¿Eficiencia Energética en época de crisis?

Por Andrea Heins

Desde hace varios meses los argentinos nos encontramos, una vez más, ante una profunda crisis económica. El sector energético no es ajeno la crisis, por el contrario, el sector energético siempre se ve significativamente afectado en épocas de crisis económicas, incluso muchas veces es el disparador de éstas.

Hasta principio de los años ‘70, la demanda energética era un indicador del funcionamiento de la economía. Esto fue así hasta 1973, año de la gran crisis del petróleo, momento en que los países desarrollados comenzaron a buscar la manera de seguir creciendo sin incrementar en igual proporción la demanda de energía, ya que el petróleo, principal fuente primaria, se había convertido en un producto escaso y caro.

La solución no fue inmediata, la reversión de la recesión mundial apareció hacia finales de la década del ’70. En esos años los países desarrollados, liderados por Estados Unidos, Europa y Japón, comenzaron a trabajar para reducir el consumo de energía por unidad de PBI -parámetro conocido como Intensidad Energética-. No solamente lo consiguieron, sino que además entendieron que aquellos aprendizajes había que mantenerlos e incluso profundizarlos aún recuperada la época de bonanza económica y la disponibilidad de petróleo en el mercado.

Si venimos algunas décadas más cerca, podemos ver algo parecido durante la crisis mundial del 2008-2009. El PBI de la Unión Europea cayó un 4% entre 2007 y 2009, mientras que la demanda de energía en el mismo período bajó un 6%. Si vemos un período más extenso, con crisis y años de crecimiento, en el período 2000-2016 el PBI de los países de la OCDE aumentó un 27%, sin embargo, su consumo energético se mantuvo prácticamente constante. Para que no queden dudas: la economía creció un 27% SIN aumentar el consumo de energía.

¿Qué ocurrió en nuestro país durante la crisis del 2001? entre 2001 y 2002 el PBI cayó un 15%, mientras que el consumo de energía lo hizo solo en un 4%. ¿Qué significa esto? Que ni aún nuestra peor crisis de los últimos 20 años fue suficiente disparador para que tomemos conciencia del impacto que tiene la energía en la economía. La crisis no nos sirvió como punto de inflexión, como ocurrió a nivel mundial, pero además dejó instalado un esquema de subsidios que profundizaron la desvalorización de los recursos energéticos. Una desvalorización en términos económicos relativos, pero también culturales, relacionado con el valor que le damos como sociedad a esos recursos.

¿No sería momento que empecemos a tomar la crisis como una oportunidad y no enfocarnos solamente en atender la coyuntura? ¿Cómo lograrlo? Con eficiencia energética.

La eficiencia energética permite disminuir los costos de energía, haciendo más competitiva cualquier actividad económica, no importa el sector ni el tamaño.

En algunos casos incluso puede generar esa diferencia necesaria para no quedar fuera del mercado. Existen a nivel internacional, y también en nuestro país, experiencias concretas de empresas que han reducido entre un 10% y un 30% sus consumos energéticos en menos de un año y sin grandes inversiones, algunas incluso en menos de dos meses; con medidas derivadas de la incorporación de Sistemas de Gestión de la Energía.

Con una inversión mínima, pero un fuerte cambio en el modo de hacer las cosas, en cómo se gestiona la energía dentro de la organización, estas mejoras son posibles y los beneficios son sostenibles en el tiempo. No se trata ni más ni menos que realizar un ejercicio ordenado y a conciencia de dónde se usa la energía, para qué y cuánto se usa, así como identificar las variables, procesos y personas que impactan sobre esos usos. Sistematizar este ejercicio permite ordenarse y generar un valor adicional que se verá directamente en los costos energéticos y el margen del negocio.

Si logramos modificar nuestros hábitos de consumo de energía, y lo hacemos bien, lo capitalizaremos más allá de la crisis, como sucedió en los países desarrollados; incluso en escenarios futuros de abundancia de energía, como puede ocurrir con un desarrollo como el de Vaca Muerta. Si somos eficientes en nuestro consumo tendremos beneficios individuales pero también a nivel país habrá mayores saldos exportables y la consecuente mejora en la balanza comercial; incrementaremos el porcentaje de energías renovables en la matriz; reduciremos los requerimientos de infraestructura de transporte y distribución, que actualmente son deficitarios; y, no menos importante, contribuiremos a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que generan el cambio climático.

En conclusión, existen experiencias sobradas que demuestran que se puede crecer sin incrementar el consumo de energía, que se pueden obtener ahorros significativos haciendo un uso más responsable de los recursos, y tenemos disponibles las herramientas necesarias para lograrlo. Lo único que nos falta, y probablemente lo más difícil, es que todos y cada uno de nosotros entendamos la oportunidad que tenemos a nuestro alcance, asumamos la responsabilidad que nos toca, y actuemos en consecuencia.

(*) La autora es consultora independiente y exsubsecretaria de Ahorro y Eficiencia Energética de la Nación.


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