Peligroso amateurismo

“Retroceder nunca, rendirse jamás” fue una popular película protagonizada por Jean-Claude Van Damme en los años 80, donde el héroe de las artes marciales triunfaba sobre sus oponentes sin ceder un milímetro. Una estrategia parecida desarrolla el presidente Javier Milei tras el fracaso de la Ley Ómnibus, con la diferencia que en este caso no es un filme épico de buenos contra malos y lo que está en juego es nada más ni nada menos el futuro de una Argentina en grave crisis.

El oficialismo parece empeñado en rifar su capital político en los primeros meses de mandato, sin tomar en cuenta los escuálidos recursos de poder con que cuenta para cuando se acabe la “luna de miel” de todo gobierno recién legitimado en las urnas, cada vez más corta, con ciudadanos de lealtades frágiles e impacientes por soluciones concretas a sus problemas.

Lejos de aprender de la derrota legislativa, Milei redobló la apuesta, confiado en el respaldo popular y apostando al desprestigio de lo que llama la casta, en la que ahora incluyó a los gobernadores. A la exposición pública y acusación de “traidores” a quienes no avalaron todo el texto aprobado en general, se sumó una represalia económica, con el corte de subsidios al transporte y otra política, con la expulsión de funcionarios que responden a las provincias. El gobierno está convencido de que podrá aplicar su plan económico aún sin el Congreso y que finalmente los gobernadores, asfixiados por falta de recursos, terminarán dándole apoyo legislativo. La jugada se completa con una alianza explícita con el PRO de Mauricio Macri, única fuerza que votó incondicionalmente en Diputados.

Si esto es verdad, no se entiende por qué el Gobierno gastó semejante cantidad de energía y capital político en una jugada tan incierta. Todo el proceso adoleció de una estrategia coherente desde el principio, comenzando por su desmesura. Desnudó falta de experiencia y cierta ingenuidad del presidente y su equipo, de foco sobre sus prioridades, de coordinación entre sus negociadores, un personalismo exacerbado en la toma de decisiones y un desconocimiento importante sobre cómo funciona el Estado y de los límites institucionales y políticos a los que se enfrenta el Ejecutivo. Todos datos que le sirvieron a la oposición para escanear el funcionamiento interno y testear las debilidades del oficialismo para futuras pulseadas políticas.

La evidente apuesta a generar una nueva grieta entre “casta o libertad” tiene enormes problemas. La primera es la lectura que hace Milei sobre el 56% que lo apoyó en el balotaje. La enorme mayoría lo votó para que derrumbe la inflación y haga reformas de mercado sin fijarse en detalles, pero ese apoyo no se traslada mecánicamente a todas sus propuestas. Y los electores decidieron en las urnas repartir el poder: el Ejecutivo para La Libertad Avanza, el Congreso para variantes opositoras y las provincias para referentes locales. La Justicia también juega, como se vio con el DNU.

La extrema polarización que sirve para ganar elecciones no necesariamente ayuda a gestionar. En la era de “consensos precarios”, como señalan los especialistas, Milei debería sumar recursos políticos e institucionales para cuando se termine su impulso inicial y la estabilización de la economía tarde en percibirse, como se prevé. Y en este campo están sus flaquezas: según detalló el analista Facundo Cruz, Milei cuenta con apenas el 15% en Diputados (30% si suma al PRO), el 10% (16%) del Senado, 0 gobernadores y 6 intendencias. En ese marco de orfandad legislativa y territorial, empujar hacia la oposición dura a legisladores dialoguistas y a gobernadores con buena imagen y legitimidad en sus distritos es una pésima idea. También lo es activar el clivaje “Provincias vs. Poder central” que les da chance de presentarse como adalides del federalismo.

Las reformas de magnitud que pretende Milei requieren consensuar una coalición amplia y sólida para sostenerlas. No es hostigando a opositores ni apretando a los gobernadores como logrará construirla. El peligroso “juego de la gallina” entre poderes del Estado que propone, como bien señala el politólogo Andrés Malamud, podría terminar chocando a la democracia y a la Argentina, donde viajamos todos.


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