Dólar más caro, turismo más volátil
Entre los últimos días del 2012 y los primeros del flamante 2013 la cotización del dólar blue volvió a los titulares de los diarios –no todos– por haberse ubicado por encima de los siete pesos. En algunos casos, con la consabida frase hecha de que superó una “barrera psicológica”, como ocurre cada vez que su precio en el mercado paralelo cambia de numerador luego de una escalonada y despareja sucesión de subas en centavos. Aunque resulta difícil saber qué parte corresponde a la psicología, su nuevo nivel también dio lugar al consabido debate entre economistas para determinar sus causas. Por un lado se ubican los que privilegian las razones macroeconómicas. Quienes adscriben a este enfoque indican que en el 2012 la base monetaria creció 38,4% (sólo en diciembre se expandió casi 40.000 millones de pesos) y, como las reservas del Banco Central retrocedieron –a pesar de cepos y controles cambiarios– en unos 4.000 millones de dólares, la relación entre una y otra variable (que en las pretéritas épocas de la convertibilidad arrojaba una paridad fija de 1 a 1) equivaldría hoy a un tipo de cambio nominal de 7,14 pesos por dólar, no muy alejado del que se negocia informalmente hoy en el rebautizado mercado blue. Esta última cifra surge de un estudio realizado por el Ieral (el instituto de estudios de la Fundación Mediterránea). Por otro lado, están los que atribuyen mayormente el salto a razones estacionales y operativas en un mercado reducido, aunque pocos tengan idea de su magnitud. El argumento es que hacia fin de cada año sube la demanda de dólares de las empresas que deben cerrar posiciones y también de los turistas argentinos que viajan al exterior. En este último caso, acaba de agregarse un factor adicional: pese a que la AFIP flexibilizó, en teoría, las autorizaciones para comprar en efectivo moneda extranjera a quienes viajan a países limítrofes, la mayoría no pudo hacerlo porque, en la práctica, comprobaban que se “cayó el sistema” cuando se presentaban en los bancos o casas de cambio. Por ende esa demanda se trasladó al mercado blue. La razón es que si viajan con pesos argentinos a Chile, Brasil o Uruguay deben cambiarlos a una paridad cercana a 8 pesos por dólar, según los casos. Probablemente estas dos causas sean concurrentes y no excluyentes; sobre todo cuando sobran pesos en el mercado y los controles elevan el precio de las divisas más escasas, como ha venido ocurriendo en estas semanas. De hecho, la cotización de 7,20 pesos del viernes último implica una suba de 52,2% con respecto a la que se registraba a fin del 2011 (4,73 pesos), con lo cual quienes compraron dólares no hicieron mal negocio como en años anteriores. Y la brecha con el actual tipo de cambio oficial –de 4,95 pesos– superó el 45%, ya que el ajuste del año pasado fue de sólo 14% entre puntas (cotizaba a $ 4,32 en diciembre del 2011), pese a que el ritmo de devaluación del peso se fue acelerando en los últimos meses del año pasado. Todavía resulta prematuro estimar si la brecha cambiaria habrá de mantenerse, ampliarse o reducirse (en este caso, por una baja del dólar paralelo o una mayor suba del oficial); sobre todo cuando las expectativas inflacionarias para este año tienen un piso del 25%. Pero esta situación no sólo amenaza con agravar en 2013 los problemas de competitividad de los sectores exportadores, sino que también viene afectando el movimiento turístico desde y hacia la Argentina, e incluso dentro del país. Según datos oficiales, en los primeros once meses de 2012 (últimos disponibles), la llegada al país de turistas extranjeros alcanzó a 2.344.092 personas, mientras el número de argentinos que viajaron al exterior totalizó una cifra similar de 2.274.572. Sin embargo, la gran diferencia es que mientras los arribos de extranjeros se redujeron 4,4% con respecto al mismo período de un año antes, las salidas de argentinos crecieron 13,4%. Esta disparidad de tendencias se reflejó en el balance de divisas por turismo, que por primera vez desde la crisis de 2001 tuvo un saldo negativo de 144 millones de dólares, frente a uno favorable de 562 millones en el período enero-noviembre del 2011, o sea antes de los controles cambiarios. Precisamente, tanto el cepo como el virtual desdoblamiento del mercado cambiario explican la aparente paradoja de que, con un dólar más caro, viajen más argentinos al exterior y baje el número de turistas extranjeros; que, además, se traduce en una menor demanda de viajeros con mayor poder adquisitivo por los centros turísticos locales. La razón es que a los extranjeros la Argentina les resulta cara en dólares, porque los precios internos se ajustan en base a una inflación de 25% anual (muy por encima de la devaluación) y suelen pagar sus gastos con tarjeta de crédito al tipo de cambio oficial de 4,94 pesos por dólar. De ahí que gasten menos o acorten sus estadas. Y muy pocos se arriesgan a abaratarlas hasta 40% recurriendo al mercado paralelo que, vale recordarlo, es ilegal y la oferta no suele siempre encontrarse cuando la necesitan. Tampoco está exenta de estafas o hasta de robos a mano armada, como el que sufrieron tiempo atrás dos turistas estadounidenses en la porteña calle Florida, cuando negociaban con un “arbolito”. Para los argentinos, en cambio, la situación es la dispar. Muchos de los que viajan a otros países lo hacen con dólares atesorados a 3,50 y 4,30 pesos y ahora capitalizan la diferencia gastándolos en el exterior a un tipo de cambio que en términos reales –o sea, descontando la verdadera inflación– es más bajo que el 1 a 1 de la convertibilidad. Y quienes no pudieron ahorrar lo suficiente también aprovechan otras facilidades que, contradictoriamente, mantiene por ahora el gobierno de Cristina Kirchner. Entre ellas, la posibilidad de pagar pasajes internacionales en pesos y cuotas sin interés; o gastar con tarjeta en el exterior (o incluso en los free shops) con un dólar “turista” implícito de 5,68 pesos, debido al recargo de 15% que se aplica como anticipo de impuestos, de incierta devolución posterior. Por lo tanto, debe ser baja la proporción de quienes recurren al mercado paralelo para comprar dólares a siete pesos y pagar todos sus gastos de viaje. Quizás todo esto explique además indirectamente el fenómeno de “vacaciones cortas” que se está dando este verano en distintos centros turísticos del país y especialmente en la costa atlántica. Quienes deciden veranear en la Argentina y, con toda razón, no quieren –o no pueden pagar– esos valores por el dólar, tampoco se ven demasiado beneficiados: muchos deben afrontar precios locales mucho más altos que en la temporada anterior. Y hasta en cierto punto son comparables –según el tipo de cambio que apliquen– con algunas ofertas de la competencia turística externa.
Néstor O. Scibona
LA SEMANA ECONÓMICA
Entre los últimos días del 2012 y los primeros del flamante 2013 la cotización del dólar blue volvió a los titulares de los diarios –no todos– por haberse ubicado por encima de los siete pesos. En algunos casos, con la consabida frase hecha de que superó una “barrera psicológica”, como ocurre cada vez que su precio en el mercado paralelo cambia de numerador luego de una escalonada y despareja sucesión de subas en centavos. Aunque resulta difícil saber qué parte corresponde a la psicología, su nuevo nivel también dio lugar al consabido debate entre economistas para determinar sus causas. Por un lado se ubican los que privilegian las razones macroeconómicas. Quienes adscriben a este enfoque indican que en el 2012 la base monetaria creció 38,4% (sólo en diciembre se expandió casi 40.000 millones de pesos) y, como las reservas del Banco Central retrocedieron –a pesar de cepos y controles cambiarios– en unos 4.000 millones de dólares, la relación entre una y otra variable (que en las pretéritas épocas de la convertibilidad arrojaba una paridad fija de 1 a 1) equivaldría hoy a un tipo de cambio nominal de 7,14 pesos por dólar, no muy alejado del que se negocia informalmente hoy en el rebautizado mercado blue. Esta última cifra surge de un estudio realizado por el Ieral (el instituto de estudios de la Fundación Mediterránea). Por otro lado, están los que atribuyen mayormente el salto a razones estacionales y operativas en un mercado reducido, aunque pocos tengan idea de su magnitud. El argumento es que hacia fin de cada año sube la demanda de dólares de las empresas que deben cerrar posiciones y también de los turistas argentinos que viajan al exterior. En este último caso, acaba de agregarse un factor adicional: pese a que la AFIP flexibilizó, en teoría, las autorizaciones para comprar en efectivo moneda extranjera a quienes viajan a países limítrofes, la mayoría no pudo hacerlo porque, en la práctica, comprobaban que se “cayó el sistema” cuando se presentaban en los bancos o casas de cambio. Por ende esa demanda se trasladó al mercado blue. La razón es que si viajan con pesos argentinos a Chile, Brasil o Uruguay deben cambiarlos a una paridad cercana a 8 pesos por dólar, según los casos. Probablemente estas dos causas sean concurrentes y no excluyentes; sobre todo cuando sobran pesos en el mercado y los controles elevan el precio de las divisas más escasas, como ha venido ocurriendo en estas semanas. De hecho, la cotización de 7,20 pesos del viernes último implica una suba de 52,2% con respecto a la que se registraba a fin del 2011 (4,73 pesos), con lo cual quienes compraron dólares no hicieron mal negocio como en años anteriores. Y la brecha con el actual tipo de cambio oficial –de 4,95 pesos– superó el 45%, ya que el ajuste del año pasado fue de sólo 14% entre puntas (cotizaba a $ 4,32 en diciembre del 2011), pese a que el ritmo de devaluación del peso se fue acelerando en los últimos meses del año pasado. Todavía resulta prematuro estimar si la brecha cambiaria habrá de mantenerse, ampliarse o reducirse (en este caso, por una baja del dólar paralelo o una mayor suba del oficial); sobre todo cuando las expectativas inflacionarias para este año tienen un piso del 25%. Pero esta situación no sólo amenaza con agravar en 2013 los problemas de competitividad de los sectores exportadores, sino que también viene afectando el movimiento turístico desde y hacia la Argentina, e incluso dentro del país. Según datos oficiales, en los primeros once meses de 2012 (últimos disponibles), la llegada al país de turistas extranjeros alcanzó a 2.344.092 personas, mientras el número de argentinos que viajaron al exterior totalizó una cifra similar de 2.274.572. Sin embargo, la gran diferencia es que mientras los arribos de extranjeros se redujeron 4,4% con respecto al mismo período de un año antes, las salidas de argentinos crecieron 13,4%. Esta disparidad de tendencias se reflejó en el balance de divisas por turismo, que por primera vez desde la crisis de 2001 tuvo un saldo negativo de 144 millones de dólares, frente a uno favorable de 562 millones en el período enero-noviembre del 2011, o sea antes de los controles cambiarios. Precisamente, tanto el cepo como el virtual desdoblamiento del mercado cambiario explican la aparente paradoja de que, con un dólar más caro, viajen más argentinos al exterior y baje el número de turistas extranjeros; que, además, se traduce en una menor demanda de viajeros con mayor poder adquisitivo por los centros turísticos locales. La razón es que a los extranjeros la Argentina les resulta cara en dólares, porque los precios internos se ajustan en base a una inflación de 25% anual (muy por encima de la devaluación) y suelen pagar sus gastos con tarjeta de crédito al tipo de cambio oficial de 4,94 pesos por dólar. De ahí que gasten menos o acorten sus estadas. Y muy pocos se arriesgan a abaratarlas hasta 40% recurriendo al mercado paralelo que, vale recordarlo, es ilegal y la oferta no suele siempre encontrarse cuando la necesitan. Tampoco está exenta de estafas o hasta de robos a mano armada, como el que sufrieron tiempo atrás dos turistas estadounidenses en la porteña calle Florida, cuando negociaban con un “arbolito”. Para los argentinos, en cambio, la situación es la dispar. Muchos de los que viajan a otros países lo hacen con dólares atesorados a 3,50 y 4,30 pesos y ahora capitalizan la diferencia gastándolos en el exterior a un tipo de cambio que en términos reales –o sea, descontando la verdadera inflación– es más bajo que el 1 a 1 de la convertibilidad. Y quienes no pudieron ahorrar lo suficiente también aprovechan otras facilidades que, contradictoriamente, mantiene por ahora el gobierno de Cristina Kirchner. Entre ellas, la posibilidad de pagar pasajes internacionales en pesos y cuotas sin interés; o gastar con tarjeta en el exterior (o incluso en los free shops) con un dólar “turista” implícito de 5,68 pesos, debido al recargo de 15% que se aplica como anticipo de impuestos, de incierta devolución posterior. Por lo tanto, debe ser baja la proporción de quienes recurren al mercado paralelo para comprar dólares a siete pesos y pagar todos sus gastos de viaje. Quizás todo esto explique además indirectamente el fenómeno de “vacaciones cortas” que se está dando este verano en distintos centros turísticos del país y especialmente en la costa atlántica. Quienes deciden veranear en la Argentina y, con toda razón, no quieren –o no pueden pagar– esos valores por el dólar, tampoco se ven demasiado beneficiados: muchos deben afrontar precios locales mucho más altos que en la temporada anterior. Y hasta en cierto punto son comparables –según el tipo de cambio que apliquen– con algunas ofertas de la competencia turística externa.
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