Se impone el realismo

Las expectativas del Gobierno de que el recambio en el equipo económico y la señales de que apostará al equilibrio fiscal se chocaron con la fuerte desconfianza de inversores, productores y consumidores, que en medio de la aceleración inflacionaria apuestan a estrategias de cobertura que a menudo retroalimentan el fenómeno.

La situación argentina es tal vez el caso más emblemático de los problemas que enfrentan los gobiernos latinoamericanos que integran la denominada “nueva ola” de gestiones de izquierda, centroizquierda o “progresistas”, que deben intentar combinar una respuesta a grandes expectativas de cambio social que disminuyan las fuertes desigualdades sociales, con un contexto internacional muy restrictivo, con alzas generalizadas de precios y desaceleración que genera una caída general de ingresos.

En América Latina, mucho se ha hablado de un nuevo “giro a la izquierda” de la región, tras las elecciones ganadas por Gustavo Petro en Colombia, Gabriel Boric en Chile, Xiomara Castro en Honduras y Pedro Castillo en Perú este año. A ellos se suma que el expresidente Inácio Lula da Silva es favorito para los comicios de octubre en Brasil. Sin embargo, otros analistas sugieren abandonar esta idea de “olas” duraderas y considerar una “saludable alternancia en el poder” entre gobiernos de distinto signo, con electorados profundamente indignados con las clases políticas y las elites tradicionales, que buscan cambios y están ávidos de nuevas opciones.

Si algo ha caracterizado a los líderes de esta “nueva izquierda” fue la moderación y la promesa de mantener el equilibrio fiscal y la estabilidad económica. Boric y Petro designaron ministros de economía comprometidos con estos valores y negocian gobernabilidad con los partidos tradicionales de centro, mientras que Lula eligió como vice a un exconservador para seducir al electorado moderado y generar confianza en los mercados.

Esta moderación se debe primero a razones ideológicas, ya que muchos líderes son críticos de las experiencias de países como Cuba, Venezuela o Nicaragua, tanto por su autoritarismo como por el dirigismo estatista, que terminó ahogando y paralizando a las economías. Pero también a razones prácticas: hoy no existe el “boom” de commodities impulsado desde Asia a comienzos de siglo y que generó ingresos extraordinarios para distribuir, que algunos imaginaron eternos.

Las consecuencias de la pandemia y la guerra en Ucrania han generado un contexto de crisis energética y alimentaria, estancamiento, inflación y tensiones comerciales que restringen seriamente el margen de maniobra de los gobiernos, especialmente en un subcontinente cada vez más desintegrado y que ha perdido relevancia económica y estratégica en el concierto internacional. Si bien no renuncian a acciones como reformas tributarias para aplicar impuestos progresivos, cambiar la matriz energética, promover mayor igualdad de género o reformar la agricultura, mantienen la idea de una sostenibilidad fiscal y política de estos cambios.

Sobre todo porque maniobran ante ciudadanías hastiadas, hiperconectadas, que demandan la puesta en marcha inmediata de las promesas electorales, que exigen transparencia y eficiencia en la gestión pública y que no dudan en rebelarse y cambiar de signo si se sienten defraudadas.

En este clima, el gobierno argentino intenta diseñar un plan de estabilización económica donde las medidas para contener la volatilidad son cada vez más costosas y menos efectivas. Pero mientras en la coalición del FdT existan sectores que insistan en que financiar el déficit fiscal con emisión no causa la inflación, propongan salidas poco realistas que aumentan el gasto sin financiamiento e ignoren que no hay alternativa a lograr un equilibrio presupuestario en un plazo razonable, será imposible evitar una nueva espiral de inestabilidad, que como siempre castigará más a los sectores vulnerables que dicen representar.


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