Desde el umbral

Por TOMAS BUCH

Especial para «Río Negro»

El Año Internacional de la Física está terminando. Se eligió el 2005 para conmemorarlo, porque fue en 1905 cuando Albert Einstein publicó su primer trabajo sobre la Teoría Especial de la Relatividad, cuyo título no era para que se sospechase su trascendencia: «Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento». Este trabajo fue, sin duda, uno de los puntales sobre los que se construyó toda la física moderna y gran parte de la tecnología asociada; inclusive, lamentablemente, sus aplicaciones militares. El otro puntal fue la Mecánica Cuántica, intuida en la misma época y formalizada en los años '20. Lo curioso es que aún no se ha conseguido juntar esos dos puntales en una teoría unificada, aquella que Einstein buscó durante gran parte de su vida sin encontrarla. Recién ahora se han hecho progresos a costa de un enfoque muy difícil de acceder, incluso para los físicos teóricos profesionales que no son especialistas en las teorías cosmológicas contemporáneas. Lo apasionante es que la Teoría de la Relatividad sobre todo, la Teoría General, publicada en 1915 es la que describe los espacios de dimensiones astronómicas, mientras que la Mecánica Cuántica y sus derivaciones subatómicas, como las teorías sobre las partículas elementales, describe la escala atómica y subatómica y subnuclear. Es el enlace entre ambos extremos el que presenta las mayores dificultades.

Mientras tanto, durante el siglo XX se han hecho tales progresos en el conocimiento de la materia que no es vano llamar a todo el siglo recién pasado el Siglo de la Física. Seguramente el conocimiento de la materia seguirá progresando pero en sentidos cada vez más especializados y puntuales, mientras que es más probable que el siglo XXI sea el de la Biología.

Antes de continuar, debo explicar el sentido del título de esta nota. Soy yo mismo el que mira a la ciencia desde sus umbrales, después de que opté por sus aplicaciones más que por sus fundamentos. Lo que veo, a cien años de la Teoría de la Relatividad y a cincuenta de la creación del Instituto Balseiro -en la que también tuve el honor y la profunda experiencia de participar- es a la vez promisorio y amenazador. Muchos de los «antiguos» y más nuevos del Instituto hemos celebrado en estos días una reunión que fue, a la vez, reencuentro y balance. El reencuentro, emotivo; el balance, impresionante sobre todo para nuestro lábil país. Hay miles de comunicaciones científicas de nivel mundial, y cientos de egresados, licenciados, ingenieros y doctores. Muchos de ellos se han desparramado por el mundo donde ocupan posiciones destacadas; pero muchos han permanecido en el país o regresado a él; y aún los desparramados han guardado el reconocimiento a sus fuentes: un centro de excelencia mundial ubicado en los confines de la Tierra.

Que el IB haya logrado mantener su nivel durante todos los avatares de la historia nacional en estos 50 años, es casi un milagro. Lo que ha contribuido este renombre internacional al país mismo es un tema sobre el que algunos se hacen preguntas, pero está claro que muchos egresados del IB han hecho carrera en la Argentina y han contribuido a que haya un substrato científico sólido, sin el cual los profesionales que se han dedicado a las aplicaciones de lo aprendido no podrían hacer las contribuciones que hacen. Entre ellas el Invap, nacido justamente en esa fértil matriz, desde la cual se ha proyectado al mundo. Volviendo a las consideraciones más cercanas a la ciencia en sí, estamos en una época en la que se tiende a efectuar el puente entre los extremos. En extremos muy diferentes del conocimiento del mundo del que formamos parte. Tanto las nanociencias como las teorías cosmológicas representan desafíos teóricos especialmente atractivos, que tiene mucho que ver con lo que decía más arriba sobre el enlace entre lo grande y lo pequeño. Grandes segmentos de este espacio intermedio nos son conocidos desde hace mucho. Los sólidos «perfectos» en los que hay muchos átomos que todos están alineados sin errores y los cuerpos formados por ellos han sido muy estudiados; también se entiende qué pasa cuando de cuando en cuando algún átomo es reemplazado por otro, diferente: es ese el ámbito de la «física del estado sólido» en el que se basa toda la microelectrónica actual.

Igualmente, se han hecho hace varias décadas grandes progresos en la unificación de las cuatro fuerzas fundamentales que rigen el funcionamiento del universo en todas las escalas: salvo la más débil de ellas, la gravedad- que se resistía valientemente a dejarse atrapar en una «Teoría del Todo». La extraña teoría de las cuerdas donde las partículas elementales ya no son puntuales sino una especie de piolines que vibran- ahora comienza a cubrir ese vacío, aunque al costo de estructuras difíciles de imaginar, como los espacios multidimensionales. Pero los espacios de cuatro dimensiones de la Teoría Especial de la Relatividad, -aquella cuyo centenario celebramos,- ya no tienen secretos, salvo para nuestra imaginación terrena y cotidiana. Y tal vez algún día se logrará diseñar experimentos para corroborar -o refutar- las nuevas teorías. Que es la manera de trabajar de la ciencia donde todo es provisorio.

A medio camino entre la Cosmología y la Física Atómica, Subatómica y Subnuclear, está el ámbito de nuestra vida cotidiana regido por lo que se conoce como «Física Clásica», descubierta especialmente desde Newton y Galileo. La Física Clásica acompañada, si fuese necesario, por cierta mecánica cuántica aplicada a los electrones que no están fuertemente ligados a sus respectivos átomos – no se puede aplicar con éxito a los sistemas atómicos pero sí a los objetos de dimensiones compatibles con nuestra experiencia directa. ¿Y qué pasa entre los dos extremos? ¿Cómo se comporta un sistema formado por demasiados átomos y demasiado desordenados para que sea posible aplicar la mecánica cuántica simple, pero demasiado pocos como para poder olvidar los efectos de esta? Ese es, justamente, el campo de acción de la Nanociencia: todo un desafío teórico sobre cuyas posibles aplicaciones leemos a diario en la prensa. Y allí se ponen de manifiesto fenómenos novedosos como los cuánticos en macroescala, y el predominio de los fenómenos que ocurren en la superficie de los sólidos. Cuanto más pequeña es una partícula, mayor es la influencia de su superficie, y esta también representa un desafío teórico y experimental considerable.

Al mismo tiempo que la física sigue haciendo progresos muy importantes, hay también señales alarmantes para la ciencia misma, que no se refieren a nuestro país en particular.

Por una parte, los físicos deben ser cada vez más especializados para hacer adelantos en el rincón del conocimiento que han elegido, y el diálogo entre colegas de distintas áreas se torna difícil. Las teorías cosmológicas suelen ser bastante inaccesibles aún a los teóricos de otras ramas; de este modo, ha crecido una selva que resulta cada vez más difícil de abarcar. Algo similar ocurre con muchas otras disciplinas, aunque -como ocurrió en el pasado- el encuentro fortuito entre áreas diferentes de la ciencia suele ser una fuente de nuevas inspiraciones. Así nace la Física Médica o la Forense, por citar sólo dos ejemplos cultivados en el IB.

Esto, en cuanto a los aspectos más teóricos. Los más cercanos a los temas «aplicables» en cambio, se aproximan peligrosamente a la contaminación financiera por parte de los sectores – civiles o militares- potencialmente interesados en temas que pueden parecer abstrusos pero no lo son para aquellos que pueden gastar plata en un futuro más remoto. Eso ocurre en los países del Norte más que entre nosotros, por la sencilla razón de que no tenemos más que rudimentos de una tecnología de punta pero es un desarrollo que aprovecha nuestras capacidades y que puede conducir a la apropiación privada de segmentos cada vez más significativos de lo que parecía ser conocimiento científico «puro», propiedad de la humanidad entera. La misma ciencia está amenazada en sus raíces epistemológicas e históricas al comenzar subrepticiamente a dejar de ser conocimiento general de la humanidad. Ello es cierto en la mayoría de las áreas de punta, en las que el camino del laboratorio al mercado se acorta cada vez más: probablemente las áreas más amenazadas son las más dinámicas: la biotecnología y las nanociencias.

Pero este peligro no debe detenernos. Todavía los resultados obtenidos en nuestros laboratorios pueden ser usados más fácilmente en los países centrales que en el nuestro, pero eso no es una razón para dejar de obtenerlos. Sólo un investigador en actividad puede transmitir realmente el espíritu de la ciencia y formar correctamente las nuevas generaciones; pero ya no podemos creer en una entelequia llamada «ciencia para la humanidad» y creer que contribuimos a ella, aunque la idea haya sido alguna vez muy atractiva. Es el mundo el que ha cambiado, y con ello el valor de la ciencia. Todo se mide por su valor mercantil y la ciencia no es una excepción aunque nos duela reconocerlo.

Esta es, como decía arriba, una mirada desde el umbral. Los tecnólogos empleamos en todo lo que podemos los datos que nos suministran los físicos, pero lo que hacemos no es ciencia, y las reglas de nuestro juego son otras. Pero no podemos avanzar sin ellos, como ellos no pueden sin nosotros. Esto lo vieron con claridad los mejores, como Sabato y Balseiro, a quienes rindo un sentido homenaje. La tradición iniciada por ellos debe mantenerse.


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