El burócrata del horror pide perdón
Gröning fue el contable en Auschwitz, donde decidió sobre los bienes de miles de asesinados.
LUNEBURGO, Alemania (AFP/ DPA).- Oskar Gröning, de 93 años, nunca ha ocultado su afiliación entusiasta al nazismo y no tiene reparos en describir su estancia en Auschwitz, por la que ayer pidió “perdón” en el juicio abierto contra él en Alemania. El exmiembro de las SS nazis, acusado de complicidad en 300.000 asesinatos en el campo de exterminio, reconoció su “culpa moral” y mostró su arrepentimiento a las víctimas y supervivientes al comenzar a ser juzgado en un mediático proceso en Alemania. “Para mí es indiscutible que moralmente fui cómplice”, señaló Oskar Gröning, en la primera jornada del que podría ser uno de los últimos grandes juicios a criminales de guerra nazis. “Ustedes deberán resolver la cuestión de la culpa penal”, dijo a los jueces. Gröning admitió haber tenido conocimiento ya a su llegada al campo de Auschwitz en 1942 de que los judíos estaban siendo asesinados en cámaras de gas. Luego se dirigió a las víctimas y supervivientes, algunos de ellos presentes en el juicio, para asegurarles que se arrepentía de su actuación. “Nunca he hallado la paz interior”, confesaba a finales de 2014 este anciano al diario “Hannoverische Zeitung”. Todavía guarda un aire con el joven militar triste fotografiado durante la Segunda Guerra Mundial, con su grupo sanguíneo, “O”, tatuado en el brazo izquierdo, como todos los SS. A diferencia de muchos exnazis, Gröning no ha disimulado su enrolamiento en las Waffen SS en 1941, por las que, con 20 años, se sentía atraído por “la elegancia del uniforme”. Tampoco el empeño que puso en su trabajo de contable en Auschwitz entre 1942 y 1944. Integró las juventudes de Stahlhelm y vivió en un entorno antisemita. Como le interesaban más las cifras que las armas, Gröning ocupó un puesto administrativo en las SS y en 1942 fue destinado a Auschwitz, en la Polonia ocupada, para juntar los billetes de los deportados y enviarlos a Berlín. “Vi prácticamente todas las divisas del mundo”, al separar los zlotys de los dracmas, florines o liras, mientras que sus propietarios morían en las cámaras de gas, ejecutados, de hambre o por malos tratos. Apoyó el principio del exterminio, “un instrumento para librar la guerra con métodos avanzados”. Pero cuando vio a un soldado matar a un bebé lanzándolo contra un pared pidió su traslado. Rechazaron su solicitud, y dos posteriores. Acabó por aclimatarse. Tras la guerra regresó a su región natal. Se casó, tuvo dos hijos y trabajó en una vidriería. Ya jubilado, en 1985, resurgió su pasado. “Describiría mi papel como el de un pequeño engranaje”, dijo.
Comenzó uno de los últimos juicios a exjerarcas nazis
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios