El disparador: Fácil lo difícil

Juan Ignacio Pereyra

pereyrajuanignacio@gmail.com

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Viernes. Atardece. En Martínez, en la calle, un auto acelera y alguien apura el paso. La prisa para llegar a algún lado, ¿cuándo se termina? A un costado, tal vez. Entro a un café: en un rincón, un adulto conversa con un adolescente. Enseguida descubro que son padre e hijo.
El hijo está entusiasmado con una conferencia que vio en Internet. Se la hace escuchar al padre. Son algo más de diez minutos, que intentaré resumir –con el riesgo que eso conlleva–. Es una investigación de la universidad de Harvard, que empezó en 1938 –y sigue en desarrollo–, para entender cómo se logra una buena vida. ¿Qué nos mantiene saludables y felices? ¿Dónde invertirían ya, ahora, su tiempo y energía para alcanzar el mejor futuro?
El estudio comenzó con el análisis de más de 700 personas de diferentes clases sociales. Más de 75 años después, y con miles de páginas de información recopilada, los investigadores concluyeron que felicidad y salud no dependen directamente de riqueza, fama o trabajar mucho. “Las buenas relaciones nos hacen más felices y más saludables. Punto”, dice el conferencista.
El hijo mira al padre. El padre mira la pantalla del celular de su hijo. Creo que ninguno percibe mi indiscreción. Escucho algunas frases más. Que lo que importa es la calidad de las relaciones más cercanas. Que podemos estar solos en la multitud o en un matrimonio. Que vivir en conflicto permanente es muy malo para la salud. Que las relaciones buenas y cálidas dan protección al cuerpo y al cerebro. Que las buenas relaciones pueden no ser armoniosas todo el tiempo. Que las relaciones son un lío, son complicadas, y que cuidar a la familia y a los amigos no es atractivo ni glamoroso: dura toda la vida. Que esta sabiduría es vieja como el tiempo.
El hijo, sorprendido, le dice al padre que estos tipos se pasaron más de 75 años para investigar algo que ya se sabe. Y pregunta: “Viejo, si lo sabemos, ¿por qué no lo hacemos?”.
–Si respondo, seré aburrido. Si no, misterioso.
–Uh, no la compliqués, ¿por qué no hacés fácil lo difícil?
–¿Viste que no necesitás respuesta?

Juan Ignacio Pereyra

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