El mito del cerro Torre

Es una mañana cualquiera pero quizás, en términos de lo que ese día común puede aportar a una gran historia, no lo sea tanto. Cuatro pibes se juntan en una esquina de Marcelo T. de Alvear y el Bajo. Enlazan un colectivo con un tranvía y llegan hasta una panchería de Caballito. Diciembre de 1958. En las veredas todavía acechan los cráteres del bombardeo que derrocó a Perón y la ciudad es un hervidero de inmigrantes intentando alguna forma de prosperidad. El anfitrión, ese hombre en ese lugar que vende salchichas alemanas, es un romano atlético que ha perdido por congelamiento los dedos de uno de sus pies. Pero mantiene, a pesar de eso, la postura y las ambiciones intactas. Cesarino Fava, eximio escalador, condecorado oficialmente por sus proezas en el Aconcagua, ahora tiene una meta fija: el cerro Torre, en la Patagonia tan temida. Los cuatro porteñitos lo escuchan y lo veneran, sin demostraciones, con su silencio. Por la Asociación Cristiana de Jóvenes supieron que Fava estaba armando una expedición a Santa Cruz y se ofrecieron como porteadores. No los conmovió únicamente la posibilidad de escalar junto a Fava, sino de hacerlo con el segundo integrante de la expedición, el mejor del momento, según las revistas de la época: Cesare Maestri, la araña de las Dolomitas. Así podría comenzar una de las historias más alucinantes y polémicas del montañismo a nivel mundial. Tiene todos los condimentos del drama clásico: hombres, convicciones, desafíos, mentiras, desdichas, una tierra lejana. Los cuatro porteadores, Maestri, Fava y un tercero, otro experto del montañismo de posguerra en Europa, el austríaco Tony Egger, partieron a la Patagonia antes de la Navidad de 1958 en un camión conducido por otro romano. A partir de Bahía Blanca, encararon el árido desierto sureño y todo fue tierra hasta destino. A principios de enero de 1959 llegaron a El Chaltén. No era más que un puesto de estancia y la casa de un danés de apellido Madsen enclavada sobre una lomada, con vista imposible al monte Fitz Roy. El hombre prestó los caballos y los aventureros se las ingeniaron para llegar hasta la base de la pared del Torre, montaña que Maestri definió como “un grito de piedra” petrificado hacia el cielo. Se lanzaron a la trepada en una época ajena a cualquier posibilidad de tecnología, de GPS, de vaticinadores meteorológicos on-line. Saltaron al vacío, con sogas y buzos de lana. Sin protecciones aislantes ni prendas de tejidos sintéticos como existen ahora. Paso a paso, los idóneos fueron ingresando al mecanismo infernal del Torre, un engranaje de lajas, hielo y piedras sueltas hasta ese momento nunca conquistado. Fava quedó a mitad de camino. Cesare y Egger siguieron. Sobrevino la muerte. Una avalancha de hielo hizo caer a Egger por un precipicio. Según Maestri, cuando bajaban de la cima. Fue una cumbre maldita, diría el italiano, que llega sólo y lastimado al campamento donde lo esperan Fava y los cuatro porteños. No hay fotos ni pruebas de la hazaña, porque la película y la cámara cayeron al vacío junto al austríaco, cuyo cuerpo sería rescatado quince años después por una expedición de Nueva Zelanda. Las pruebas no aparecen. Es el punto de partida de la polémica. Desde entonces, un sector mayoritario del montañismo mundial considera que Maestri, ese hombre que ahora araña la cima de los 90 años y vive en el norte de Italia, no llegó a la cumbre del Torre. En 1974, un grupo de italianos, liderado por Casimiro Ferrari, un oponente de Maestri, coronó la cumbre de la montaña por su cara oeste. Para muchos será esa la primera conquista oficial. Otros, por cuestión fe, seguirán convencidos de la hazaña de Maestri, aquel italiano tosco y macizo. Hoy, un hombre que asegura estar agotado de “defender la verdad”, su verdad, la de esa tragedia desatada en la soledad de las nubes. La historia late en su propia irresolución. Pero se recrea en conversaciones de fogón una y otra vez, sobre todo durante el verano, cuando cientos de escaladores de todo el planeta llegan hasta la localidad de El Chaltén para andar y desandar la misma ruta que trazó aquel grupo de profesionales y novatos a mediados del siglo XX. Ahora mismo alguien está colgado de la pared del Torre, cuyo mito, el mito de su conquista, cumplió la semana pasada 58 años. Casi seis décadas de controversias (con hazañas y matices intermedios) en ese mundo de hombres lanzados a sus sueños que es el de los amantes de las alturas.

Opiniones

Gonzalo Sánchez – @gonzalosanchez (Especial para “Río Negro”)


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