Dualismo

Hubo tiros. Y heridos. Sucedió en una sanmartinense barriada de faldeos, de esas que retratan a esta ciudad tanto como el Centro Cívico, con su torre del reloj y su ciervo de metal gastado por chicos a horcajadas.

Unos muchachos dados al alcohol se batieron a trompadas y tiros contra otros jóvenes, con los que comparten afán y vecindario. Beben vino o cerveza, por más baratos; casi todos cobran miseria para estos días de inflación dibujada y Down Jones descalabrado; a muchos les falta estudio en un país de escuela obligatoria.

Son iguales en padecimiento pero ellos se sienten diferentes de una vereda a la otra, así que dirimen el asunto a golpes, que es lo que tienen más a mano…

Mientras tanto, gobierno municipal anda preocupado por las cuestiones de la seguridad. Lleva razón, porque los vecinos también están inquietos después de una seguidilla de robos y violencia. Pero varios de esos episodios fueron ya esclarecidos por la Policía, y en la Cuarta Circunscripción hay un juez que, Código en ristre, dicta preventivas con más frecuencia de lo que se acostumbra.

Desde luego, hay otros en los mismos tribunales que prefieren aminorar la dureza, siempre que se pueda. Y también está bien, porque lo hacen con el mismo Código.

Pero el dato viene a cuento porque revela una disputa no saldada entre dos formas de proceder con el victimario, que hasta ha dividido plazas en la Argentina.

¿Qué tiene que ver esta disquisición con los jóvenes que andan a los tiros? Pues bien, pareciera que también hay un extremismo de posiciones frente al fenómeno de las patotas y la violencia urbana.

Están los que creen que hay que perseguirlos y encerrarlos a como dé lugar y tantas veces como cuadre. Tolerancia cero, dicen. Pero es complicado, porque los patoteros se pelean entre ellos pero se aglutinan frente a la policía. Y hay barrios en los que la policía se lo piensa dos veces antes de entrar.

Del otro lado están quienes miran las raíces sociales y creen que el fenómeno exige respuesta desde la educación, el trabajo digno, el ocio creativo. Pero no faltan los escépticos: como los gobernantes se muestran incapaces de sostener políticas de largo aliento, el resultado es que todo se abandona a poco de empezar, dicen.

Quizá por una occidental lógica dualista de entrecasa, que a partir de la primigenia noción del bien y del mal tiende a calificarlo todo como bueno o malo, parece descabellado concebir que el rigor de la autoridad puede ser compatible con la comprensión y la empatía.

Desde esta mirada de opuestos irreconciliables, parece de risa pensar que se puede castigar y tender la mano; que hay un tiempo para cada cosa; que se puede escarmentar con la ley sin dejar de ofrecer realización. No por nada en las cárceles se suele aprender más de aquello que llevó al castigo que de aquello que corrige la conducta.

Tal vez el camino de los opuestos termine por anular el avance. Tal vez se necesite sintetizar lo mejor de cada uno. Y no es cierto que para actuar se demanden ingentes recursos. Conozco más de un humilde club de barrio, aquí, en San Martín, que ha hecho más por sacar a los jóvenes de la calle de lo que ha hecho todo un ministerio provincial en los últimos 20 años.


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