El shale oil, talón de Aquiles de la política exterior de Trump

El mandatario americano oscila entre su decisión de mantener barato el combustible a nivel interno, y la estrategia energética global. El escenario genera una oportunidad para Vaca Muerta. Una macro ordenada y seguridad jurídica, las claves a largo plazo.

Oportunidad. La estrategia geopolítica de Trump y los precios internos en EEUU, una puerta para Vaca Muerta.

Por Gustavo Peregó (Abeceb)

Henry Kissinger lo dijo con brutal claridad: “Quien controla el petróleo, controla el mundo”. Donald Trump parece haber tomado esa frase como hoja de ruta para su estrategia global. En su segundo mandato, el presidente apuesta a mantener los combustibles baratos dentro de EE.UU. como amortiguador del shock inflacionario que provoca su política de tarifas. Pero al hacerlo, arriesga algo mucho más profundo: la sostenibilidad del dominio energético estadounidense. Y con eso, su pulseada con China.


Durante años, el shale oil fue la joya de la corona de la independencia energética norteamericana. A partir de 2009, la revolución del fracking convirtió a EE.UU. en el mayor productor mundial de petróleo. Pero ese modelo empieza a mostrar señales de fatiga. Según la EIA, la producción alcanzará un récord de 13,6 millones de barriles por día en 2025, pero caería a 13,1 millones hacia fines de 2026. Las estimaciones de Rystad Energy y la propia OPEP apuntan a un estancamiento (o retroceso neto) hacia el fin de la década.


El problema es doble: geológico y financiero. Los “sweet spots” ya fueron explotados. Lo que queda es más costoso, más complejo y menos rentable. Con precios internacionales presionados a la baja (en parte por la estrategia de Trump) los incentivos para invertir en exploración y desarrollo se evaporan. Las petroleras priorizan dividendos y recompra de acciones.

Sin un plan de estímulo (vía créditos fiscales, garantías federales o el uso de la Defense Production Act) el músculo energético de EE.UU. se debilita.
El talón de Aquiles del shale de EE.UU. es una industria intensiva en capital que necesita precios sostenidos para mantener su dinamismo. No se trata de reservas agotadas, sino de rentabilidad marginal. Y sin inversión, no hay capacidad de reacción ante un shock geopolítico.

El talón de Aquiles del shale de EE.UU. es una industria intensiva en capital que necesita precios sostenidos para mantener su dinamismo. No se trata de reservas agotadas, sino de rentabilidad marginal.


En términos estratégicos, es un riesgo que Trump no puede darse el lujo de ignorar, porque su guerra comercial con China (que ahora muta en guerra energética) depende de esa columna vertebral. China importa más del 70% del crudo que consume. Su vulnerabilidad energética es estructural.

La estrategia de Washington consiste en dificultar su acceso a fuentes diversificadas, fortalecer la dependencia de Pekín hacia proveedores incómodos como Rusia o Irán, y tensionar su balanza de pagos a través de un petróleo más caro. Para eso, EE.UU. necesita seguir siendo un actor dominante en el mercado global. Si su producción flaquea, esto erosiona su palanca en el mercado energético global.


Pero Trump enfrenta una paradoja difícil de resolver. Por un lado, necesita gasolina barata para evitar un rebote inflacionario que desgaste su capital político interno. Por otro, necesita precios lo suficientemente altos como para mantener viva la inversión en shale. Un dólar más débil —producto de la expansión fiscal y la presión sobre la Reserva Federal— empuja el precio de los commodities al alza, lo que puede jugar a favor de esta lógica. Pero también encarece importaciones y alimenta la inflación.


Controlar el crudo es, para Trump, mucho más que una cuestión económica. Es el eje de su política exterior, ya que presiona a India para reducir sus compras a Rusia, negocia con Arabia Saudita para que la OPEP ajuste la producción según su necesidad política. E intenta condicionar a Brasil, proveedor clave de soja para China, como ficha en su tablero comercial. Ese andamiaje geopolítico necesita una base: que EE.UU. siga teniendo su mano sobre la llave del petróleo.

La estrategia geopolítica de Trump y la dinámica del shale en EEUU, genera una oportunidad para que Vaca Muerta ocupe los lugares vacíos.


Lo que está en juego no es menor. Si Washington no logra alinear su política energética con sus objetivos geoestratégicos, corre el riesgo de repetir el error del Reino Unido tras el auge del Mar del Norte: disfrutar una década de abundancia sin prepararse para el día después. Trump puede comprar tiempo con tarifas y subsidios, pero si el shale entra en declive sin un plan de respaldo, el vacío lo ocuparán otros.


Y ahí es donde aparece la oportunidad para productores emergentes como Argentina. En un mundo donde el petróleo vuelve a funcionar como refugio financiero ante la debilidad del dólar, y donde la transición energética no avanza con la velocidad prometida, Vaca Muerta gana tracción. Un barril por encima de los 70 dólares reactiva proyectos de alto CAPEX y atrae inversores que buscan activos reales frente al deterioro monetario global.


Claro que eso no es automático. Hace falta una macro ordenada, seguridad jurídica y visión de largo plazo. Pero la geopolítica del desorden puede convertirse en una ventaja competitiva para quienes sepan leer el momento. Mientras Trump juega su guerra silenciosa con tarifas, divisas y petróleo, los que entienden la dinámica energética global —y actúan con inteligencia— pueden ganar espacio. En este nuevo mundo, cada barril cuenta. Y el que logre perforar donde otros se frenan, gana poder.


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