Eduardo Galeano, un cazador de historias

Este lunes llega el último libro de Eduardo Galeano, “El cazador de historias”, a todas las librerías del país y Latinoamérica.

Producción: Horacio Lara

hlara@rionegro.com.ar

En “El cazador de historias”, el autor de “Las venas abiertas de América Latina” sale a cazar en la jungla de la actualidad para mostrarnos con crudeza, humor y ternura el mundo en que vivimos.

“Es que el siglo XXI no está resultando ser un gran siglo. Los abusos de un sistema formado por ricos cada vez más ricos y jodidos muy jodidos están a la orden del día. Siguen soñando las pulgas con comprarse un perro y los nadies con salir de pobres. En esta obra, que terminó un año antes de morir, Eduardo Galeano desnuda ciertas realidades que, pese a estar al alcance de la mano, no todos llegan a ver”, afirma Ezequiel Mario Martínez, desde la editorial Siglo XXI, quien festeja este lanzamiento mundial, que será hoy lunes.

“El cazador de historias” devela también al narrador que acecha detrás de todos los relatos. “Y así, aunque siempre fue reticente a hablar de sí mismo, Galeano cierra este libro con un puñado de bellas y poderosas historias que sorprenden tanto porque ofrecen pistas de su biografía, de sus años de infancia y juventud, de los primeros viajes por América Latina, de las personas que marcaron su vida y su escritura, como porque expresan sus ideas sobre la muerte. Lejos de cualquier lamento, con el puro impulso de la curiosidad y la imaginación, se pregunta cómo será el final, qué deseos, afectos o necesidades aparecerán entonces”, comparte Martínez. Para agregar: Galeano creó una obra que no pasó inadvertida, que culmina con este libro. “Varias generaciones la han leído con fruición y seguramente seguirán haciéndolo, porque algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende”.

¿Cómo surgió este último libro de Galeano? Carlos Díaz, quien fue su editor los últimos 10 años, con una relación muy cercana, cuenta: “Eduardo Galeano murió el 13 de abril de 2015. En el verano de 2014 habíamos cerrado hasta el último detalle de “El cazador de historias”, incluida la imagen de cubierta que, como solía suceder, él mismo había elegido, la del Monstruo de Buenos Aires que ilustra esta edición. Había dedicado los años 2012 y 2013 a trabajar en este libro. Dado que su estado de salud no era bueno, decidimos demorar la publicación, como un modo de protegerlo del trajín que implica todo lanzamiento editorial. En sus últimos meses de vida siguió haciendo una de las cosas que más disfrutaba hacer, que era escribir y pulir los textos una y otra vez. Había empezado una nueva obra, de la que dejó escritas unas cuantas historias; le gustaba la idea de llamarla ‘Garabatos’. Luego de su muerte, cuando fue posible retomar el plan de publicar ‘El cazador de historias’, volvimos sobre ese proyecto inacabado, releímos las historias y sentimos que varias de ellas tenían tanto en común con las de ‘El cazador’ que merecían integrarse al volumen. Por eso, una veintena de esos “garabatos” forman parte de este libro. Varios de ellos tenían como tema la muerte. Eduardo siempre fue un hombre sobrio, quizás haciendo honor a sus genes galeses de los que tanto renegaba, y no solía hablar en tono grave de sus enfermedades o dolencias, ni siquiera en los últimos tiempos. Este puñado de textos parecían ser una huella de lo que imaginaba o pensaba sobre la muerte. Son tan bellos e impactantes que quisimos incluirlos, y para eso nos permitimos sumar una cuarta parte al libro original. A esta sección le dimos el título de un poema que él había dispuesto como cierre del volumen, y que efectivamente clausura esta obra: “Quise, quiero, quisiera”. Fuera de estos agregados, respetamos todas sus indicaciones, obsesivas y amables como siempre”.

Galeano supo compartir alguna vez que “yo hago lo que hacen todos, que es recibir de la realidad imágenes, voces, sueños, pesadillas que devuelvo porque creo que vale la pena contagiarlas, y eso es lo que hacen todos. En realidad, las fronteras que separan los diferentes géneros literarios o los modos de ficción o los documentos son bastante dudosas. Es muy difícil establecer una frontera de la realidad; que es real cuando vive sus vigilias, camina por las calles, trabaja, conversa y que también es real cuando duerme o cuando se hace la dormida. O sea: los sueños son parte de la realidad. No es factible trazar límites. Yo trato de escribir sin ninguna restricción, y lo que hago proviene de todas partes, de episodios pasados, que me parecen que valen la pena transmitirlos, comunicarlos, perpetuarlos. Leyendas, mitos, cuentos pasados o presentes de historias que me siguen a la vera de los caminos, en mis andares. Palabras que provienen de las cosas que recojo en los cafés, en las calles, del ahora que también es historia. La historia la estamos haciendo aunque no sepamos. Sí, está bien, soy un recogedor, un cazador de palabras. Las encuentro por ahí y las devuelvo a los lectores. Pero no las devuelvo como las recibí, porque sería un estafador. Como me cuesta mucho escribir, lo hago diez, veinte, treinta, cuarenta veces cada cosa, cada texto; o sea que no es fácil: a veces, los textos tienen originariamente veinte páginas y se reducen a un sólo párrafo…”.

Eduardo Galeano, con Gelman y Bud Flakoll.

Galeano junto a su amigo Juan Carlos Onetti en Madrid.

El aliento perdido

Antes del antes, cuando el tiempo aún no era tiempo

y el mundo aún no era mundo, todos éramos dioses.

Brahma, el dios hindú, no pudo soportar la competencia:

nos robó el aliento divino y lo escondió en algún lugar secreto.

Desde entonces, vivimos buscando el aliento perdido.

Lo buscamos en el fondo de la mar y en las más altas

cumbres de las montañas.

Desde su lejanía, Brahma sonríe.

El viento

Difunde las semillas, conduce las nubes, desafía a los

navegantes.

A veces limpia el aire, y a veces lo ensucia.

A veces acerca lo que está lejos, y a veces aleja lo que

está cerca.

Es invisible y es intocable.

Te acaricia o te golpea.

Dicen que dice:

—Yo soplo donde quiero.

Su voz susurra o ruge, pero no se entiende lo que

dice.

¿Anuncia lo que vendrá?

En China, los que predicen el tiempo se llaman espejos

del viento.

Diagnóstico de la Civilización

En algún lugar de alguna selva, alguien comentó:

Qué raros son los civilizados. Todos tienen relojes y ninguno tiene tiempo.

El nuevo mundo

Quizás Ulises, llevado por el viento, fue el primer

griego que vio el océano.

Me imagino su estupor cuando la nave pasó el estrecho de Gibraltar y ante sus ojos se abrió esa inmensa

mar, vigilada por monstruos de fauces siempre abiertas.

El navegante no pudo ni siquiera sospechar que más

allá de esas aguas muy saladas y esos vientos bravíos había un misterio más inmenso, y sin nombre todavía.

Éramos bosques caminantes

Cada día, el mundo pierde un bosque nativo, asesinado cuando tiene unos cuantos siglos de edad y todavía crece.

Los desiertos estériles y las plantaciones industriales

en gran escala avanzan sepultando el mundo verde;

pero algunos pueblos han sabido guardar el lenguaje

vegetal que les permite entenderse con la fortaleza del roble y las melancolías del sauce.

La otra escuela

Ernesto Lange se crió en los campos de San José, en Uruguay.

Los gorriones acompañaron su infancia. Al atardecer, miles de gorriones se reunían en los ramajes de los árboles y juntos cantaban: cantando decían adiós al sol que se iba, y cuando caía la noche cantando seguían.

Eran feítos los gorriones, pero sonaba lindo ese coro que sin falta se reunía para cantar dando las gracias al sol que les había dado calor y luz.

La historia de Ernesto me hizo recordar lo que hace muchos años descubrí en un parque de Gijón: los pavos reales, las aves de más deslumbrante hermosura, desplegaban allí en soledad su abanico de plumas de colores y, llorando en soledad, gritaban alaridos, sin juntarse

con nadie, mientras la noche crecía y el día moría.

Elogio del viaje

En las páginas de Las mil y una noches, se aconseja:

—¡Márchate, amigo! ¡Abandónalo todo, y márchate! ¿De

qué serviría la flecha si no escapara del arco? ¿Sonaría como

suena el armonioso laúd si siguiera siendo un leño?

Anticipo


Producción: Horacio Lara

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