemente más atractiva que las «utopías» a las que suelen aludir los vendedores de ilusiones demagógicos que sólo quieren aprovechar las desgracias de sus compatriotas.
Para decepción del presidente Fernando de la Rúa y del ministro de Economía, Domingo Cavallo, la decisión del gobierno de intentar llegar muy pronto al "déficit cero" fue recibida con tanto escepticismo en los mercados que el día siguiente los índices más populares, encabezados por el de "riesgo país", se desplomaron, pero, si bien puede entenderse su deseo de granjearse un poco de aplauso inmediato, ambos deberían sentirse agradecidos por la reacción inicial negativa. La causa básica del colapso financiero que se ha producido consiste en la incapacidad al parecer congénita de los dirigentes políticos del país para comprender que el manejo de la economía no depende meramente de sus propias actitudes ideológicas o filosóficas sino también de realidades concretas que ninguna persona responsable, por elevados que sean sus principios, puede darse el lujo de despreciar. Pues bien, para que una cantidad suficiente de políticos acepte abandonar las filas de los "demagogos" para integrar aquellas de los "realistas" -según el esquema dibujado por el jefe de Gabinete, Christian Colombo-, será necesario que la crisis adquiera un cariz auténticamente amenazador. De lo contrario, los demagogos -Raúl Alfonsín, Federico Storani, Leopoldo Moreau, Elisa Carrió y, huelga decirlo, una hueste de agitadores callejeros como Hugo Moyano- podrán continuar con sus esfuerzos por impedir que la Argentina levante cabeza. Dicho de otro modo, en la lucha contra el populismo insensato "los mercados" no son enemigos mortales del gobierno aliancista sino sus mejores amigos.
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