“El adiós a Lucy Cantero”

Lucy Cantero murió al volver del norte neuquino, donde había estado encendiendo las luminarias. Esas lucecitas como estrellas, que cada 2 de mayo recorren y comunican las moradas campesinas, a la vera del río Neuquén, todavía torrente. Allí nació Lucy hace 88 años. Se llamaba en realidad Lucía Jara. En la APDH la conocimos a fines de 1976. Había estado presa por más de un año, junto con un grupo de jóvenes del barrio Sapere que sufrieron los anticipos del terrorismo de Estado. Desde hacía tiempo, Lucy acompañaba acciones por conflictos vecinales y laborales. Desde Villa Regina a Zapala, venían a convocarla porque la necesitaban en la barricada. Y Lucy se prendía. Discurso de vanguardia desde la base, acciones concretas sin escamotear nunca el cuerpo. Vino a la APDH para luchar por la aparición con vida de dos fervorosos militantes de Sapere: Orlando Cancio y Javier Seminario, un estudiante peruano de la facultad de Challacó, que era el compañero de su hija Graciela. Pero Lucy luchó por todas las víctimas y se comprometió en todas nuestras acciones. De entrada supo explicar que el Proceso no venía sólo a arrasar con los derechos políticos, sino a llevarse los logros de las luchas proletarias. Cuando fuimos en grupo a Buenos Aires para radicar las denuncias ante la Comisión de DD.HH. de la OEA (año 1979), Lucy fue motor de los indecisos y respaldo de los temerosos. Convirtió el viaje en tren en un seminario itinerante, porque sabía analizar conceptualmente la realidad desde la propia realidad, sin manuales, en una amalgama risueña de anécdotas, historias increíbles pero veredes, pinceladas, chispazos y recuerdos. Era como estar en el cine. Lucy conocía la Capital. Había salido a conquistarla con escasos 20 años. Fue costurera para “clientes finos”, extra de cine, comparsa en orquesta típica. Eran los tiempos entusiastas del primer peronismo, donde todo parecía posible. Y Lucy se hizo peronista. Al volver al Valle –prole numerosa, oficios varios, solidaridad inagotable– ella lideró la conversión de Sapere de toma en barrio, donde en plena dictadura de Onganía el poder militar no pudo dictar exclusiones. Por entonces –ella también– tuvo una conversión en sus raíces ideológicas. Su militancia en los 70 fue riesgosa, coherente, ejemplar. Y de pronto, Lucy necesitó volver a sus raíces existenciales. Y lo logró. Se instaló cerquita de donde había nacido y convirtió ese erial en un vergel. Durante años crió chivas, llamas, vacas, gansos. Habló con los pájaros, escuchó el paisaje. Y cada 2 de mayo encendía las luminarias. Un caleidoscopio luminoso, la vida de Lucy Cantero. Esa vida que nos ilumina aun después del adiós. Un adiós que fue homenaje, el domingo pasado en sus funerales, por parte de una casi muchedumbre: todos nosotros que tanto la quisimos y que de ella aprendimos tanto. Noemí Labrune, DNI 2.801.120 Cipolletti

Noemí Labrune, DNI 2.801.120 Cipolletti


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