Notas: tema polémico y necesario

Las calificaciones son a veces molestas y frustrantes, ¿pero no es la frustración parte del aprendizaje?

“Que tema más antipático te elegiste para escribir Laurita”, escucho el resonar de mi conciencia. Pero, a la vez, qué oportuno conversar de lo que no nos gusta, sigue diciendo mi mente. Notas sí, notas no. Evaluar procesos. Aguardar resultados. Suenan bellas esas palabras, pero… El “pero” coloca un freno en el discurso, un cambio de dirección. Y es allí donde empiezo a ajustar la lupa.


¿Qué significa evaluar procesos? ¿Cómo se evalúan? ¿Quiénes lo hacen? ¿Con qué objetivos? ¿De qué manera se trabaja para alcanzarlos? Son muchas preguntas que se relacionan con la importancia de la dirección de la acción. Continúo explicando para intentar ser lo más didáctica posible.

Cuando nos entregaron -o entregan- una nota baja claramente no podemos sentirnos orgullosos. En general nos invade una sensación de frustración, un malestar que podríamos asociar con baja auto estima, decepción ante uno mismo, etcétera. Quedamos descolocados.

Recuerdo que cuando algo de esto me pasaba (no fueron tantas veces, pero sí me quedaron marcadas) sentía como una especie de oscuridad, como que no había un mañana. No era tanto como para impedirme ir a jugar al recreo o. de más grande, seguir conversando; aunque la sensación de malestar se había instalado y me costaba un poco comprender que era algo que podía superar.

La nota me resonaba fea, verde. Más grande que en lo que en realidad era. Frustrante. La nota era la estrella, la imagen que daba cuenta de un proceso. Del poco o mucho esfuerzo, de la comprensión, o del conocimiento. También recuerdo las buenas notas y cómo me hacía sentir lucirlas en mi carpeta o cuaderno. Llegaba a casa contenta y se lo contaba a todos.


Con el tiempo y la edad empecé a desconfiar de ellas. Porque las variables para alcanzarlas empezaron a modificarse. En la secundaria y la universidad giraban en la comprensión de consigna, modo de escribir o verbalizar, resumir, entre otras instancias. Ya no era tan lineal.

Los desafíos fueron variando. Poder expresarse en forma clara y concisa, comprender y relacionar, asociar, profundizar. Quizás la inspiración para todo esto no llegaba a la hora del examen, sino al mes siguiente, o recién después de un año. Pero ahí vivencié que mi objetivo no estaba en la nota que tenía en cada final, sino en poder abarcar con la mayor responsabilidad posible los aprendizajes, alcanzando no sólo el título, sino honrando con seriedad a la profesión que abrazaba.

La dimensión que tomamos de niños es diferente a la de adolescentes o adultos. En la niñez toma un contexto literal. Sé o no sé. Entendí o no entendí en base a la nota. Los temas son específicos y concretos. Es claro, simple. ¿Frustra en ocasiones? Puede ser. Pero -y otra vez el “pero”-, ¿la vida no conlleva también frustraciones? ¿No nos muestra también el proceso de aprendizaje? Por supuesto que hay también otras variables. Si puede prestar atención, si comprende, si se explica en forma adecuada, si se ofrece tiempo para el análisis y demás.

Cuando hay una nota en un niño, también va dirigida para el docente. Muestra en base al grupo, a las particularidades. Desde mi observación y experiencia al no ofrecer al estudiante un número o letra, es decir un modo de medición, se pierde. Es todo y nada. Falta un lugar desde donde sostenerse ya que el proceso de enseñanza y aprendizaje formal está en sus comienzos. Es una relación más dependiente que aquella que se verá mas adelante, en la secundaria o universidad.


¿Está mal generar frustración en algunas ocasiones? Por supuesto, frustrar a alguien no es maltratar, destratar o exponer. Solo me refiero a que los procesos para aprender algo nuevo no siempre son exitosos para todos en el mismo momento, y saberlo nos obliga a conocer nuestros errores, perfeccionarnos, saltar obstáculos.

Los estudiantes también observan lo siguiente: si nos dicen que todo está bien nos están mintiendo. Si no nos exigen que mejoremos no nos están mirando. En lo particular recuerdo con cariño a las maestras y profesores que me frustraron, pero que a la vez me mostraron mis errores para poder corregirlos. Aprendí más de ellos que de aquellos que se olvidaban de corregir.

Por Laura Collavini (lauracollavini@hotmail.com).-


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