Otro desencanto político
La sociedad argentina tiene historia en rebelarse contra su dirigencia política. Está en el ADN de su independencia. Sin embargo, en la época contemporánea de las últimas décadas las crisis cíclicas de representación se van colmando como un vaso que se llena lentamente de agua. Una vez completo, rebalsa. Cuando eso sucede la sociedad suele actualizar rencores de situaciones que toleraba, aferrada a una expectativa que se rompe y todo vuelve a quedar expuesto. Una muy frecuente es que casi nadie conoce a un político funcionario que sea pobre. Sin embargo, todos conocen la pobreza en el país.
Esa insensibilidad de los políticos, cercana al cinismo, fue la que produjo el hartazgo de los argentinos en la pasada elección y puso a Javier Milei en la presidencia del país. La expectativa que generó un outsider del sistema político, que donaba su sueldo de legislador, fue una luz de esperanza y el motivo de millones de argentinos para soportar un ajuste bajo la expectativa de un futuro mejor.
La mejora comienza a no llegar y la imagen, que rescató a la mayoría de los argentinos del hartazgo, se empieza a deteriorar. Las mismas encuestas que le dieron ánimo a la ministra Patricia Bullrich después de la represión que terminó con el fotógrafo Pablo Grillo internado, fueron las que mostraron una caída de la imagen positiva del presidente. Un retroceso sostenido en los primeros meses del año, una época donde los sondeos suelen ser muy benévolos con los gobernantes.
El gran cambio, según coinciden varias mediciones, es que las expectativas económicas depositadas en Milei comenzaron a desvanecerse. Pero algo interesante es que el desencadenante no fue un hecho vinculado a la propia economía sino situaciones de corrupción, agresión y de sensibilidad política.
El escándalo de la estafa con la criptomoneda “Libra”, que salpica a Karina Milei, y que aseguran tiene al presidente, por recomendación legal, sin salir del país; las intervenciones del asesor presidencial Santiago Caputo -interrumpiendo una entrevista y yendo a increpar al diputado Facundo Manes en la apertura de sesiones legislativas- y; finalmente, las vacilaciones del mandatario nacional respecto de su presencia en el lugar tras la inundación en Bahía Blanca.
En una entrevista radial, el consultor cordobés Luis Dall’Aglio (director de Delfos), quien relevó una de las mediciones más bajas para el presidente en su último sondeo, advirtió sobre un cambio en la agenda pública y un quiebre con las expectativas generadas por el oficialismo, que daban sustento a las medidas del Gobierno.
“Hay un proceso que se desencadenó a partir de un enojo y que le está cambiando el clima a Milei. El presidente cree todavía que puede seguir gobernando con una motosierra y le ha cambiado la agenda social. Antes era la inflación y ahora es la corrupción y la situación económica”, comentó el consultor. Pero advirtió a la oposición: “Hay mucha tentación en la dirigencia de aprovechar la caída, pero terminan apareciendo como oportunistas. Lo que estamos viendo es el desencanto de una expectativa popular”.
Como ocurrió en otros momentos de la historia argentina, la resignación y la frustración suele ampliarse a toda la dirigencia política, incluidas las locales. De eso, más allá de sus propias mediciones, deben tomar nota los gobiernos provinciales, por caso Neuquén y Río Negro.
La sensación de que nada cambia, que los esfuerzos que hacen las familias no tienen recompensa y que los únicos que parecen no tener carencias son los funcionarios, suelen ser un combo explosivo en momentos que las crisis económicas erupcionan.
En Neuquén y Río Negro los oficialismos han iniciado sus gestiones con un fuerte discurso de control sobre los gastos y con debates más orientados hacia el recorte de privilegios de la política, pero pocos fueron los gestos de austeridad profunda.
Es probable que en los meses que viene, con elecciones en el medio, necesiten de una profunda revisión sobre la sensibilidad social de los políticos y su cercanía con los momentos que viven las familias.
Porque, como se sabe, el descrédito no distingue entre oficialismos y oposiciones si no hay una respuesta empática y tangible.
La sociedad argentina tiene historia en rebelarse contra su dirigencia política. Está en el ADN de su independencia. Sin embargo, en la época contemporánea de las últimas décadas las crisis cíclicas de representación se van colmando como un vaso que se llena lentamente de agua. Una vez completo, rebalsa. Cuando eso sucede la sociedad suele actualizar rencores de situaciones que toleraba, aferrada a una expectativa que se rompe y todo vuelve a quedar expuesto. Una muy frecuente es que casi nadie conoce a un político funcionario que sea pobre. Sin embargo, todos conocen la pobreza en el país.
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