El disparador: Tres madres

Datos

Tres madres hablaban en el café de la esquina de casa. Una era morocha, tenía dos hijas y había adoptado un niño peruano. La otra, de pelo corto y algo chillona, se había hecho una inseminación artificial. La tercera era divorciada y tenía dos hijos. Las tres rondaban los cuarenta y pico. Todo esto lo entendí tras oírlas durante una hora en la que –creo– intentaron alivianar la mochila de la cotidianidad.
Dijeron muchas cosas. Que en la mayoría de los hogares el padre está ausente porque trabaja, o porque simplemente no está nunca. Que la maternidad está muy idealizada, entre otras cosas, porque son los hombres los que la suelen relatar, incluso en la literatura. Que recién ahora las mujeres empiezan a elaborar el discurso de la maternidad y se dan cuenta de que no es como se los habían contado o, más bien, que no les habían contado la historia completa. Que igual ser madres es maravilloso.
Dijeron más. Que muchos de los conflictos surgen porque no se dicen las cosas: desde un gay que no sale del closet y sufre muchísimo hasta los padres que le esconden a un hijo que es adoptado. Que la discriminación duele mucho, pero hay que combatirla. Que los silencios son parte de la vida y existen aunque se quiera contar todo. Que los niños necesitan más que nunca de la palabra, porque se la pasan todo el día con el celular. Que termina mal inventar un cuento para reemplazar la verdad. Que hay momentos para decir las cosas, pero que hay que decirlas. Que si los padres se separan, se separan. Que duele y el dolor es parte de la vida. Que mejor eso a encarcelar la vida en una casa de cartón. Siguieron. Que una le da todo a los hijos y que el hijo empieza a ser más reciproco cuando crece, pero nunca es equilibrado ese intercambio. Que todo el mundo tiene un hijo imaginario y que ver al real duele, aunque difícilmente se conoce al hijo. Que fue terrible cuando la hija mayor llamó y dijo que ya no necesitaba más de su dinero. Que tuvo que aprender a dejar ir a la hija y que eso debe ser el dolor más grande antes de morir. Que cuando nació el primer hijo llamó a su madre y le pidió perdón por todo lo que la había hecho sufrir: “Ahí entendí el sentido de responsabilidad y el amor por un hijo”. Que al ser madre una aprende, y perdona a sus padres.

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