El desafío al Estado

De la mano de la ley y aguantando muertos

Redacción

Por Redacción

ETA carece de fuerza militar.

Pero no de frenesí criminal.

No es guerrilla. Es, a lo sumo, balazo y bomba favorecidos por la traición y el descuido. Acción fundada en la una convicción extrema destinada a lograr bestialmente un objetivo no carente de legitimidad: la independencia del País Vasco.

Porque ETA mata desde un convencimiento: en lo concerniente al tema vasco, en España hay un conflicto político sin resolver.

“La cuestión vasca -dice el sociólogo español Ignacio Sotelo-, lejos de ser compleja y de difícil comprensión, se muestra de una sencillez pasmosa: consiste, simplemente, en el choque de dos posiciones incompatibles entre sí; para los unos, que cada vez son más, no hay justificación alguna para matar, el derecho a la vida es un derecho fundamental que no admite matizaciones y, por lo tanto, no se pueden poner condiciones para dejar de matar. Para los otros, los llamados nacionalistas, en toda su variada gama de tonalidades, el que ETA mate revela un conflicto político de fondo, y no cabe aspirar a la paz sin que de algún modo se haya encarrilado una solución política. Los que mezclan el tema de la paz con la solución del conflicto político que existiría en el País Vasco protestan contra ETA porque mata; y contra el gobierno, porque no ofrece soluciones políticas al conflicto de fondo”.

Pero éste es un planteamiento con escasa consistencia.

Porque como lo señalan Sotelo y el grueso de los intelectuales españoles de mayor gravitación -Fernando Savater, Javier Tusell y Santos Juliá, entre otros- aquel planteamiento da “por válida la vigencia de un dogma superado en la conciencia de las mayorías: que la conquista de la soberanía justificaría matar”.

A ETA no le interesa la desactualización de ese dogma. Lejos está de reflexionar sobre la mutación que en favor del derecho a la vida se produjo en España a partir de tanta carga de sangre que tiene su historia.

Inmersa en la dialéctica del balazo, ETA apunta a poner de rodillas al Estado. Obligarla a negociar sin condiciones.

Y si en ese camino el Estado pierde la calma, mejor para ETA. ¿Qué sería perder la calma?

Ir a buscar a ETA por fuera de la ley. Ensuciarse las manos en la madrugada. Responder al asesinato con una apuesta doble. A la necesidad de información con la tortura. Todo al amparo que otorga el aparato de Estado cuando hace de lo ilegal un método.

La lucha contra ETA tiene antecedentes en la materia. Los Guerrilleros de Cristo Rey y el Antiterrorismo-ETA fueron dos de los grupos conformados durante el régimen de Francisco Franco para combatir a los etarras.

Y durante el gobierno de Felipe González surgieron los Grupos Antiterroristas de Liberación. Mató a dos decenas de etarras en el exterior.

Pero no. El Estado español no quiere más degradaciones. Prefiere los condicionamientos que impone la ley. No cortarse por la vía rápida. No igualarse a los pistoleros de ETA. Así se maneja. Y esto más allá de algún hecho puntual de violación de derecho a la hora de reprimir.

Aguantar muerto a muerto. “Juntar orines”, dicen los españoles.

-¿Qué sabe usted de Argentina? -le preguntan al español Pepe Carvalho, ese personaje que, novela mediante, hizo famoso a Manuel Vázquez Montalbán.

-Desaparecidos -responde Pepe.

Respuesta reveladora sobre una tentación que con firmeza esquiva España. No es poco ante ETA.

Carlos Torrengo


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