El peronismo procura reinventarse

El peronismo se asemeja a una caja repleta de bloques de construcción para niños. Hay tantas piezas disponibles que debería serles posible hacer de ellas una obra aún más imponente que la de sus rivales de Cambiemos: sumados, el kirchnerismo, el PJ formal y el massismo consiguieron más del 44% de los votos en las elecciones de octubre pasado, contra el 36% del oficialismo. Con todo, los bloques son de forma tan diversa que no les está resultando nada fácil ensamblarlos.

Con cierta lógica, Cristina, la dueña de la pieza más grande, quiere que la suya sirva de piedra basal para el nuevo edificio que se han propuesto erigir, pero muchos compañeros creen que sería mejor desecharla porque está hecha de materia deficiente.

Por lo demás, creen que Cristina pertenece al pasado, lo que, desde su punto de vista, ya es razón suficiente como para abandonarla a su suerte.

La frustración que sienten los líderes de las distintas facciones peronistas puede entenderse. Aunque en su conjunto el movimiento sigue contando con más votos que el oficialismo, saben que podría perderlos en los meses y años venideros si Mauricio Macri, María Eugenia Vidal y compañía logran convencer a más pobres de que no son los ogros neoliberales de la propaganda populista sino personas sensibles que toman muy en serio los problemas enfrentados por buena parte de la población del país.

Desde que el primer gobierno del general tuvo que reconocer que sería necesario apretar el cinturón para que la economía no se cayera a pedazos, el peronismo se ha alimentado de la nostalgia por promesas que, desafortunadamente, nunca serían cumplidas. Lo ha ayudado que, lo mismo que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano, desde el vamos sus dirigentes se las ingeniaran para combinar una retórica agresivamente progresista con prácticas muy conservadoras, aferrándose así a un statu quo cada vez más desactualizado.

Hasta Carlos Menem adoptó una variante de dicha modalidad al adherirse al discurso liberal que estaba de moda en los años noventa del siglo pasado e incluso privatizar, de manera poco trasparente, algunas empresas estatales, sin por eso pensar en lo que sería necesario hacer para que el modelo que quería construir resultara sostenible.

Los gobernadores y legisladores que llevan la voz cantante en el peronismo se ven ante dos desafíos. Además de decidir lo que les convendría hacer con el kirchnerismo que, mal que les pese, constituye la primera minoría dentro de una aglomeración fragmentada, tendrán que posicionarse lo antes posible para aprovechar la situación en que se encuentre el país luego de casi dos años, o seis, de macrismo.

Puesto que carecen de una ideología coherente, es comprensible que sean reacios a comprometerse con un programa determinado antes de saber la respuesta a una pregunta clave: ¿deberían prepararse para enfrentar una crisis socioeconómica muy grave o, en el caso de que la gestión de Cambiemos nos ahorre tamaña desgracia, intentar ofrecerle al electorado una alternativa supuestamente superadora que sea apropiada para un país que haya comenzado a dejar atrás casi un siglo de decadencia?

Mientras tales eventualidades sigan siendo sólo conjeturales, mantendrán una actitud ambigua aquellos peronistas que quieren aportar algo más al país que su capacidad tradicional para acumular poder pescando en ríos revueltos que ellos mismos contribuyen a agitar.

Algunos juran entender muy bien que sería de su interés, y del país en su conjunto, ayudar para que Macri corrija las deformaciones estructurales más grotescas de la economía nacional; pero otros preferirán obstaculizar sus esfuerzos por hacerlo, en especial los encaminados a frenar la inflación. Al fin y al cabo, siempre han actuado así y, desde su propio punto de vista, no les ha ido para nada mal.

Si en el futuro el consenso es que la gestión de Macri fue exitosa, quienes asumieron una postura constructiva podrían atribuirlo a su propia buena voluntad, para entonces afirmar que sería natural que ellos se encargaran de manejar el país en la etapa siguiente.

En cambio, de producirse el estallido financiero vaticinado por los halcones ortodoxos que nos están advirtiendo sobre los peligros planteados por un déficit comercial creciente, la inflación aún indómita, el gasto público exagerado y otros detalles ominosos, tanto los peronistas más conciliadores como los más pendencieros se verían perjudicados. Así y todo, sería probable que algunos tuvieran que asumir la responsabilidad de afrontar la crisis que se habría desatado, aunque sólo fuera porque la clase política no haya podido crear una opción que sea claramente mejor.

Aunque en su conjunto tiene más votos que el oficialismo, podría perderlos si Cambiemos convence a los pobres de que no son ogros neoliberales sino que toman en serio los problemas de la mayoría.

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Aunque en su conjunto tiene más votos que el oficialismo, podría perderlos si Cambiemos convence a los pobres de que no son ogros neoliberales sino que toman en serio los problemas de la mayoría.

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