Exclusivo Suscriptores

Emociones: ¿por qué nos negamos a sentir y expresar?

Solemos decir “bien” o “no me pasa nada”, como toda respuesta al cómo estás. ¿Cuanta fuerza destinamos a no demostrar?

Redacción

Por Redacción

Licenciada Laura Collavini

laucollavini@gmail.com

Algunas de nuestras emociones: tristeza, asco, miedo, enfado, alegría y sorpresa. Pero también podemos contar con admiración, adoración, apreciación estética, regocijo, ansiedad, asombro, incomodidad, aburrimiento, júbilo, calma, confusión, antojo, indignación, dolor rotundo, embelesamiento, envidia, excitación, temor, terror, interés, disfrute, nostalgia, romance, tristeza. Con todas estas herramientas a nuestra disposición, seguimos respondiendo un seco y raro “bien”. ¿Extraño no?


“No me pasa nada”, respondemos, y dejamos también mudo nuestro interior, tal vez con algún intento mágico de callar alguna vez ese ritmo interno que hace fuerza para sacudirnos y expresarnos.
¿Cuántas fuerzas destinamos a no mostrar nuestras emociones? Solemos expresar para otros o para nosotros mismos “no me produce nada”, y tratamos de evitar manifestarnos como seres humanos. ¿Tal vez por temor a nuestro descontrol?


No es solo nuestra responsabilidad. Nos fueron educando en encuadres racionalistas. Dejando a un lado las percepciones. Cuando nacimos conocimos oliendo, chupando, tocando. De a poco,y algunas cosas para nuestra seguridad ,nos fueron diciendo “no toques, no pongas la cara ahí, no chupes eso”, y fuimos olvidando esa manera tan concreta y efectiva de conocer el mundo exterior. Esa información de conocimiento tan eficaz que se identifica con herramientas básicas animales.


¿Crecemos y no nos comportamos como animales? Necesitamos dormir, comer, defecar, reproducirnos. Reaccionamos ante estímulos externos. Somos animales. Incorporamos la razón. Sin embargo, somos los animales humanos quienes podemos ser conscientes de nuestros actos. Contamos con nuestras emociones para enriquecer nuestro estar en el mundo y evolucionar.


¿Por qué negarlas? Si somos eso. Si contamos con ellas.
Escucho a muchas personas que con cierto orgullo manifiestan que no sienten nada. Que no muestran sus emociones. Me dan ganas de abrazarlas y consolarlas. ¡Qué triste! Algo tan lindo como manifestar la humanidad, perdérsela. Es como irse de viaje y pasársela dentro del hotel.


Ahora creo que puedo compartir algo que me sucedió:
En julio falleció mi perrita Ona. Tenia casi 13 años. Jamás acepté que se estaba poniendo grande. Me enojaba cuando me decían “está viejita”.
Con una actitud infantil suponía que iba a estar al lado mío siempre, hasta la eternidad. Nada de cambiar de plano ni ningún otro concepto que sea estar lejos de mis ojos humanos. Punto. Fin de la historia.
Hice de todo cuando empezó a enfermarse. Nunca quise aceptar que su vida tenía un fin al lado mío.
Una tristeza que describí como infinita me invadió. Mi mente sabía que ella era una perra y no podía vivir 50 años. Pero lo negué. No pude tramitarlo. En noviembre falleció mi perro. Su compañero inseparable. Probablemente no haya soportado la tristeza de no contar con su compinche.


Mi confusión y soledad fueron inexplicables. Me quedé suspendida en el tiempo y en espaci
o. Aunque haya seguido con mis días habituales de trabajo y compromisos, no podía hacer otra que darle lugar a mi tristeza. Aunque me hubiera encantado encontrar algún baúl para ponerla o dejársela a alguien más que se haga cargo, entendí que no había algo más importante en mi para hacer que simplemente transitar esa emoción que se apoderó de mí.


Procesar el duelo. Momentos difíciles si los hay.
Mi incomodidad ante esta emoción me hizo registrar cuánto alejo esas emociones que me dan la sensación que me tiran para atrás. Pero como no tuve otra opción que transitarla, ni siquiera podía pensar, registré que me hacía bien sentirme humana al extremo. Llorar en cualquier momento y lugar. Sentirme abandonada por ellos, enojada, incómoda llegando a casa sin encontrarlos. Un vacío extremo me invadió.


Pasaron 6 meses desde la primera pérdida y dos de la segunda. Recién ahora puedo escribirlo
Los veo todo el tiempo. Voy aceptando la idea de la muerte como parte de la vida. Ya sé que parece infantil lo que acabo de decir. Pero algo de la niñez se me enlaza con mis animales de cuatro patas y me siento tan plena que quiero que esos momentos duren para siempre.


Quise compartirlo con ustedes, en estas semanas que he recibido varias noticias de mascotas que partieron. Cuando son un integrante más de la familia es un proceso de duelo que es importante darles lugar.
Cuidar y dejarse cuidar.


Adherido a los criterios de
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Adherido a los criterios de <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Comentarios