El Cervantes de Blasco Ibáñez

CÉSAR ANÍBAL FERNÁNDEZ (*)

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”. Seguramente Vicente Blasco Ibáñez recordaba ese primer párrafo del Quijote cuando partía desde la estación de trenes de Fuerte General Roca escondido en un ropero o disfrazado de mujer (son dos las versiones), perseguido por los colonos valencianos que había traído desde España con promesas de prosperidad nunca cumplidas. Seguramente también pensaba que la Mancha era intercambiable por la Patagonia y él era ese hidalgo venido a menos que en vez de cabalgar en un “rocín flaco” lo hacía oculto en un tren que lo alejaba de estas tierras inhóspitas. Era un día de 1914. Vicente Blasco Ibáñez nació en Valencia (España) el 29 de enero de 1867 y murió en Menton (Francia) el 28 de enero de 1928, cuando iba a cumplir 61 años. Se graduó de abogado en 1888, aunque prácticamente no ejerció su profesión. Opositor a la monarquía, estuvo preso varios meses durante 1896. Fue diputado en representación del Partido Republicano entre 1898 y 1907. Su tarea como escritor lo ubicó en el sitial más destacado de la literatura de lengua española. La obra más difundida, “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” (1916), se constituyó en uno de los primeros best sellers a nivel mundial y figura entre las cien mejores novelas publicadas en nuestro idioma durante el siglo XX. Otra narración de éxito internacional fue “Sangre y arena” (1908), llevada al cine en cuatro versiones (1916, 1922, 1941 y 1989), la tercera con la actuación de Rita Hayworth, Anthony Quinn y Tyrone Power y la última, con la participación de Sharon Stone y Christopher Rydell. Escribió también “Entre naranjos”, “Los argonautas”, “Catedral”, “Amor y tartana”, “El intruso”, “El papa del mar”, “El fantasma de las alas de oro”, “La araña negra”, “La barraca”, “La bodega”, “La condenada y otros cuentos”, “La maja desnuda”, “Luna Benamor”, “Mare Nostrum” y “Flor de mayo”, entre otros. Vicente Blasco Ibáñez fue corresponsal en Europa del diario “La Nación” y fundador de dos pueblos: Cervantes en Río Negro y Nueva Valencia en Corrientes. El 6 de junio de 1909 llegó al puerto de Buenos Aires invitado por el presidente José Figueroa Alcorta para las fiestas del centenario. “Lo esperaban más de 10.000 personas que, en agitada aglomeración, siguieron el coche que lo condujo desde el desembarcadero de la dársena norte hasta el Hotel España”. Deslumbrado por la que llamaría la París de Sudamérica, dictó conferencias sobre Richard Wagner, la novela naturalista y Emilio Zola, el Quijote, Napoleón Bonaparte, los pintores del Renacimiento y la Revolución francesa. Entre los invitados extranjeros también figuraba lo más destacado de la intelectualidad del mundo de habla española y francesa –escritores como Ramón del Valle Inclán, Anatole France y Jacinto Benavente o estadistas de la valía de Jean Jaurès o George Clemanceau–, pero ninguno de ellos conmovió a las multitudes como este escritor y político valenciano. Horacio Salas señala que “con habilidad desde el primer día demostró un interés por el país que sedujo tanto al público como al periodismo. Quienes lo interrogaron al llegar, lo oyeron decir exactamente aquello que esperaban: las virtudes del carácter nacional, la belleza de las mujeres y el sorprendente desarrollo y el promisorio futuro de la República. No era preciso más para que lo amaran, y eso hicieron”. El 4 de octubre de 1910 por decreto del Poder Ejecutivo le concedieron 2.500 hectáreas en la Colonia General Roca. Sobre esa base fundó la Sociedad Cooperativa de Irrigación Colonia Cervantes y emprendió la tarea de traer inmigrantes valencianos. Viajó a su país con ese encargo y al poco tiempo llegaron 25 familias con cerca de 150 integrantes. Puestos al trabajo, nivelaron 1.800 hectáreas y excavaron un canal de riego desde el río Negro, pero el agua no llegaba a la mayoría de las chacras. Instalaron bombas de agua –cuyos restos están a la vera de la Ruta 22, cerca de los Tres Puentes entre Cervantes y Mainqué– pero el dinero prometido por el gobierno nacional para la construcción de sus casas no llegó nunca, los contratistas no cumplieron lo acordado y ante el enojo de sus paisanos Blasco Ibáñez debió escaparse en el tren con destino a Buenos Aires, dejando tras sí un mar de deudas. Ésta es la historia que solían contar mis abuelos. Algunos de los colonos, entre los que se mencionan apellidos como Saval, Maset, Ferrer, Garrido, Villaba, Latorre y Peixo, se quedaron en lo que más tarde se llamó Colonia Cervantes y hoy, sólo Cervantes. Los primeros pobladores emigraron a distintas localidades del Alto Valle, varios a Buenos Aires y unos pocos regresaron a España. Tal vez esos valencianos contribuyeron a la difusión del “che”, interjección que hoy es símbolo de la identidad lingüística nacional. El canal de riego con la estructura actual llegó, finalmente, en 1921. Vicente Blasco Ibáñez nunca olvidó su estadía en el Valle, cuyo arribo fue patrocinado por un presidente de la Nación al que apodaban “Jettatore”. Se trata, pues, de un caso poco común; uno de los más importantes escritores de habla española de fines del siglo XIX y principios del XX designó a un pueblo con el nombre de otro escritor, el más grande novelista de todos los tiempos: Miguel de Cervantes. El paso de Blasco Ibáñez quedaría incompleto si no se mencionara la única obra que escribió sobre nuestro país, “Argentina y sus grandezas”. Se trata de una extensa obra de cerca de ochocientas páginas con abundante material fotográfico que muestra el país del centenario. El autor comienza dando una visión histórica que parte de Juan Díaz de Solís hasta 1910. Describe el territorio por sus regiones geográficas mencionando su fauna, clima y flora y sus posibilidades de desarrollo. Recorre los períodos históricos de la conquista, colonización e independencia y destaca el futuro argentino generado por el avance del ferrocarril, el alambrado y el “Remington”. Señala los avances obtenidos gracias a la política educativa marcada por la enseñanza laica, gratuita y obligatoria. Por último, describe todas las provincias y los territorios nacionales –entre ellos Río Negro, donde fundó Cervantes–. En el final de la obra manifiesta que “La República Argentina necesita gente. No será el humo de las batallas –dijo Alberdi– sino el humo de las locomotoras el que liberte a Sud-América de su principal enemigo: el desierto”. Debe indicarse que, no obstante la ideología socialista del autor, hay muy poco sentido crítico en lo que observa y analiza. No sólo reproduce lo que en esa época era “políticamente correcto”, sino que también refleja, sin tamizarlos, los prejuicios hacia los pueblos originarios y los afrodescendientes y presenta a la Argentina como un país “sólo de blancos”. Blasco Ibáñez está ligado a nuestra historia. Fundó pueblos, recorrió el país y dio conferencias reuniendo multitudes. Cometió errores y tuvo grandes fracasos, pero, como dijera el premio nobel de literatura (1921) Anatole France, “lo más importante fue la novela de su vida”. Hoy pocos recuerdan su paso y esta nota es un homenaje a su memoria. (*) Miembro de la Academia Argentina de Letras por la provincia de Río Negro


Exit mobile version