El mundial rionegrino que Soriano nos legó


Luego de partidos intensos y eliminaciones sospechosas, llegan a la final la escuadra alemana y el conjunto mapuche, que se alza con la victoria.


El fútbol es un juego en el que 22 hombres persiguen una pelota y al final siempre gana Alemania”. La frase acuñada por Gary Lineker, delata que jamás leyó a Osvaldo Soriano.

En su cuento “El Hijo de Butch Cassidy”, el marplatense desarrolló una teoría incomprobable, sobre cómo el seleccionado teutón perdió la final del Mundial de 1942 en manos de un ignoto combinado mapuche.

El insólito relato ubica como sede del campeonato las inmediaciones de la represa de Barda del Medio. En dicha región se habían asentado para construir el dique cientos de obreros de distintas nacionalidades: “habían indios mapuches y sobre todo europeos escapados de la guerra… españoles que monopolizaban los almacenes de comida, italianos de Génova, Calabria y Sicilia, polacos, franceses, algunos ingleses que alargaban los ferrocarriles, unos pocos guaraníes… y los argentinos que avanzaban hacia la lejana Tierra del Fuego”.

Soriano siempre se sintió atraído por describir al nativo de estas tierras, habló del Gato Díaz como “un arquero de casi cuarenta, de pelo blanco que le caía sobre la frente de indio araucano” o del comisario del pueblo “como a un morocho aindiado de pelo engominado y cara colorada”.

Con inexactitudes temporales evidentes, aprovecha el paréntesis que existió entre 1939 y 1949 por la Segunda Guerra Mundial, para presentar a la Patagonia como el lugar ideal para disputar el certamen.

“Así los alemanes lanzaron la idea de un campeonato mundial que debía eternizar con la primera llamada telefónica su paso civilizador por aquellos confines del planeta. Nadie recordaba bien las reglas del juego… de manera que lo único prohibido era tocar la pelota con las manos y golpear en la cabeza a los jugadores caídos”.

El árbitro tenía permitido usar revolver para hacer valer su autoridad, los arcos se hicieron de diez metros por dos. Antes de cada partido los hinchas acumulaban pilas de cascotes detrás de cada arco y al final de los enfrentamientos, una vez retirados los heridos, se juntaban las piedras.

Luego de partidos intensos y eliminaciones sospechosas, llegan a la final la escuadra alemana y el conjunto indígena. Jugada en un terreno pantanoso y, luego de múltiples vicisitudes, el equipo mapuche se alza con la victoria, frustrando el llamado telefónico al Fuhrer que ya daba por descontado el título.

La historia narrada en columnas de Página 12 e Il Manifesto de Roma, por un Soriano ya consumado como escritor, durante los mundiales de 1986 y 1990, revela la poderosa influencia de su niñez y adolescencia en su literatura.

Recordemos que para ese entonces ya se habían publicado “No habrá más penas ni olvido” (1979), “Cuarteles de invierno” (1980) y “A sus plantas rendido un león” (1986), siendo el autor argentino más leído tras el regreso de la democracia, con más de un millón de ejemplares vendidos y traducción a distintos países como Italia, Alemania o Polonia.

Ya retornado de su exilio en Francia y durante once años, recurre a la figura de Míster Peregrino Fernández, para de su mano volver a los años mozos.

El Míster ex jugador y técnico iniciado en Confluencia de Cipolletti, luego conquista París, Melbourne y otras ciudades del mundo con su fútbol hiperofensivo y desprejuiciado.

En la reseña, cuando el autor dice visitar a Fernández en un geriátrico de París, le rememora sus goles contra San Martín y Barda del Medio en las canchas más inhóspitas que el fútbol recuerde. Antes de despedirse el viejo entrenador le pregunta ¿de qué se trata el próximo libro, de fútbol? No, trata de los goles que uno se pierde en la vida.

Es que en la literatura sorianesca no hay héroes definitivos. Quizás producto del escaso reconocimiento que en vida recibió de la intelectualidad. Recelosa de su notoriedad, la crítica de la revista Babel a la obra de Soriano fue lapidaria: “No se puede escribir literatura con el banderín de San Lorenzo enfrente”.

Dolido por tales críticas, solía decir que “la literatura argentina es muy solemne, carece de épica y de sentido del humor”.

Afortunadamente en los últimos años muchos grandes escritores han reivindicado su obra. Arturo Pérez Reverte afirmó recientemente: “Creo que la intelectualidad argentina tiene una deuda de honor con Osvaldo Soriano. Yo entendí a la Argentina gracias a él, leyéndolo”.

Pues bien, Soriano con sus cuentos recrea un tiempo mejor, el de su primera novia, el del cine del gordo y el flaco, el del fútbol y sus sueños. El de aquellos años únicos, en que por momentos se sintió un héroe de verdad.


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