El fenómeno de la emigración

Por Aleardo F. Laría

La emigración no es un fenómeno de nuestra época. Hubo antes procesos importantes de emigración que ponen de manifiesto una cierta continuidad histórica. Por ejemplo, entre 1850 y 1910, debido a la revolución de los transportes, una gran masa de emigrantes -alrededor de 60 millones- se trasladó a América, de los cuales 26 millones viajaron a Estados Unidos. La diferencia con el actual proceso de emigración es que ahora se dirige del Sur al Norte, tiene componentes étnicos y hay una notable presencia de mujeres emigrantes. El stock actual de emigrantes es de alrededor de 175 millones.

En el actual proceso de globalización lo llamativo es la eliminación de barreras al movimiento de capitales y mercancías, mientras subsisten restricciones al movimiento de personas. Esto implica una cierta contradicción con los presupuestos de la teoría económica clásica, que suponía que el país con un factor productivo abundante, como la mano de obra, debía promover la emigración de su factor productivo excedente. Según esta teoría, la mano de obra debía desplazarse desde donde era excedente hacia donde escaseaba. De este modo se produciría una convergencia de salarios, dado que caerían en el Norte desarrollado, al ampliarse la oferta, y se elevarían en el Sur, al caer la demanda.

La realidad, como sucede habitualmente, ha desmentido la teoría. No son los más pobres los que emigran, sino los más preparados, económica y culturalmente. En algunos casos se produce un fenómeno de «fuga de cerebros», es decir que los países que eyectan emigrantes con formación terciaria pierden la inversión educativa realizada. Un cálculo hecho sobre los inmigrantes que arriban a EE. UU. demuestra que el 74% de los llegados de Africa, el 61% de los de Asia y el 46% de los provenientes de América Latina tienen formación universitaria. Por ejemplo, se señala que hay más médicos jamaiquinos en Estados Unidos que en la propia Jamaica.

La contracara de ese fenómeno es que, actualmente, muchos países vienen recibiendo abundantes remesas de divisas giradas por sus emigrantes, y estos ingresos se han convertido en un elemento dinamizador de sus economías. Aunque no hay cifras fiables, porque existen canales informales de traslado de dinero, lo cierto es que se calcula en unos 150.000 millones de dólares el importe de las remesas actuales de los emigrantes, una cifra sustancialmente superior a los 60.000 millones de dólares de ayuda al desarrollo que actualmente el Norte rico transfiere a los países de baja renta del Sur.

Pese a la imagen provocada por las actuaciones de reducidos grupos xenófobos, y el papel de ciertos medios de comunicación, lo cierto es que, según la ONU, las ventajas de la inmigración para los países de acogida superan las desventajas. En los países desarrollados el rechazo a la inmigración se sustenta en el miedo de los trabajadores autóctonos a la pérdida de puestos de trabajo o el temor a ver reducidos los salarios por la competencia de trabajadores más dispuestos al sacrificio. Sin embargo «los estudios empíricos demuestran que los inmigrantes producen un modesto impacto en el empleo y los salarios», dice el informe de la ONU. Los inmigrantes cubren puestos de trabajo que suelen ser despreciados por los trabajadores del Norte. Son los trabajos definidos en inglés por las tres «d» : dirty (sucios), dangerous (peligrosos), demanding (esforzados).

La otra enorme ventaja para los países de envejecimiento demográfico prematuro -como la Unión Europea- es que permiten su rejuvenecimiento demográfico. Europa habría perdido 4,4 millones de personas entre 1995 y el 2000 de no haber sido por los 5 millones de inmigrantes llegados en ese período. Países como España e Italia deben las tres cuartas partes de su crecimiento demográfico a la inmigración. Esto es lo que permitirá en el futuro aliviar parte de las cargas del Estado de bienestar. Mientras que la tasa de actividad en España es del 50% (un activo sostiene a un pasivo), la tasa de actividad de los inmigrantes es superior al 70% .

Uno de los fenómenos menos estudiados, pero tal vez más dramático, es la desarticulación familiar que se produce en los países de emigración. Por ejemplo, actualmente, muchas mujeres ecuatorianas cuidan niños de familias de clase media española, mientras sus hijos quedan en Ecuador a cargo de sus abuelos. Estamos asistiendo al nacimiento de «la familia transnacional» y la globalización está dando lugar a un curioso fenómeno: la formación de cadenas de afecto internacional.


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