Días de cierres y “entierros” en los 70

recuerdos de una década convulsionada

–¡Al 17! –tronaba la voz de Gabaldón…

–Hay que ver la página… –remataba, terminantemente, vía el intercomunicador que unía Armado con Redacción.

Y ahí partía el encargado de la página tal… El pasillo largo. Mezquino de luz. Orillar Fotomecánica, de donde siempre se desprendía algún comentario… “¡Acá los únicos que laburamos somos nosotros! ¡Porque lo que es… los periodistas… Ésos sí que tienen una vidurria!”

Y pasar por el mundo concentrado de Composición… Miguelito Álvarez, Tauro, Andrés Escamilla, Laura Ramírez, Oscar Villar, Susana Birqui, Nemi Vergara…

Y finalmente, Armado. Y ahí, Gabaldón. Alto. Seco de carne y de voz. Trato directo.

–Hay que cortar en la página 8.

Y ahí iba el redactor a la mesa donde se armaba la página. Donde un armador munido de un cutter le marcaba lo que sobraba de ésta o aquella nota. Y se cortaba.

Bien o mal, pero cortaba. La historia no escrita: la de los párrafos inentendibles que solían ganar la calle…

O la de los párrafos de contenido desvirtuado por vaya a saber qué jugarreta extraña le plantó el inconsciente al editor de página. Como aquella página de la sección Nacionales de una edición del tenso y sangriento 75 con las Fuerzas Armadas encaminadas rumbo al golpe de Estado que ya tenía forma. Sólo restaba la fecha.

Gobernaba Isabel Martínez de Perón, pero el poder se le escurrría hora a hora. Jorge Rafael Videla era el flamante comandante en jefe del Ejército Argentino. Su amigo en la vida y en la conspiración en marcha, asumió en la tarde de ese mediado del 75 el timón del Estado Mayor General del Ejército. Se llamaba Roberto Eduardo Viola. En el Regimiento Uno de Infantería, Viola, sable corvo en mano, había batido la clásica orden “Subordinación y valor”. La respuesta no se hizo esperar: “¡Para defender a la Patria!”…

Pero claro, el ritual militar es una cosa. Lo dice Freud en “El malestar de la cultura”. Y el periodismo es otra, decimos aquí.

Lo cierto es que un poco más de la 1:30 del día siguiente de aquella tarde, un redactor pasa revista a la edición de “Río Negro”. Calentita, recién salida de Rotativa.

El redactor se interesa por el discurso del general Viola y, de golpe, le corre hielo por todo el cuerpo. Las palabras de Viola no están rematadas por el clásico “Subordinación y valor”, sino por “Subversión y valor”…

El redactor pica rumbo a Rotativa. No tiene autoridad para pedir que paren la tirada y se borre al menos esa línea. Y quede como quede. Pero Paseiro y Armento, los jefes de Rotativa, entienden. Se borra lo de “subversión y valor” y que quede lo que quede…

–Si sale esto, vamos todos en cana –sentencia Paseiro.

Y el redactor llama a Nicasio Soria, junto con Alberto Boglio, secretario de Redacción. Le explica lo sucedido y lo que se hizo.

–¡Cómo nos pasó eso!… ¡Justo con los milicos!… ¿Lo arreglaste bien?… ¡Hay que parar la camioneta que lleva los diarios a Neuquén… ahí, en el comando de la Brigada, nos fusilan!… Voy para el diario.

Y con su Chevrolet 400 gris claro llegó Nicasio. Con el tono y gesto suaves que siempre lo definieron, asumió el error con la ironía que tanto lo caracterizó. No paró la camioneta y ya caminando a la madrugada, entre Rastrojeros que partían con el “Río Negro” a cuestas, Nicasio acotó:

–Bueno, si nos fusilan les voy a pedir que en mi caso lo hagan en la Línea Sur… Y que me entierren ahí, por lo menos voy a servir de abono…

Al día siguiente, un capitán del arma de Inteligencia y perteneciente al Comando de la Sexta Brigada de Infantería de Montaña, con asiento en Neuquén, se interiorizó discretamente sobre lo sucedido.

No más.

¡Entierro! Palabra de significación muy directa en el “Río Negro” de los 70, que heredaban su gravedad desde que el diario era diario. De ese tiempo que había comenzado a correr en el 58, cuando el semanario dio paso al día a día…

–Mirá pibe… algún día habrá que contar la historia de las ediciones enterradas… ¡Se juntaban las ediciones!… La de la madrugada salía al mediodía, cuando ya estabas trabajando para la del día siguiente –solía recordar a mediados de los 70 Alberto “Tito” Boglio mientras dirimía una partida de ajedrez con “Mamucho” Puerta, de Armado y quien recaló en el diario a los 13 años munido de una pasión –San Lorenzo de Almagro– y una necesidad: trabajar…

Partida de ajedrez que hacía de aguante al entierro cotidiano. Porque recién avanzados los 90, de la mano de avances tecnológicos y ajustada la profesionalidad del conjunto, pudo forjar conducta de ver la calle más temprano de lo habitual. Salir pasadas suavemente la medianoche… No a la 1:30 de la madrugada…

–¡Entierros eran los de antes!… ¿Recuerda “Tito”? –decía Nicasio Soria.

–¡Me acuerdo, Soria!…

–¡Cuando “Tilo” Rajneri era director, llegó a dormir entre las bobinas de papel porque entre edición y edición no mediaba nada… ¡Y la historia siguió… A comienzos de los 70 había noches que no sabíamos dónde estábamos!… ¡Qué pasó con esta página, dónde está esta otra!…¡Que están cambiados los epígrafes en la página…! ¡Qué quilombos hemos tenido con los epígrafes cambiados!… ¿Recuerda “Tito” el caso de…?

–Me acuerdo Soria –respondía Boglio mientras buscaba un jaque mate que “Mamucho” le negaba…

¡Epígrafes cambiados! Martirio de todos los diarios del mundo, que aún hoy se prolonga con insistencia. Limada, pero insistencia… Como aquella página de un día de verano de comienzos de los 90. La Fiesta del Lago Pellegrini le ponía color al lugar. El Lago Pellegrini, claro. El ritmo lo ponía Ricky Maravilla. Y uno de los días de esa fiesta coincidió con un homenaje más de todos los que se merece el Perito Moreno.

La foto era elocuente de la solemnidad del momento. Junto a la granítica tumba que guarda los restos en una isla del atrapante Nahuel Huapi se alineaban militares, autoridades civiles con cara para la circunstancia y dos nietas de Moreno cargadas de años. Porte distinguido…

Y en la misma página, otra foto con “Ricky” Maravilla poniéndole ruido a la fiesta.

¡Pero los epígrafes… siempre los epígrafes! Cambiados.

Bajo la foto, con intensa risotada de Ricky, rezaba algo así como: “Sentido homenaje al Perito Moreno…”.

Bajo la foto del homenaje, algo así como: “A todo ritmo Ricky Maravilla le puso color a la fiesta…”

–Pibe, se equivocaron con los epígrafes en la página… –alertó, ya jubilado, Nicasio Soria a Redacción a media mañana de aquel día de verano de los 90. Luego, lo esperado: el llamado de los descendientes del Perito. Habló una bisnieta. Enojo, pero con estilo.

–Para estos casos de quejas, siempre hay que dejar que hable y hable el enojado… que se desahogue… Uno ya sabe lo que va a responder… Va a explicar lo inexplicable y pedirá disculpas y dirá que habrá una aclaración… y esas cosas –sugería Jacobo Timerman.

Y eso hizo Redacción con aquella bisnieta del Perito en la tarde de aquel día de verano de los 90…

¡Epígrafes!… Sí, un inmenso capítulo en todos los diarios del planeta.

Como aquel epígrafe en el que un pescador se mostraba chocho con una trucha de 12 kilos atrapada en el Limay tras duro entrevero… Pero el epígrafe transformaba los kilos en kilómetros…

¡Y los teléfonos de Redacción sin descanso a lo largo del día!…

–¿Redacción?… ¿cómo hace la trucha para doblar en el Limay?…

–Lo más grave para un periodista en no asumirse con falible –diría Cebrián, uno de los hacedores de “El País”…

Y Rotativa, abajo. Esperando la “última chapa” con las cuatro últimas páginas estampadas, fijadas. Listas para envolver en el último rodillo libre, ansioso de ser envuelto por esa “última”…

Mando positivamente bicéfalo en Rotativa. Sociedad firme. El “Tano” Armento. Andar “camorrero”. Balanceo armónico… babor, estribor, babor… Rostro simulando inexistente dureza… Ojos chiquitos, socarrones…

–Acá vienen los sepultureros! –por los periodistas que bajaban a Rotativa a buscar la edición.

Porque sí, Redacción siempre carga con la “culpa” del entierro…

Y el flaco Paseiro. Estilo abierto. Humor. Pero todo con cara para un policial francés en blanco y negro y con escenario en el puerto de Marsella.

–¡Listo!… ¡Nos vamos! –gritaba el Flaco mirando a la derecha e izquierda y haciendo sonar el timbre de alarma para que nadie anduviera con las manos cerca de los rodillos. Y entonces le imprimía velocidad a la Goos…

–¡Nos fuimos! –remataba Paseiro e inmediatamente se alejaba del frente al tablero.

–¡Aca hay que conducir, alejarse para mirar toda la máquina!… Eso pibe, eso… tomar distancia… Los muchachos hacen el resto… rodillo por rodillo –sentenciaba Paseiro, quien sin tener nada de peronista se acercaba a Juan Perón en aquella confesión a Tomás Eloy Martínez: “Yo no hago política: yo conduzco. La política la hacen los muchachos…”.

–Para nosotros este diario que tiramos ahora ya es historia, pibe… Para la gente es nuevo, pero para nosotros ya es viejo… Ya lo hicimos –acotaba Paseiro mientras de la cinta rescataba un ejemplar y, a pesar del tronar de aquella pequeña Goss, lograba hacerse entender…

–¡Zorrino!… ¡Está muy pastoso el astralón…! –y ahí partía a regular la tinta en éste o aquel rodillo Jorge Leopoldo Sánchez, el “Zorro”…

– ¡“Conejo”!… ¡Ajustá la contra! –y Esteban Islas “Conejo” asumía la misión…

Y el “Tano” Armento. Paso corto. Balanceo. Vuelta y vuelta alrededor de la Goss, mirando de rabillo cómo marchaba la edición…

¡Y de golpe el papel que se cortaba! Por mojadura o por lo que fuera. Pero se cortaba. Y ningún santo quedaba en pie. Parar. Engarzar el papel. Tensarlo…

Y el tiempo que se iba e iba… Y el entierro ya era “el entierro”.

Pero la pequeña Goss jamás se rindió. Volvía a arrancar. Color claro. Americana. Se estrenó en 1970. “Río Negro” fue el primer diario argentino en dejar el plomo y marchar hacia la impresión en frío.

Tres Goss signan a partir de aquel año 70 la historia de la impresión del diario en frío. Una historia que hace a la expansión de la circulación. A las exigencias del mercado. De la gente. Porque es la gente la que da sentido al periodismo. La segunda Goss se puso en marcha en 1982, a poco de inaugurarse el actual edificio del “Río Negro”. La tercera –la actual– en 1996.

La historia anterior, la de impresión caliente, la de plomo, habla de una rotativa Mann. Inmensa. Negra…

–Cuando se ponía en marcha, no dormía nadie en Roca –suele recordar Paseiro…

Pero de esa historia hablan también una Cabrenta y otras máquinas planas que fueron quedando en la huella que definía una voluntad del fundador del “Río Negro” y su familia: estar y estar, seguir y seguir. Como mensuario. Quincenario. Semanario. Y finalmente como diario, a partir del 58.

Pero estar y estar. Seguir y seguir…

Estar y estar como estaban en la calle del diario de aquellos 70 las Rastrojero, generalmente azules. Porque durante más de una década “Río Negro” se distribuyó a pura Rastrojero. Pertrechadas para atravesar en inviernos crudos llanos, valles y precordillera. Insoportables en verano. No menos de ocho horas con buen tiempo para cubrir los 500 kilómetros que median entre la pequeña Goss de Bariloche y Viedma.

Y volver sobre la marcha. Pasada la media tarde. Revisar “las Rastro”. Descanso apurado. Y arrancar de nuevo…

Cada madrugada, el pistoneo de las “Rastro” situaba al frente del diario en clave de sinfonía muy particular.

Luego la noche por rutas barridas por vientos. O bajo hielo artero.

Y los cruces de rutas, donde otras “Rastro” esperaban los paquetes de diarios. Y partían con otro rumbo… A Río Colorado, a Las Ovejas. A aquí o allá de la Línea Sur vertebrando desde Los Menucos.

Y “El Solito”… solo de toda soledad, ese paraje a la vera de la ruta 250. Más solo de madrugada… Un boliche, un camión sorprendido por la noche y la “Rastro” que esperaba los diarios para San Antonio y Sierra Grande…

Y en Roca, muy cerca de la pequeña Goss, Polo Fernández o Pedro Tauro, cada uno jefe de Distribución en aquellos 70, viendo partir la brigada de Rastrojeros. Cansino, “Polo”. Rostro muy blanco. Ojos muy claros. Pelo muy gris…

Llegaba a Redacción sobre el filo de la medianoche. No decía nada, pero su gesto preguntaba…

–Mirá “Polín”, no me preguntes cómo va el “entierro” porque ésa es información clasificada de Redacción… El ‘dire’ me ordenó que no te comente nada… Así que… en fin –le decía “Tito” Boglio, secretario de Redacción.

–Bueno –respondía “Polo” y se sumaba a los mates con que en Redacción se cruzaba la medianoche esperando la edición.

Porque por alguna razón cuya causa se hunde en una historia no develada, el mate en Redacción por algunos años brilló por su ausencia al llegar al edificio nuevo. Su vigencia estaba restringida a las secciones mecánicas. Y fundamentalmente a Fotografía, donde además regía el tango que emitía una radio eléctrica que aún acompaña a Juan Villarruel…

Y Tauro, quien tomó la conducción de Distribución en el 77. Un año después, “Río Negro”, vía una compleja trama de medios, llegaba a los puntos más distantes de Neuquén y Río Negro. Cascarrabias, Tauro. Inquieto. Tenso. Minucioso…

“La historia de los diarios contiene en sí misma otra historia que generalmente los periodistas, en nuestra vanidad, desconocemos… ignoramos: es la historia de la distribución de los diarios, una historia apasionante”, escribió Ben Bradley, por más de un cuarto de siglo editor de “The Whasington Post”. El Bradley íntimo amigo y confidente de John Kennedy, el Bradley de “Los papeles del Pentágono” y de “Watergate”…

Docente. Chiquita. Ojos muy aguados. De carácter duro. Una fumadora empedernida, desde la Viedma en que nació, Alba Laría de Vernengo supo del esfuerzo por instalar el diario en la capital provincial. Simbiosis de agente de publicidad y de corresponsal durante años, fue sinónimo de lealtad a la editorial. Capaz de esperar horas sentada en un témpano para cobrar avisos oficiales publicados.

Alba pasando por BLU (Banda Lateral Única, un sistema de radio) un aviso a la central del diario, donde alguien –auriculares mediante– escuchaba y escribía el texto a máquina.

BLU, sí, otra historia dentro de la historia del “Río Negro”. Todo en una provincia que hasta muy avanzados los 70 sólo muy pocas ciudades tenían telediscado. Y sólo una agencia, télex: Neuquén…

Y Alba contando:

–¡Usted no sabe lo que costaba que el “Río Negro” llegara a Viedma cuando se transformó en diario… Venía en “El Valle”… Cinco, diez ejemplares. Yo iba a esperarlos…

Y así, con esa voluntad de carbonero desplegada a lo largo y ancho de Río Negro y Neuquén, el diario fue instalándose diariamente…

Y con sus fotografías… las posibles según las técnicas de los tiempos. Y las radiofotos, ese enlace que expresaba la fuerte voluntad de siempre del “Río Negro” de difundir lo que sucedía en el espacio nacional e internacional.

Radiofotos no siempre impecables en términos de nitidez. Pero inmensa voluntad de servicio, de entrega ahí, a lo que da sentido al periodismo, como lo señalamos ya en estas líneas pero vale recordarlo: la gente…

Porque este diario es eso: un enlace de rionegrinos y neuquinos entre ellos, su país, el mundo…

Y todos los días tenía su parto en la pequeña Goss, comenzaba a tomar forma temprano, en Redacción, en sus corresponsalías, en las agencias nacionales e internacionales…

Con las columnas de “The New York Times” firmadas por bronces de aquel periodismo de la Guerra Fría… James Reston, Tad Szulc, entre otros, reflexionando –por caso– sobre la poda de poder con que emergía Estados Unidos de los pantanos de Vietnam…

O interpretando que el desplome del sha de Irán, hacia finales de los 70, quizá implicaba el surgimiento de lo que hoy es una realidad: el avance del nacionalismo islámico.

Y el “Río Negro” publicando una serie de artículos que seguían la expedición que –encabezada por “The New York Times”– buscaba en el lago de Loch Ness al muy escocés “Monstruo de Loch Ness…”

Ni rastros de ese ser. Pero rastros dejaron sí aquellos crocantes relatos.

Y los servicios de la francesa L’Express, reporteando al agrio Arik Sharon. O el entierro que congregó al disperso gaullismo al momento de la muerte de André Malraux, un final rodeado de veteranos de la Resistencia en la que él se arrogó más pertenencia que acciones concretas… Y aquellas reflexiones devastadoras de Raymond Aron sobre un revoltijo que se resistía a hundirse en la historia, entrevero que incluso aún late fuerte: París del 68, el de “prohibido prohibir”. O “¡corre compañero, la vieja sociedad está detrás de ti!”

Y Noticias Argentinas, nacida en la primera mitad de aquellos 70. Un esfuerzo intenso, dictado por la autoestima profesional de los diarios del interior argentino, destinado a tener su propia agencia nacional de noticias ante la prohibición del gobierno de difundir informaciones del país emitidas por agencias extranjeras.

Chica la Redacción en la que se cocinaba el diario de los 70. Sumada a los corresponsales, no más de 40 periodistas. Y pocas mujeres, al menos en la Redacción central. Tres: Nidia Rajneri de Marcilla y Teresita Cecconato, por la mañana. Cultura y sociales. Por la tarde, Nilly Povedano. Rubia muy rubia, entre hombres. Política, gremiales, educación…

Y Fotografía, bajo la batuta de Juan Villarruel, alias Juan “Pirola”, cuando a comienzos de los 50 llegó al Luna Park a probar suerte en los puños. Generoso a la hora de abrir sus saberes, formó fotógrafos que en aquellos 70 no se definían como reporteros gráficos: los hermanos Pulozzi, “La Picha” y el entrañable “Zorro”. Cálido, solidario, inmenso amigo. El diario era parte grande de su existencia. También el póquer…

Cuentan que el día en que murió, en un año que está cercano, se quebró el bullicio, aflojó la adrenalina que siempre define a la Redacción, de las corresponsalías… del diario todo.

Y se trabajó la edición en silencios sólo rotos para recordar anécdotas del “Zorro”…

Silencios como los que ganaron al diario el día en que un accidente se llevó a Griselda. Flaca, de “rodillas puntiagudas”, se definía. Alta. Personalidad abierta. Dispuesta. Directa. Voz metálica. Siempre una palabra de afecto. Secretaria de la dirección del diario…

Fue en los 90.

Pero volvamos a los 70. A aquel día, por caso, del 75 con huelga dura en el yacimiento minero de Sierra Grande. Con mineros enojados con el diario, invitando a comer un asado a la misión del “Río Negro” que cubría la huelga: González Herrero (redactor), el “Zorro” Pulozzi y “Manolo” Comolay, mítico chofer. Toda una institución…

Y de golpe, aparecen los fierros. Y la misión es obligada en clave al disgusto, a comerse un chorizo crudo cada uno. Y “Manolo”, en un intento de suavizar el menú, pidiendo cándidamente “un vasito de vino”…

–¡Acá tomamos agua, compañero!… ¡Somos pobres! –le respondieron y “Manolo” devolvió modificada la propuesta…

–Entonces, un vasito de agua…

Y le trajeron una botella que llegó con consigna extrema: tomársela en un solo y largo trago. Y Manolo, cual predilecto del arrojo, obedeció…

Y la Redacción de aquellos años, liderada por “Tito” Boglio y Nicasio Soria. Una sociedad noble, digna. Les tocaba conducir el tránsito del diario hacia la creciente profesionalidad que reclamaban los tiempos por llegar.

Boglio había brillado en el fútbol del Valle en el puesto que hoy se define como volante. Siempre cultivó cierta estampa propia de los artilleros ingleses, famosos porque nunca buscan reparo de cara a la devolución de gentilezas por parte de la artillería enemiga. De pie. Nada de cuerpo a tierra. Y los bigotes, gruesos y blancos…

Directo en el trato. Siempre con el “pibe” a flor de labios. Cauto en el tratamiento de los temas. Decidido a la hora de resolver. Y Soria. Hablaba bajo. Sus decisiones las transmitía con calidez. Riguroso en la ortografía. Humor muy inteligente, incluso en aquellos momentos complejos. Como aquella noche del 75, en el marco de una Argentina en la que arreciaba la violencia política. Y “Río Negro” enfrentado a la izquierda y derecha, fogoneros de tanta sangre.

Y el teléfono de Soria que suena…

–Somos los Montoneros…

–Mucho gusto. ¿En qué podemos ayudarlos?

–¡Vamos a ponerle una bomba a ese diario gorila!…

–Muy bien, ¿a qué hora?… Es para coordinar con los muchachos de fotografía. Sin duda será un espectáculo. ¡Boglio, dicen los Montoneros que nos van a volar!… ¿Está de acuerdo en que no se vaya nadie de fotografía?

–¡Sí Nicasio!… ¡Ésta la miramos de adentro!…

–¡Gorila hijo de puta!… ¡Los vamos a matar a todos los de ese diario! –interviene el monto…

–Bueno, mirá montonero… A esta altura de mi vida, la moral de mi mamá no forma parte de mis inquietudes… Pero mirá pelotudito, si vienen a poner una bomba, mejor que no los agarremos… porque si los agarramos, con los muchachos de Rotativa, Distribución y Fotomecánica les vamos a dejar la jeta como para chupar naranja…

Quien escribe estas líneas fue testigo de aquel diálogo, reconstruido con el aporte de don Nicasio.

Fue una noche compleja.

Días antes, en el marco del reguero de sangre que signaba a la Argentina de aquel tiempo y que se prolongaría hasta comienzos de los 80, en La Plata habían asesinado a un nieto de Fernando Rajneri, fundador de este diario: “Dicky” Povedano, joven estudiante de Arquitectura y militante del Partido Socialista de los Trabajadores…

Aquella noche nadie creyó en una amenaza real de los Montoneros. Pero nadie dejó la Redacción sin cierto grado de inquietud.

Y esa noche, aquel estado emocional se tradujo en una anécdota que recorre la memoria de quienes aún siguen el diario. Cuando Nicasio Soria le entregó la posta del cierre a “Tito” Blogio, lo hizo bajo cierto grado de confusión…

–Hasta mañana Soria…

–Chau Boglio –le respondió Boglio…

Y el “Pampa” Martínez dejó el pucho en el cenicero y con un dejo de desconcierto miró a Boglio.

–“Tito”, usted es Boglio. El que se fue es Soria.

–¡Tenés razón pibe! Nos confundimos… ¡Será el cagazo! –reflexionó Boglio.

En fin, días de los 70 junto a la pequeña Goss.

Y el golpe de Estado del 76. Previsible. Cantado. La claudicación de la política. De la sociedad. Del mismo y disparatado bloque que gobernaba.

Y desde el diario acunar una expectativa estéril, insólita incluso: creer que la violencia cedería. Que el poder militar iría en procura de construir un orden de la mano del derecho como instrumento.

De ese que años después, al depositar en manos de Raúl Alfonsín el “Nunca Más”, Ernesto Sábato definió como “la ley más dura, pero la ley”.

Nada de eso iba a suceder a partir de aquel 24 de marzo del 76. Sí sucedió que llevando el ejercicio de la impunidad a extremos jamás vistos en el país, se ampliaron los canales para que corriera más sangre. Más muerte. Y esa nueva identidad que creaba el terror: los desaparecidos.

Y en la Redacción, ir enterándonos de que las madrugadas del país se poblaban de grupos de exterminio. De ese obrero de Roca secuestrado, metido en el baúl de un Falcon del cual alcanzó a escapar cuando el auto cruzaba el puente rumbo a Neuquén. Destino seguro: “La Escuelita”, la casa de terror en la que torturaban y asesinaban los militares.

Y comenzar a publicar. Sí, con cautela. Pero sin miedo. Mostrar las fotos que incomodaban a la dictadura. Como aquella de un chico de no más de 20 años atado a un puesto. La espalda era carne viva entre tortura y balazos.

Y las columnas que hablaban de desapariciones en Cinco Saltos, Cipolletti, Neuquén o donde fuera, siempre en términos de latente pregunta: ¿qué está sucediendo?

Y en Bahía Blanca, un general y asesino llamado Acdel Vilas –subjefe del V Cuerpo de Ejército– llamando a Viedma a un comisario de la Federal al que le divertía distribuir amenazas a todo lo que intuía como sospechoso… “Ya te vamos a llevar a vos”… El comisario Forchetti. Hoy procesado por violación a los derechos humanos. Y llamando también Vilas a un teniente coronel –Padilla Tanco–, jefe del entonces Distrito Militar Río Negro y que ya recorría el final de su carrera. La noche del golpe adornó su casco con ramas, pajas. Confundió Viedma con Vietnam.

Padilla Tanco, jefe de la Subzona de Seguridad Valle Inferior y zona Atlántica de Río Negro. Forchetti, su segundo.

Y a Forchetti y Padilla Tanco, Vilas recriminándoles por aquellas cautelosas columnas que “Río Negro” publicaba tras el golpe preguntándose sobre el destino, la desaparición de personas.

Irritación de Vilas que llegó al extremo en agosto de aquel 76, cuando el diario editorializó bajo el título de “El fin de la odisea”, sobre la aparición con vida y en Viedma de los parlamentarios radicales Hipólito Solari Yrigoyen y Mario Amaya, secuestrados en Rawson días antes.

Y el tiempo siguió. La sangre y muerte también siguió siendo abundante.

Y el diario fue eliminando cautelas. Y aceleró su marcha en defensa de la vida…


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