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Educar la madurez emocional

Quizás una de las mayores fallas en los fines de la educación argentina sea no tener en cuenta desarrollar en el educando la actitud de hacerse cargo de sus actos; es decir la educación, ya familiar o escolar, no se propone la formación de personas responsables.


Por cierto, el grado de madurez emocional del sujeto que se manifiesta en lograr su plena autonomía, debiera empezar a desarrollarse en el ámbito familiar. Pero este logro supone la existencia de padres dedicados a formar a sus hijos en el ejercicio de la tan digna acción de dar la cara, de responder por lo que se hace. Ser responsables.


Sin embargo, en la mayoría de los casos no es así. Muchos padres tienen poco o nada que transmitir en ese sentido porque el paternalismo, la demagogia y una tremenda confusión en el ejercicio de los valores no lo permiten.


Los padres en general -la experiencia áulica lo prueba- consideran que ser buenos y queribles es “ayudar” a sus hijos en las tareas escolares, hacerles fácil la vida, aliviarlos en las tareas, ser “amigos” de sus hijos y este gravísimo error ha devenido en la formación de personalidades débiles, carentes de fuerza para hacer frente a las obligaciones de la vida y actuar asertivamente cuando hay que decidir.


Sabemos que existir es recorrer un proceso, un traspaso de edades que cumplen una finalidad impuesta por la misma evolución humana: crecer en uno mismo, desarrollarse. Llegar a ser lo más que uno está destinado a ser.


Reconocemos las etapas a recorrer una vez que una vida nueva llega al mundo. Somos testigos de los cambios, tan significativos, que se dan en el proceso evolutivo de las edades desde la infancia a la adultez, y que atravesarlas responde a un fin natural de ir madurando el ser que somos hasta llegar al buen fruto que cada uno está destinado a ser.


Pero, ¿reconocemos, como adultos, esas etapas?, ¿propendemos o colaboramos para que, gradualmente, el ser que crece, que se desarrolla, lo haga realmente y llegue a ser autónomo, libre, seguro, y por lo tanto un feliz transeúnte en un mundo cada vez más difícil? (Subrayamos la palabra feliz).


Si no es así, ¡cuánto mal infligimos a la construcción de cada ser lanzado a las luchas del mundo cuando llega a su mayoría de edad!


Por otra parte, muchas fallas del hogar producidas fundamentalmente por ignorancia o un amor mal entendido, suelen ser corregidas en la escuela, pero en cuanto al tema de la madurez emocional del educando, no creemos que, ni siquiera, se tenga en cuenta como fin educativo.


Como resultado de este lamentable descuido, los seres inmaduros pueblan el país. No interesa la edad. Se pueden cumplir años; se puede llegar a la adultez y a edad de adulto mayor y, sin embargo, ser inmaduro, por lo tanto un individuo irresponsable. No asumido. No reconocido por sí mismo.


Los acontecimientos de estos días en torno a hechos discordantes entre lo que se dice-ordena y se hace, revisten y descubren esa realidad. Las actitudes del presidente revelan un caso manifiesto de inmadurez emocional. ¡Y cuánta gravedad tiene este hecho!


Conscientes de la situación, los ciudadanos preocupados por el país, urgidos por la necesidad de responder por el destino de la Argentina que es también nuestra responsabilidad, nos hemos preguntado: ¿en qué manos hemos depositado la conducción del país, de nuestra querida Argentina?


Tener madurez es asumirse, responder por los errores, rectificar rumbos. Mejorar. Superarse. Dar cuenta de los actos sin echar culpas.



Y hemos continuado con otra cuestión más preocupante aún: ¿nos damos cuenta, la mayoría de los argentinos, que de la conducción del país depende nuestra propia vida, la de nuestra familia, hijos, nietos, amigos y vecinos? ¿Somos conscientes del peligro que corre nuestra propia suerte tras las decisiones de quien o quienes presiden el destino del país?


Conocedores de la respuesta nos cuestionamos: ¿no será hora de que los argentinos nos hagamos cargo como copartícipes necesarios de la conducción de lo que aspiramos llegue a ser la gran Nación que fue?, ¿no es urgente que intervengamos aunque más no sea expresándonos?


Sentimos el peligro, bien sabemos que estamos en muy malas manos, las de quienes hacen guiados por una total falta de madurez emocional para gobernar.


¿Qué podemos esperar de las decisiones de un hombre cuando su indiscutida jefa debe decirle públicamente que no se enoje, que ponga orden (¿en su cabeza?) que marche hacia adelante?


La mayoría del pueblo, los que intentamos aprender a escuchar y actuar en consecuencia, tenemos opinión formada sobre la persona que con total desfachatez conduce al elegido por ella para gobernarnos.
Lo repetimos: tener madurez es asumirse, responder por los errores, rectificar rumbos. Mejorar. Superarse. Dar cuenta de los actos sin echar culpas. Aprender de los errores y continuar.


Tener madurez es mirar hacia adelante y no justificarse siempre en lo heredado, en la responsabilidad de los que estuvieron antes, a quienes, por cierto, deben exigirse también respuestas, explicaciones.
La falta de madurez emocional es inhabilitante. Y eso vale, en diferentes grados, por cierto, tanto y más para los que gobiernan como para los gobernados.

* Educadora. Escritora


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