El carácter estratégico de los hidrocarburos
Por Mauricio Cacciatore
Mal que les pese a los neoliberales, los hidrocarburos no son una simple mercadería -un commodity- sino una materia prima poder, pues tanto el petróleo como el gas son bienes no renovables, estratégicos y, para muchos países, entre los que nos encontramos, escasos. Entre las pocas naciones que adscriben a la visión neoliberal, la Argentina es la única que ha adherido a la teoría a ultranza, sin adoptar ni el más mínimo recaudo en defensa de los intereses nacionales. En el otro bando se anotan, desde los Estados Unidos -cuyo Estado federal, sin poseer empresas públicas, se apropia de gran parte de la renta petrolera y sí tiene la propiedad de las reservas estratégicas, entre las que están los yacimientos marinos y gran parte de los situados en Alaska- hasta los latinoamericanos más importantes como el Brasil, México y Venezuela que, como buenos seguidores de las ideas de Hipólito Yrigoyen y Enrique Mosconi, mantienen en la órbita estatal a sus empresas petroleras. Además, a los tres les va bastante mejor que a nosotros, siendo una de las causas la apropiación estatal de la renta de los hidrocarburos.
No viene al caso historiar el peso decisivo que tuvo el petróleo en la definición de las dos guerras mundiales, pero sí recordar que la no finalizada Guerra del Golfo Pérsico de 1991 y la actual Guerra del Caspio o del Asia Central, son conflictos provocados por la posesión de las mayores reservas de hidrocarburos del planeta y, consecuentemente, por la seguridad de los abastecimientos energéticos de las grandes potencias en los próximos cincuenta años. En el mundo actual, si existen reservas de petróleo y gas, la potencia hegemónica y sus socios menores se encargan de establecer gobiernos sátrapas, utilizando para tal fin todos los medios necesarios, incluso las operaciones militares y el terrorismo; el golfo Pérsico, el Asia Central y Somalia son claros ejemplos.
A los integrantes del Grupo de los 7 (las naciones más industrializadas del planeta), más que los volúmenes producidos, les importan las cantidades que están debajo de la superficie, es decir, las reservas. Contrariamente, el Poder Ejecutivo neuquino muestra a las claras que sólo le asigna valor al petróleo extraído, como lo demuestran las leyes 2.453 y 2.454, «Dominio de los yacimientos de hidrocarburos en la provincia» y «Fijación del valor de los combustibles líquidos», respectivamente, aprobadas por la Legislatura de la provincia (bloque oficialista y sus satélites) el pasado 10 de marzo. Carlos Menem y el hoy gobernador Jorge Sobisch cuando llegaron al poder, lo adoptaron y utilizaron para justificar sus involuciones ideológicas. Estas son algunas de las causas que hacen que en los eventos energéticos internacionales independientes, es decir, no monitoreados por las empresas, la Argentina sea considerada como «el hazmerreír energético del mundo».
Vaya paradoja… nos hablan de defender nuestro patrimonio en pos del «desarrollo sustentable» (¿conocerán el significado de sustentabilidad o de la preservación de los recursos para las generaciones venideras?) y que «a más ingresos por regalías, más prosperidad para nuestro pueblo…». Ellos han tenido o tienen, según nos paremos en el devenir histórico, pasado o presente, las herramientas para comenzar a cambiar la historia de nuestra decadencia, que es sinónimo de recuperación del carácter de nación soberana. Su legitimidad no dependerá de las formalidades de su elección, sin de la aceptación que su gestión genere en el pueblo. Vienen al caso las palabras que el «Che» Guevara le escribía a su madre: «Mi más completa decepción se produce frente a algunas situaciones ni fu ni fa, de las cuales creía que se podía sacar algo. Ahora me convencí terminantemente de que los términos medios no pueden significar otra cosa que la antesala de la traición», o como también las de Arturo Illia: «Ningún país puede pensar en desarrollarse sobre bases coloniales». Hoy, mal que nos pese, nuestra «exitosa» provincia del Neuquén es «casi» una colonia.
Convendría releer estos párrafos, una y otra vez…: «Los gobernantes son simples apoderados del pueblo, que obran en su representación y por mandato expreso en las funciones que tienen delegadas. Y si cualquier mandato es revocable y puede anularse cuando el mandatario no se ajusta o contraría las instrucciones del mandante, no hay razón para que esté impedido de hacerlo igual con sus mandatarios públicos. Creemos que la sola incorporación del principio tendrá el efecto deseado, morigerador, en previsión contra toda demasía. No bastaría, en sustitución, dictar disposiciones que restrinjan y delimiten los alcances de cada función. Está visto que las mismas leyes que son reconocidamente buenas, y hasta muy buenas, en su aplicación honesta y leal, han servido para cohonestar los más inicuos atropellos y fraudes cuando fueron torcidamente interpretadas o aplicadas con maña. Con razón se ha dicho que la maldad no está tanto en las leyes como en los encargados de aplicarlas. Es una verdad inconclusa. Y por eso hacen falta preceptos constitucionales capaces de cohibirlos, que les hagan meditar sobre las consecuencias legales y morales que les puede traer el desenfreno del abuso, el empecinamiento de la terquedad o del capricho ensorberbecido. A la luz de la experiencia de los hechos, todo recaudo es poco para precaverse cuando hemos visto a tantos mandatarios convertirse prácticamente en los dueños del país (o de la provincia) una vez llegados al poder, usufructuándolo para ellos y sus partidarios únicamente y comportándose con el resto de la población como si fueran los amos del pueblo y no sus servidores»… Estas palabras le pertenecen al convencional constituyente Angel Edelman escritas de su puño y letra en el año 1957 y a la postre, gobernador de esta provincia. Lo escrito entre paréntesis es nuestro.
Una conclusión tenemos ante nosotros los legítimos y perentorios requerimientos de todos los hombres que habitan el suelo neuquino a una mayor participación en el poder, a una mayor participación en la cultura y a una mayor participación en la riqueza. Creemos que solamente guiados por éstos y otros principios rectores podremos humanizar el derecho y la economía, para que realmente la democracia, que es un estilo de vida, superando la sola formalidad de la democracia política, llegue a satisfacer las necesidades básicas para el desarrollo del hombre y de todos los hombres. Sólo así lograremos complementar la democracia política, con una democracia cultural y con una democracia económica que les permitan, a cada hombre y a la sociedad entera, el acceso a todos los bienes que ellas representan.
Mal que les pese a los neoliberales, los hidrocarburos no son una simple mercadería -un commodity- sino una materia prima poder, pues tanto el petróleo como el gas son bienes no renovables, estratégicos y, para muchos países, entre los que nos encontramos, escasos. Entre las pocas naciones que adscriben a la visión neoliberal, la Argentina es la única que ha adherido a la teoría a ultranza, sin adoptar ni el más mínimo recaudo en defensa de los intereses nacionales. En el otro bando se anotan, desde los Estados Unidos -cuyo Estado federal, sin poseer empresas públicas, se apropia de gran parte de la renta petrolera y sí tiene la propiedad de las reservas estratégicas, entre las que están los yacimientos marinos y gran parte de los situados en Alaska- hasta los latinoamericanos más importantes como el Brasil, México y Venezuela que, como buenos seguidores de las ideas de Hipólito Yrigoyen y Enrique Mosconi, mantienen en la órbita estatal a sus empresas petroleras. Además, a los tres les va bastante mejor que a nosotros, siendo una de las causas la apropiación estatal de la renta de los hidrocarburos.
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