El poder del hartazgo

Por Susana Mazza Ramos

El próximo 14 de octubre se realizarán elecciones para la renovación de las dos Cámaras del Congreso de la Nación, por lo cual la ciudadanía deberá «optar» -ya que en realidad nunca «elige»- para que se asienten en tan honorable recinto representantes de las provincias y del pueblo de la Nación. A menos de sesenta días de dichas elecciones y en épocas normales, el ciudadano común podría seriamente plantearse varios interrogantes al respecto, tales como: ¿qué optaré?, ¿para qué optaré? y en consecuencia, ¿a quién daré mi voto?

En la crítica situación por la que atravesamos, al borde de la desintegración como organización política soberana, bien pueden preguntarse los ciudadanos qué sentido tiene «optar» legisladores, habida cuenta el desprestigio en que lamentablemente han caído, la inoperancia generalizada del cuerpo legislativo salvo contadas y honrosas excepciones y la sospechosa actuación que han tenido días atrás -con un voto fundamental canjeado por una embajada- en la aprobación de una ley de visible inconstitucionalidad.

En lo que respecta al Senado de la Nación, constitucionalmente éste posee importantes atribuciones exclusivas: juzgar en juicio público a los acusados por la Cámara de Diputados (art. 59 C. N.); autorizar al presidente de la Nación para que declare el estado de sitio en caso de ataque exterior (art. 61 C. N.); ser Cámara de origen para leyes que provean al crecimiento armónico de la Nación y al poblamiento de su territorio y para promover políticas diferenciadas que tiendan a equilibrar el desigual desarrollo relativo de provincias y regiones (art. 75, inc. 19, 2do. párrafo), por lo que recordando que los senadores por primera vez serán elegidos en forma directa -sin negociaciones secretas ni sucios pagos consecuentes-, la cercana fecha electoral «debería» constituirse en excelente oportunidad para que el pueblo decida libremente a quiénes honrará otorgándoles el mandato de representar a su provincia y ciudad autónoma.

Sin embargo, la realidad circundante no se construye con múltiples «debería», sino que se cimenta con la impúdica crudeza de la desvergüenza, la impunidad, el dolor, el sufrimiento, la desesperanza y… el hartazgo.

Irónicamente, sea tal vez con el hartazgo que el pueblo argentino logre comenzar a valorar su posición -la de verdadero propietario del poder- cuando selectiva e inteligentemente otorgue en forma transitoria su representación a aquellos que considere personas honestas, capaces y confiables, más allá de toda duda.

Aunque así considerada la cuestión, es posible que pocos candidatos lleguen a ocupar una banca, ya que en la Argentina actual ser honesto, estar capacitado y ser confiable, más allá de toda duda, no son credenciales ni méritos usuales para formar parte de la clase política y, por ende, para integrar lista o fórmula alguna.

Por todo ello, resulta conveniente ser sumamente cuidadosos con la «opción» -tal vez algún día se logre «elegir»- teniendo presente que «optar» entre lo que se ofrece no significa necesaria y unívocamente decidirse por los candidatos oficializados en una boleta.

Probablemente, esté muy cerca la hora en la que la desesperanza que nos acompaña cada día, el descreimiento que puebla nuestra imagen de futuro, la angustia que se acrecienta a cada minuto y, fundamentalmente, el hartazgo que nos rebasa, logren que un proceso electoral se convierta no solamente en un derecho cívico, sino también en liberadora situación de reafirmación ciudadana: «El poder es patrimonio exclusivo del pueblo, no de quienes, aunque lo olviden, transitoriamente lo representan».

Para que ello suceda, se requiere de la ciudadanía una inclaudicable defensa de los derechos constitucionales ante su constante atropello y violación; un continuo control sobre los gobernantes, utilizando los mecanismos legítimos para su destitución si fuere necesario; el ejercicio sin temor de los instrumentos que la Constitución, los tratados internacionales con su misma jerarquía y las leyes garantizan; la justa cólera necesaria para poner freno al descontrol y al desgobierno, y en cuanto a las elecciones, hacerles recordar a quienes por estos días demuestran su deseo de acceder al gobierno, que el «hartazgo» es una forma dolorosa que la sociedad seguramente tendrá en cuenta en el acto de votar.


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