El escultor Ricardo Dagá visita la región
Junto con su hijo Diego, escribió “Surcos”.
Fruto de más de una década de escrituras y selección de fotos, relatos y bocetos, el libro “Surcos” -del escultor Ricardo Dagá y su hijo, Diego, periodista- está cincelando su propia huella. El texto recorre quehaceres y vivencias de este temperamental artista argentino. Los Dagá con su libro bajo el brazo estarán en Roca hoy; retirarán luego en la fábrica de cerámica Bariloche una pieza que el escultor realizó para la casa de la familia Plügel en Sierra de la Ventana, y retornarán a Roca y Neuquén el sábado. Tiempo de encuentro con un artista tan grande y potente como tantas de sus obras. Dagá, que en el 53 egresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón”, estudió con Líbero Badíi, de 1962 al 63, vivió en Europa becado por César Paluí, y ganó la Beca Escultura del Fondo Nacional de las Artes 1967, fue vicerrector de la Escuela Superior de Bellas Artes “Ernesto de la Cárcova”. Muchas de sus obras fueron erigidas en sitios públicos como el monumento al General San Martín en Olavarría, varias esculturas en Resistencia, en el edificio de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires y en ámbitos de empresas privadas. Explica la arqueología que a nuestros antepasados remotos dueños de las flechas, la sola forma de una roca ya les sugería qué punta tallar, concepto que abrió el diálogo con Ricardo Dagá en su taller de Villa Ortúzar. “Un artista muy importante de nuestro país, Aurelio Macchi, (fallecido en julio 2010), decía que el escultor saca el sobrante de la piedra para encontrar la forma que quiere. Yo trabajo distintos materiales y los respeto mucho. En esa consideración y esa sensibilidad hacia ellos, trato de tener un diálogo. Es decir, descubrir sus entrañas. La naturaleza del material me va dando pautas que algunas veces me hablan del tema. Cuando es muy duro como un granito rojo de Sierras Bayas en la provincia de Buenos Aires, me dijo: yo soy una potencia, una fuerza, y pensé en el tema toro y realicé mi obra así llamada, que tiene distintas versiones. A las maderas -mi primer oficio heredado de mi padre fue carpintero- las respeto a través de la dirección de la veta, y me sugieren qué forma definir.” Ricardo está en su taller frente a una escultura en madera de tres metros cincuenta de alto, de troncos que trajo de la Facultad de Agronomía (UBA). “Una rama y una horqueta de un árbol están ensambladas y pude resolverla así, bien dinámica, por respetar la dirección de sus vetas. Es un “Madero” (así la tituló) que de pronto puede ser una flor, una crucifixión, sugiere muchas cosas…” –Te veo pasando la mano por última vez sobre un pliegue de la escultura, diciéndote: ya está! ¿Cuánto cuesta dar ese paso? –Ese toma y daca con la obra, de mil cosas y de mil posibilidades, es la vida. Entonces, el final nunca pude predefinirlo. En ese diálogo tan intenso, en las vivencias que voy teniendo con ese trabajo en el que estoy proyectándome y a su vez voy recibiendo de él –quisiera tener los ojos del otro para no estar tan involucrado- casi siempre he encontrado que diez minutos o un segundo antes, me parece escuchar que la escultura me dice: ¡no me toques más, ya estoy! Mientras te esperábamos, con Diego estábamos viendo el boceto de “Banderas” (escultura en mármol travertino, actualmente en el Museo de Arte Decorativo de BA), hace unos cuantos años que lo hice, y le comentaba que recién ahora puedo verlo con ojos de otro. Además de estar fascinado, cada obra es un hijo y a todos los quiero entrañablemente. –Diego, tu padre acaba de decir la palabra que te convoca. En la lectura que hacés de él en algunos pasajes de “Surcos” y en el video (puede verse en ricardodagaescultor.wordpress.com), sobre todo en el final cuando tus hijos le entregan los primeros libros en un bar, hay una suma de amores entrelazados. –Diego: Es que la vivencia del libro fue muy compartida por la familia. Desde que arrancamos a trabajarlo, cuando papá le dictaba a mamá los primeros manuscritos hace diez años y aún no existían Gabriel y Malena; en toda la elaboración posterior donde vi que en ese material había cosas que escuché en mi casa desde que tenía tres años, cuando venían los alumnos al taller y empezaba a adentrarlos en los misterios del arte y de la escultura, a nivelar esos enigmas que no son tales sino un trabajo cotidiano que para mí era absolutamente natural, lo vivía diariamente… Y le pedí que me permitiera darle una mano en forma de libro. Como hijo, significaba devolverle el mucho esfuerzo que significó mi desarrollo, mi carrera… Como viví de cerca el trabajo de mi padre y de mi madre (la Dra. Sara Oisgold, química e investigadora), busqué que mis hijos entendieran cabalmente que estaba trabajando con mi papá en la realización de este libro y participaron –se ve en el video- de todo, del funcionamiento de una imprenta, del diseño; y que fueran ellos quienes se lo entregaran. Todos nos apoyamos mucho después de que murió mamá, en decir: terminemos el libro que nos va a ayudar a salir adelante. El video refleja esas vivencias. Yo tenía la cámara encima porque estaba documentando el proceso de la impresión, la abrí y dejé que filmara lo que pudiera y fue muy natural lo que registro. Bajé del auto y fuimos corriendo hasta el bar, los chicos entraron y lo sorprendieron con tres ejemplares… (Segundos de dulce silencio). Yo soy hijo único, en el sentido biológico, pero siempre compartí las obras de papá como si fueran hermanas mías. Y las siento muy vinculadas a mi vida, a la historia del país. Entonces, cada vez que se vendía una obra, llorábamos porque se iba parte de una vivencia.” –Dijiste Ricardo, además, que la conexión con los materiales era la vida misma… Eso define una manera distinta de entenderla, una dimensión humana diferente. –Sí. Creo que la obra debe trasuntar eso, decirlo de alguna manera, debe hacer sentir. Hace cosa de un año y algo más, estuvimos en Tucumán, en El Mollar, y por primera vez vi en directo las piedras largas (Parque Los Menhires, cerquita de Tafí del Valle). Me emocioné por muchas cosas. Me alejé de la guía que muy bien narraba anécdotas y supuestos de lo que representaba cada una, y me acerqué a sentir la carga que tenían esas piedras que algunos hombres decidieron parar en la tierra como un mojón, para decir algo a otros. Sensibilizado con el diálogo que tengo con el material. Las obras están hechas para ser contempladas durante mucho tiempo y permitir que -a través de lo que las hace transcendentes- vaya diciendo cosas. –Te imaginaba saliendo discretamente del grupo que la guía concentraba, acercándote a esas esculturas y tocándolas. –Sí, claro. Eso hice. Muchos años atrás, cuando estuve en Europa viendo museos, estaba prohibido tocar las obras, y sufría y alguna vez –cuando el cuidador de la sala miraba para otro lado- logré hacerles una caricia. Pero yo aprendí a tocar con los ojos.
“Cada obra es un hijo y a todos los quiero entrañablemente”, dice Dagá de sus obras.
Eduardo Rouillet
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