El control popular
Parecería que el gobernador chaqueño Jorge Capitanich ya se ha arrepentido de haber lanzado “para el debate público” la idea de someter a los periodistas al “control popular”, es decir, al control gubernamental. Puede que su planteo haya merecido la aprobación de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y los integrantes más autoritarios del oficialismo actual, pero también ha servido para ubicarlo en el campo antidemocrático, desliz que podría costarle muy caro en el futuro. Por tratarse de un hombre ambicioso que había esperado ser nominado para el puesto que, para sorpresa de todos salvo la presidenta misma, terminó ocupando Amado Boudou, a Capitanich le convendría tomar en serio la reacción frente a la sugerencia que formuló tanto de los políticos opositores, que la calificaron de “fascista” y “estalinista”, como de los voceros de organizaciones vinculadas con el periodismo. Le guste o no le guste a Capitanich, en adelante figurará entre los enemigos de la libertad de expresión. Por lo demás, el que haya querido disciplinar a los periodistas justo cuando se difundía información acerca del uso del avión de la gobernación provincial por Leopoldo Fariña, el personaje acusado de ser el valijero de los socios del fallecido Néstor Kirchner, para trasladarse a Uruguay, hace pensar que está mucho más interesado en impedir que la ciudadanía se entere de más detalles de ciertas actividades suyas que en desbaratar las eventuales “operaciones, engaños y ardides” que supuestamente le preocupan. De todas maneras, sucede que en sociedades democráticas, a diferencia de las totalitarias, los medios se someten todos los días al “control popular”. Si el público decide que no vale la pena prestar atención a los periodistas de un diario determinado, una radio o un canal televisivo, dejará de comprarlo, escucharlo o mirarlo. Desgraciadamente para políticos como Capitanich, en los años últimos los más perjudicados por el “control popular” han sido los medios oficialistas, muchos de los cuales dependen por completo de la pauta publicitaria estatal. Si no fuera por esta realidad tan frustrante, los kirchneristas ya hubieran logrado remplazar a los medios aun independientes por sus propias creaciones “militantes”, pero hasta ahora todos sus esfuerzos en tal sentido han fracasado, de ahí el recurso a métodos intimidatorios destinados a privar a los grupos considerados opositores de los ingresos que necesitan. Si bien los kirchneristas han logrado debilitar económicamente a aquellos medios que se resisten a comprometerse plenamente con “el proyecto” personal de Cristina y sus amigos, los oficialistas, víctimas ellos del “control popular”, no han sabido aprovechar la oportunidad así posibilitada: si no fuera por los subsidios generosos, costeados por los contribuyentes, que reciben aquellos empresarios oficialistas que sueñan con transformarse en magnates periodísticos, muchos tendrían que dedicarse a otra cosa. La ofensiva kirchnerista contra la prensa se inspira no tanto en las presuntas preferencias ideológicas de la presidenta y sus partidarios cuanto en su incapacidad evidente para persuadir a sus críticos de que sería mejor para todos que se limitaran a cantar loas al gobierno, sumándose al coro peripatético de aduladores que asiste a las funciones oficiales y pasando por alto temas desagradables como los supuestos por una tasa de inflación que está entre las más altas del mundo, la persistencia de la pobreza extrema, la inseguridad ciudadana, los estragos causados por la droga y, desde luego, la corrupción que es inherente a un “modelo” económico basado en el “capitalismo de los amigos”. Para justificar el odio que sienten por quienes aluden a las muchas lacras de la gestión de Cristina, personajes como Capitanich procuran convencerse de que todo cuanto les disgusta de la realidad nacional es un invento de periodistas antipopulares que, para desprestigiar a un gobierno progresista, no vacilan en organizar “campañas de prensa” en su contra. ¿Es lo que realmente creen? Es poco probable. Antes bien, entienden que, tal y como están las cosas, su enemigo principal es la verdad y que, a menos que consigan ocultarla intimidando a la prensa que no depende de la pauta publicitaria gubernamental, tarde o temprano les llegará la hora en que les toque a ellos enfrentar el control popular.
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