Psicopedagogía: Lo que nos enseñó el 2022

Salimos, después de la pandemia y el encierro. Aprendimos, sufrimos, nos alegramos. Repaso emocional del año 2022.

¿Pasaron siglos? ¿Décadas? Solo pasaron 365 días desde que levantamos la copa desde el último 31 de diciembre del 2021. Nos sucedieron tantas cosas que, aunque hayan pasado rápido, fueron demasiadas.


Comenzamos el año con temor, saliendo de unos años de encierro y soledad. Angustia, pérdidas, sin saber dónde estaba el final del túnel que nos conduciría a la luz.

Juntamos nuestras cenizas, nos dimos fuerza y arrancamos el 2022 con el poder de la resiliencia. Empezamos a proyectar tímidamente. Paso a paso. Tal vez en este tiempo vivenciamos realmente el día. Disfrutamos de respirar sin barbijo. Entendimos el poder de mirarse a los ojos y también la posibilidad de amarse y acompañarse en la distancia.

“Sin querer queriendo”, como dice mi amigo El Chavo, los que pudimos centrarnos en alguna base de salud mental, nos convertimos en otras personas. Supimos que tenemos brazos invisibles extremadamente largos y nos transformamos en super héroes de desconocidos llevando una leche al abuelo que no podía salir, un medicamento. Armamos redes de contención con las herramientas posibles.

Dispusimos escuelas en los comedores. Cocinamos otras cosas, jugamos diferente y nos enojamos como nunca. Trabajamos en casa, con métodos desconocidos y aprendimos rápido, sin saber cómo, pero lo hicimos.


Así nos encontró el 2022. Con todo eso que vivimos años anteriores, mientras sobrevivíamos al descontrol. Pintamos nuestras cenizas de verde esperanza y con esa armadura re construida salimos a la calle, abrimos las escuelas, las rutas y las oficinas. Visitamos los médicos cara a cara, dejamos un rato nuestras casas y nos enfrentamos nuevamente al mundo exterior, con todo lo que implica.

Nuestras corazas frente al miedo de pantalones remendados y los piyamas fueron nuestro sistema de comodidad y refugio. Los dejamos como recuerdo de ese tiempo que tanto sufrimos, que tan extrañamente disfrutamos.

Volvimos a sonreírle a la vida y ayudamos a armar mochilas, a pelearnos por la hora de regreso de los boliches y a preocuparnos por esas salidas vaya a saber dónde.

Estamos cansados. Sufrimos por la economía, los estados de los hospitales, de las rutas, de los colegios. Suben los precios y no sabemos bien cómo organizar las vacaciones. Pero disfrutamos como nunca el sol de la mañana y el aire fresco con los pájaros que desde algún nido nos recuerdan que la alegría está ahí, es nuestra, es de todos. Cómo no va a ser de todos si también diciembre nos corona campeones mundiales y tantos humanos alrededor del mundo festejaron a nuestro ritmo celeste y blanco.


Agradecer. Es sin duda la fuerza necesaria que nos alimenta. Mirar lo que tenemos, nuestros afectos. Disfrutar de los abrazos y la mirada cara a cara, sonreír. Agradecer las noches de brisa y las tardes de calor. El agua de los ríos y los lagos. Las frutas que caen de los árboles. Observar conscientemente la red natural que los sostiene, al igual que a nosotros.

Vivenciamos lo que somos, una existencia individual a través de una red de sostén. Todos nos necesitamos. Somos equipo. Es necesario cuidarme para cuidar. Si todos hacemos lo mismo, ganamos los mundiales de la vida. Salir de nuestro centro, de esos lugares seguros.

Otro aprendizaje fue saber que no hay otro lugar más seguro que la salud mental. Ese espacio abstracto desde el cual nos sostenemos, nos balanceamos y podemos saltar, sabiendo que no será al vacío. La salud mental tan fuerte y frágil, humana, bella, indispensable. Cuidarnos y cuidar. Proteger la vida, que sabemos que es finita. Disfrutar el proceso, sin pasos tan largos ni objetivos lejanos.

Así, como la selección, pasos cortos y seguros, trabajando día a día. Algunos días más intensos que otros. Con ese objetivo que podemos palpar. Un ejercicio hecho, una lección aprendida, materias aprobadas, un cambio de trabajo. Un amigo nuevo. Una reunión con los viejos e irremplazables compinches. El beso de mamá, el abrazo a un hijo. Jugar con el perro.


Desapego. Soltar este 2022. Agradeciendo la fuerza para hacer, soltando los afectos que se fueron de este plano y que siempre vivirán en nuestro corazón. Honrar, agradecer. Mirar hacia adelante. Con el alma abierta al crecimiento, a la evolución.

Perdonarnos y perdonar. Sabiéndonos humanos y maravillosamente imperfectos. Sumarnos al carro de las cosas locas solo porque es divertido. Actuar, cantar, pintar, dibujar, tejer, bordar o solo abrir la puerta para ir a jugar, que créanme, ¡es un montón!

Mis queridos lectores, brindemos. Por todo lo que pudimos: nuestras fuerzas y debilidades. Panza arriba mirando al cielo, respiremos profundo por un día más. Soltemos amarras y dejemos llevar nuestro espíritu a donde quiera, que la mente lo siga con la ruta.

Llegarán tiempos bellos y también de los no tanto, así es la vida. Podemos regalarle nuestros objetivos, sueños, metas. En las noches de tormenta y mareas peligrosas, ellos nos llevarán a puerto seguro, finalmente, sabemos que nos tenemos.

Por Laura Collavini, laucollavini@gmail.com.-


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