El paraíso eterno de las obras clásicas

Quienes amamos las novelas del Siglo XIX, sentimos alivio al transitar por ese mundo desvanecido, que es un auténtico Edén literario. Jane Austen y Lucy M. Montgomery, por ejemplo, representan a la perfeccción ese espacio ideal.

Jane Austen -autora de principios del S.XIX- es una rareza literaria: después de dos siglos, sus novelas siguen leyéndose, y mis nietas y sus amigas peregrinan a casa solo para que les preste los títulos que no consiguen en librerías.


Informalmente, puedo decir que entre ellas y mis amigas formamos una especie de club: somos las que amamos sus obras en libros, películas y miniseries.

Este club podría llamarse de J. Austen & Lucy M. Montgomery, pues nos atraen también las aventuras de Anne, la de los tejados verdes. Aclaro que prefiero “tejados” y no “tejas”, pues el tejado está sobre una casa y las tejas pueden estar tiradas en un corralón.

Pero al ver la última versión de Anne, quedamos decepcionadas con los “arreglos” que hicieron para modernizar el texto, así que la abandonamos y conseguimos filmaciones anteriores, más fieles a la autora. Después de varias experiencias de este tipo, definí a nuestro grupo como “ese tipo de lectoras a quienes nos gusta que los clásicos sigan siendo clásicos.”

Respetaremos cualquier novela, serie o miniserie que quiera recrear otras épocas, pero sin involucrar personajes o libros famosos, salvo que sea para citarlos como lectura de uno de los protagonistas.

Anne, una gran obra literaria, no tuvo mucha suerte en Netflix…


En mi caso, simplemente considero que un clásico tiene algo inamovible, imperecedero, que es representar el pensamiento y la forma de vida de una época. Si queremos algo diferente, inventémoslo, pero no contaminemos una obra de arte de la literatura universal para introducir tendencias actuales: ese es otro rubro y tiene espacio propio que nadie le niega: como ejemplo, veamos el éxito de Poco ortodoxa.

A muchas personas no nos agrada -o no nos interesa- ver películas con escenas atrevidas de sexo o desnudos sin que vengan al caso: ver a un protagonista de Austen desnudo y mostrando el trasero en las primeras escenas de una versión muy libre de una de sus obras, fue un shock, aunque lo que se vio haya sido bastante inocuo.

Como autora, me sentí indignada: no querría que nadie se tomara licencias con mis obras, desvirtuando el mundo recreado; y si querían mostrarse desprejuiciados, sepan que Jane Austen siempre reconoció sus prejuicios.

Pero existe otro motivo: estas novelas decimonónicas, en época de pandemia, son un remanso emotivo: nos alivia transitar por ese mundo ya desvanecido, nos encanta el vestuario, la moda imperio, las capotas; nos divierten los ritos sociales, ya que es como visitar una especie de Edén literario.


Y si ni siquiera en estas antiguas historias podemos librarnos de zombies, drogas, mafia y sexo, no sé qué nos queda a nosotros, un espectador que no pone traba a esos filmes, sino solo pide que se respete el trabajo del novelista. Especialmente hoy que, para quienes nos gusta leer, entran pocos libros extranjeros y se editan menos acá y en el mundo.

Quien prefiera temas atrevidos, los encontrará en la abundancia de servicios de streaming. Las chicas de Jane y de Lucy solo deseamos que cada cual tenga lo suyo: nosotras, una Anne tal como la imaginó Montgomery, y que los personajes de Austen sigan manteniendo genio y figura, tal como los pintó nuestra querida Jane.

Por Cristina Bajo.-


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