Del accidente que la dejó un año postrada a viajar por el mundo: la historia de Andy Clar

A Andy Clar la atropelló un colectivo y tuvo que pasar por once cirugías. pero esta mujer que hoy tiene 49 años, jamás se detuvo. Es la creadora de la primera comunidad de viajeras de Latinoamérica y quien escribió “Chicas en NY”. Ahora publicó "Bailar acostada", su historia.

La longanimidad es una virtud. La palabra viene del latín: longa anima, alma grande, alma que se extiende, alma poderosa. Se la define como grandeza y constancia de ánimo ante la adversidad.
Por lo tanto, una persona longánime es alguien que crece con resiliencia. Una resiliencia que se sostiene en el tiempo; se puede ser resilientes ante determinados golpes de la vida pero la longanimidad está en esa persona que ha incorporado como virtud la resiliencia a lo largo de su existencia.
En este punto vale aclarar que “el sufrimiento a un límite puede ser estéril pero en el otro extremo puede ser un catalizador, una palanca, un trampolín de transformación espiritual, emocional, física y vital enorme. Y ahí está la longanimidad, en esa capacidad para elevarnos y seguir remándola con gratitud”, según palabras del escritor español Alex Rovira.


La longanimidad es quizás el valor que más justo define a Andy Clar, emprendedora nata que decidió plasmar el viaje de su vida, a los 49 años, en un libro que acaba de editarse, “Bailar acostada”, de editorial Planeta.

Andy Clar: “siempre aplico mi fórmula (no) mágica -paciencia, creatividad, trabajo y amor- y todo fluye”.


El público femenino quizás la relacione más con Nueva York porque ella fue la creadora de la primera comunidad de viajeras de Latinoamérica y quien escribió “Chicas en NY”, “Los secretos mejor guardados de la Gran Manzana” y “Chicas de viaje por el mundo”.

Su último libro es algo muy distinto a los anteriores: es un relato que une el amor, el sexo, la amistad, la pasión, los viajes, el dolor y el miedo… que por momentos suena algo lascerante y descarnado, fuerte… y por otros relaja un poco. Cuenta todo lo que le ha pasado hasta quedar solo cubierta con su piel. Es así como logra armar una gran historia de superación. “Este libro termina en película, seguro”, confía Andy cuando la entrevistamos, días atrás.


“Qué gris se ve el cielo. ¿Por qué me lo están tapando? Estoy tirada en mitad de una avenida y veo personas como sombras que se acercan a mí, gritan, hablan entre ellas, con caras de pánico piden un médico. Y me tapan el cielo. Empieza a lloviznar; las gotas son tan finitas, tan delicadas, hay tanta niebla que me pregunto si esto no será un sueño. Un auto arranca por detrás de mí y siento que pisa mi pelo largo desparramado sobre el pavimento, y entiendo que el semáforo volvió a ponerse en verde. No me puedo mover. No siento las piernas.

“Tranquila, Andy”, me dice Lucía mientras me agarra la mano. “Ya viene una ambulancia a buscarte”. –¿Qué pasa, Lu? ¿Esto es real? ¿Me pisó de verdad un colectivo? ¡Vi las ruedas gigantes pasando sobre mis piernas!–Sí, pero quedate tranquila, ahora vienen a buscarte, tratá de respirar…–¡Ay, Lu, por favor, fijate que no se vea! Hoy me indispuse, ¿me estaré manchando? Lucía, mi amiga, la que despedí hace minutos –aunque parece que hace horas que estoy tirada acá– antes de cruzar Gaona y Donato Álvarez, frente a la Plaza Irlanda, mira hacia mis piernas y no me responde, pero puedo ver el terror en sus ojos. Entonces suspira hondo y me dice: “Quedate tranquila, no se ve nada”. Levanto una mano, lo único que puedo mover. Los dedos están manchados de sangre. No quiero ver más. Lo sabré luego, pero estoy tirada en medio de un charco de sangre enorme, con múltiples fracturas después de que un colectivo de la línea 86 cruzara el semáforo en rojo justo cuando yo atravesaba la avenida Gaona, pasara por encima de mis dos piernas y las dejara enroscadas entre sí en una postura imposible, como de muñeca rota. (…) Las piernas no las veo. No me puedo mover pero estoy como volando, ¡qué raro!”.


Así empieza “Bailar acostada”, justo en el momento que tenía 23 años cuando volviendo de su trabajo la arrolló un colectivo. Resultado: seis fracturas de cadera, seis de pelvis, una de costilla, una de vértebra, el fémur entero expuesto, la rodilla, los tobillos y todos los dedos de los pies rotos. Once cirugías, siete meses internada en el Hospital Álvarez y un año postrada en una cama. Imaginen su deterioro físico con pérdida muscular, llagas y dolores eternos y a los médicos diciéndole que no podría volver a caminar. “En todo ese proceso de recuperación decidí que sí, volvería a caminar”, recuerda hoy desde su casa. “Ni bien pude dar el primer paso no esperé a que me ayudaran a dar el segundo… no, para nada. Como lo cuento en el libro, ni bien pude me mudé sola, puse filas de sillas del baño a la cocina y de ahí a mi cuarto; daba un paso y me sentaba. Fui sacando sillas con el tiempo hasta que pude caminar sola y de ahí en más, como siempre, no volví a detenerme más”, agrega.


¿Cómo pudo hacerlo? Avanzar, accionar, ocuparte, voluntad y perseverancia, comenta. O como dice en su libro: “siempre aplico mi fórmula (no) mágica -paciencia, creatividad, trabajo y amor- y todo fluye”.
El accidente, lo sabe, no la detuvo en su andar y sabe que sin él hubiese llegado igual a las mismas metas que fue logrando al día de hoy. “No hago del dolor ninguna bandera. Quién quiere sufrir: nadie”, recalca.
Quien es hoy una de las máximas referentes del mundo emprendedor argentino empezó a trabajar a los 14 en una fábrica de pastas; después vendió cortacorrientes para autos, en call centers, tiendas de ropa y bares. Y alcanzó la popularidad y el prestigio cuando creó la marca “Chicas en New York”, un proyecto que comenzó con un blog, luego con una comunidad de viajes, después unos bestsellers y programas en la televisión. Supo ver y armar un modelo de negocios 360. “Desde hace años se habla de emprendedor o emprendedora pero la verdad que yo empecé como “busca”, después como comerciante, seguí como “busca” y ahora soy lo que soy”, dice entre carcajadas, que se repetirán en toda la conversación. Porque la verás caer pero no la encontrarás en el piso… y si la ves en el piso… la verás bailando. “Bailando “New York, New York”, de Frank Sinatra, mi canción favorita”.

«En cada cosa nueva que emprendo siempre busco sumar gente, armar un equipo, una red de relaciones y ejercitar la empatía”, dice Andy.


“Quién diría en primeros años, cuando apenas me alcanzaba para tomar el colectivo, que esa ciudad iba a ser tan central en mi vida y que “si lo logro allí/lo lograré en todas partes”. Jamás hubiera pensado que la letra decía eso, pero mi percepción, creo -siempre fui muy intuitiva-, ya se empezaba a desarrollar y mis sueños profundos empezaban a gestarse”, escribió Andy en su libro. Dice que Nueva York también las pasó por todas -guerras, atentados, catástrofes- y siempre vuelve mejor. “Tal vez por eso me identifico tanto con ella”.


“Soy una disfrutadora serial”, confiesa a RÍO NEGRO. “Busco todo el tiempo la alegría y la fantasía. Este es el espíritu con el que escribí este libro. ¿Sabés una cosa? Empezaba a escribir y le daba 4, 5 horas.. a full, con todo. Y después pasaban 10 o 15 días que no podía nada. Así estuve casi un año, en pandemia, revisando mi historia, ponerla en perspectiva y escribirla. Con la ayuda de la gran editora de Planeta, Ana Wajszczuk. Fue un viaje muy distinto a los que hice antes; fue uno hacia el interior más profundo mío, onda turismo de aventura extremo”, ríe de nuevo, con fuerzas.


Lo que pasó ya pasó, razona. “El hoy es lo trascendente. El amor, mi motor; la creatividad, mi combustible. Medito, hago actividad física. En cada cosa nueva que emprendo siempre busco sumar gente, armar un equipo, una red de relaciones y ejercitar la empatía”, subraya.
Recuerda, tal como lo comparte en su libro, que cuatro meses después que empezara el aislamiento obligatorio por el covid comenzó a seguir fuertes dolores de espalda. Elongaba y hacía ejercicios como para contrarrestarlos. Pero pasados los días sentía que el fuego constante en el cuerpo no se le iba ni con los analgésicos. Más de una vez se tiró al piso porque no daba más de dolor. El accidente volvió a aparecer en su mente. Pasaron unos dos meses y con un estudio descubrieron que se le había salido parte de un disco y que estaba clavado en el nervio: había que sacarlo. “Así fue que me operaron de la columna. Entré, una vez más, cantando a la operación número once en mi vida”.
“La historia de nuestras enfermedades, caídas y dolores es también la de nuestra capacidad para seguir adelante, la de nuestra resiliencia y fortaleza”, escribió. “Esa es mi manera de enfrentar las dificultades”.
“La vida no es siempre una fiesta, como muestran las redes, y me parece importante transmitirlo. La vida está llena de matices y en el camino aprendemos a pintar”.


Durante la entrevista Andy se mostró muy feliz de que con Sebas, su pareja y padre su hija, pudieron comprarse una casa en el Valle de Uco, en Mendoza. “La montaña, como vaticinaba el final de la canción de Manu Chao, también va a ser un destino de conexión”. Con la recompensa judicial que cobró luego de años de batallar por el accidente tuvo como destino una propiedad inmensa en Palermo, donde también funcionó su agencia de publicidad. Este año la vendió y pudo invertir en su nueva morada, en Mendoza. “La de Palermo nunca dejó de ser la casa que compré con el dolor de mi accidente. Me pareció una buena idea transformar eso que había obtenido 25 años atrás literalmente con el dolor de mi cuerpo en algo pueda hacerme feliz en este momento de mi vida, es decir, transformar el dolor en disfrute para que el círculo se cierre”, escribe casi al final del libro. Cuando lo comenta en la entrevista lo transmite como bocanada de aire fresco, puro y sanador.


Ese aire es el que también se respira cuando se va terminando la lectura de “Bailar acostada”.
“Cuando estaba entrando de urgencia una vez más a un resonador magnético, antes de mi última operación, adopté una técnica particular para quedarme inmóvil y que el estudio durara lo menos posible: cerrar los ojos antes de entrar para evitar sensación de encierro, meditar para lograr la quietud necesaria y, así, dominar los latidos acelerados del corazón que me producía cada ruido intenso de la máquina”.
“Amo proyectar en mi mente mis sueños como si fueran películas de las que soy guionista, directora y protagonista. En esa última resonancia, me imaginé en Valle de Uco, en una mesa larga bajo los árboles decorados con lucecitas en mi casa de montaña, al aire libre, con flores y cosas ricas, y rodeada de vides”, dice.
“A mi alrededor, veía a mis hermanos, a mis sobrinos, a mis padres, a Sebas, a los chicos, a toda mi familia y a mis amigos brindando mientras el Cordón del Plata nos miraba como quien añora la calidez de un abrazo eterno e incondicional.. n ese momento volví a llorar acostada y a sentir una lágrima gruesa y pesada recorrer mi mejilla hasta el cuello, solo que esta vez lo hacía de la emoción que me generaba mirar atrás, y ver el camino recorrido y tantos sueños cumplidos”.


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