Psicopedagogía: Aprender por todos los Fernandos

En esta oportunidad, la psicopedagoga Laura Collavini repasa el caso Báez Sosa y busca un aprendizaje para las familias.

Fernando fue a bailar, como miles de adolescentes lo hacen en vacaciones, los fines de semana. Se fue a un boliche. Nos sacudió a todos. No sabía que sería su última noche. Nosotros tampoco. Otros ocho individuos también fueron. Conocemos la historia. Fernando muere producto de seres que no controlaron sus instintos. Todos los relatos de testigos coinciden.


Como en una película que abre las escenas, no puedo dejar de pensar en las nueve familias. En los padres, los hermanos, los abuelos. Imagino las casas. Los días y las noches. Siempre mi imaginación vuela al antes de esa noche trágica que les cambió la vida a todos. Vuelo hacia la infancia de los ocho que llegaron, en un momento, a asesinar a alguien.

¿Cómo se llega a eso? ¿Cuántos lazos de conexión con la humanidad, con el ser viviente se rompieron? ¿Tanto poder tiene la masa para juntarse y llegar a esto? El concepto de “masa” fue desarrollado por diversos autores. El más reconocido es de Sigmund Freud, en “psicología de las masas y análisis del yo”.

En estas líneas, solo con un objetivo reflexivo, podemos resumir que la misma anula al yo, considerando al mismo como un ser consciente de sus actos, con decisiones individuales. El “yo” es dominado por la “masa”, quien puede llegar a tener un objetivo. Sin preguntarse si es bueno o no.

Hasta acá este pequeño apartado, a fines de intentar elaborar este trauma colectivo. Las preguntas que me hago desde mi lugar de mamá, que también intento ir para atrás, me embarco en mi historia y hago el esfuerzo de recordar cuándo formé parte de algún grupo que me haga perder la conciencia. Muchas veces, seguro sigo formando parte, claro que no con estos fines sangrientos.

Hace semanas, en esta columna, hacía referencia a la Selección y al impacto que el triunfo generó en nosotros. En cada uno y en el movimiento de la masa. ¿Qué decimos ahora? La repercusión que tiene el juicio que todos esperábamos. ¿A dónde nos lleva? ¿Qué dice de nosotros? A modo de compartir experiencia que pueda enriquecer y que nos sirva a todos les cuento. Me veo reflejada en cada uno de los testimonios.


Del comerciante y vecino afectado porque no quiere que el lugar donde vive represente a un lugar inseguro. Me siento identificada. Mis mejores veranos adolescentes estuvieron allí. Fui en carpa, en departamento, en casa alquilada, prestada. Fui a hotel. Siempre la pasé bien. Fui sola, con amigos, familia de origen y con la conformada por mí. Siempre fue hermoso.

Me siento identificada con el amigo de Fernando que no pudo acercarse a ayudarlo y con la persona que quiso practicarle RCP. La impotencia de no poder ayudar me genera angustia. Es parte de mi personalidad.

También me siento Fernando. Ligando agresiones sin saber por qué. Sin tener herramientas posibles para defenderme de ataques imprevistos. Sabemos que hay muchos golpes que no son físicos que dañan y pueden matar.

Lloro y sufro solo al acercarme a alguna sensación parecida a la de los padres de Fernando. Escuchar todo esto desgarrador, imaginarlo de niño, con todo el amor que se construye desde la gestación y antes de ella. Solo acercarme someramente a la imagen me deja sin aliento ni pensamiento. Siento que se me paraliza el alma.

También intento ponerme en la situación de los individuos que realizaron esta masacre. Supongo sus mañanas, sus colegios, pero intento meterme en sus casas y me pregunto qué habrá pasado allí. Un día tras otro día. ¿Habrán atravesado humillaciones por parte de sus padres? ¿Habrán sido los consentidos sin un borde saludable? ¿Cómo los habrán mirado? ¿Qué conversaciones tendrían? ¿Qué se incentivaría?


Lo voy a decir así, sin rodeos, como me gusta hacerlo: nadie sale de un huevo de Pascua. Todos tenemos una historia, un presente. Ancestros que nos dejaron huella marcada que tenemos que hacernos cargo y elegir: si seguirla, deconstruirla o reformarla. Todos y cada uno nace un día, con una modalidad, las aristas de toda esta estructura es en gran parte lo que nos diseña, pero también están las propias decisiones particulares.

Ante una realidad compleja, ¿qué fuerza hace que una persona prefiera repetirla y accionar con enojo ante la sociedad o la intente revertir para dejar una huella más limpia? A mi me gusta llamarlo amor. Esa fuerza inexplicable a la vida, al existir en cualquiera de sus formas.

En el ejercicio de las identificaciones también como madre, me pongo en el lugar de esos padres. Yo, que estoy ejerciendo mi maternidad con toda la conciencia posible y el amor que intento ordenar para no ahogar, pienso, ¿qué podría estar haciendo sin darme cuenta para que algún día algún hijo mío sea victima o victimario?

Juzgar no es buena compañía. Eso lo sé. Prefiero la empatía. Por eso decido molestar a mis hijos un pequeño momento para que escuchen conmigo la historia de Fernando. Les cuento que el rugby no es eso. Pero que a ellos los encontró esta actividad. Les digo también de la importancia de escuchar ese eje interior que nos marca lo que nos hace bien o no, dónde puede haber un peligro e intentar alejarnos de él.

Les cuento y conversamos de las consecuencias del descontrol. De la influencia del alcohol y de las drogas en el comportamiento. Intentamos conversar a veces con ejemplos duros. Sin embargo, la mayoría va con mostrar cómo el juego nos lleva a lugares de expresión seguros y amorosos.


Converso con ellos tranquilamente, con sonrisas y descubro que soy más interesante que cualquier dispositivo. Que nada puede competir con mis bailes divertidos, mis abrazos, si los domino en tiempo y forma, tienen un poder curativo. Aunque nada supera los chistes malos de mi hija que inevitablemente nos hace reír, solo porque sus carcajadas ante nuestras caras son contagiosas, nada supera mis sonidos ridículos con cosquillas.

Invito a jugar, a charlar. Miro sus gestos de tristeza en algún día. Pregunto y doy espacio para escuchar. Incentivo a juntadas con amigos, a jugar en la naturaleza. Mi guía como madre -y sé que es un objetivo compartido con el papá-, es que sean buenas personas. Que puedan superarse en cada paso, pero la competencia es con ellos mismos, con nadie más. Todos somos seres humanos. El respeto para con uno y con el otro, es el mandato. El que quiero que jamás puedan borrar. Trabajo constantemente para eso. Con mis palabras, pero sobre todo con el ejemplo.

El desafío de ser padres es maravilloso y difícil. Tenemos que estar atentos a mil y un frente. No podemos descansar. Nada nos puede decir qué va a pasar con nuestros destinos y las de ellos. Pienso y siento que todo esfuerzo vale. Los años me van dando la razón. Ahora, con mi hija mujercita, me gusta escuchar las críticas relajadas que me hace y los agradecimientos de esos días que le dijimos “no” a un baile, porque no nos resultaba saludable el entorno.

Nos equivocamos todo el tiempo. Acertamos todo el tiempo. Pero que ambos nos encuentre accionando, atentos. Luchando contra nuestros prejuicios, mirando las nuevas generaciones con sus relaciones diferentes. Aceptando. Limitando, permitiendo. Amando. Mi honra al recuerdo de Fernando y su familia. Que se haga justicia. Que podamos aprender aquello que necesitamos.

Por Laura Collavini.-


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