Psicopedagogía: Palabras con mala fama

En esta oportunidad, la psicopedagoga Laura Collavini repasa algunas palabras que pueden sonar mal pero que tienen una gran importancia en la crianza.

Voy a abordar un tema que probablemente lo haya elaborado en columnas anteriores. Pero, como dice “La Chiqui”, “el público se renueva”. El “límite” y el “No”. Dos palabras con muy mala prensa.


Asociadas a la represión. A la falta de libertad y autonomía. A quedar en el lugar de brujo o malo. En quedar fuera del sistema. Miedo al qué dirán. Como decimos en psicopedagogía, voy a ir de lo más abarcativo a lo menos abarcativo. Decir no y poner límites es necesario para todos.

En las charlas suelo poner el ejemplo del semáforo en la ciudad. En general no nos gusta que nos interrumpa en nuestro camino el rojo, quisiéramos seguir sin obstáculos. Pero justamente ese rojo nos recuerda que hay otros que tienen el mismo derecho de andar que yo, que no soy ni más ni menor importante. Puede frustrarnos y depende el apuro, hasta enojarnos. Pero, allá nosotros con nuestra emoción, la realidad es que el semáforo funciona.

Llegando al otro extremo del ejemplo, vayamos a la mitad de la selva. Sin caminos pre marcados, ni señales ni otros que nos guíen. La selva y yo. Caminar sin saber hacia dónde, que pasará ni qué peligro o salvación nos depara.

Un camino es un límite, un encuadre. Un semáforo también lo es. No impide que avancemos, solo nos muestra que hay otros con necesidades, igual que yo.


La selva en soledad no es necesariamente sinónimo de libertad. También puede ser abandono. Sentirme solo, con libre albedrío para resolver mi subsistencia, puede salir muy bien o muy mal.

Estos son los ejemplos abarcativo que, nosotros jóvenes y adultos, comprendemos sin demasiada dificultad, aunque nos cuesta poner en práctica. Nos enojamos cuando nos dicen que no, inventamos argumentos para realizarlo igual, queremos “zafar”. Costumbres argentinas que tal vez, hagan referencia a nuestro espíritu adolescente, rebelde, en búsqueda de no sabemos bien qué, con mezcla de tango y rock, melancolía y euforia.

¿En el desarrollo qué sucede? ¿Qué nos pasa en la crianza? ¿Nos da temor decir que no para no quedar mal? ¿Suponemos que el límite trae consigo al hombre de la bolsa o un monstruo gigante y terrible nos comerá el cerebro o al de nuestros hijos? ¿Suponemos que si decimos que no tenemos que decirlo siempre o porque sí?

Un hecho es claro. Los chicos se quejan mucho cuando los adultos dicen que no. Argumentan que no les gustan los gritos, que no quieren dejar de jugar a la play, que no quieren bañarse cuando sus papás les dicen.


Los padres dicen que si les dicen que ordenen sus cosas se enojan, que no pueden sacarles los dispositivos porque se ponen agresivos.

En ocasiones parece que estamos frente a un círculo vicioso. Como caminar perdidos en la selva. Los padres quieren evitar peleas o quejas de “supuestos malos tratos”, los niños no quieren escuchar basta, hasta acá.

Probablemente todo escale si no se hace un corte. Padres angustiados cuando llegan a la adolescencia y no saben cómo manejarse solos. Abandono en los estudios, falta de compromiso. Docentes desbordados.

Todo se soluciona mirando hacia atrás y hacia adelante. ¿Qué estoy diciendo? En pocas y resumidas palabras sería así:

a) Mirar hacia atrás, observando la crianza que tuvimos y aquello que no nos gustó, pero también aquello que sí, lo que reconocemos como adultos gracias a la distancia del tiempo, aunque en su momento no nos pareció bien, nos salvo de alguna manera.


b) Actualizar esa imagen. Transformar al día de hoy aquello que nos ayudó a crecer. Tamizarla. Tomarla.

c) Ofrecer esas herramientas a nuestros hijos. Los límites y el “no” lo son. Aunque nos cueste verlo con claridad.

La pausa del semáforo en rojo nos permite observar por donde vamos, reflexionar nuestro camino, por ejemplo.

Saquemos por favor la mala fama a las palabras tan sanadoras. Pensemos en conjunto acuerdos que nos sirva a todos. Hasta cuando usar un dispositivo, reglas en casa de convivencia. Tiempos para conversar, jugar, compartir. Mirarse a los ojos. Esas pequeñas grandes cosas que hacen que la vida sea tan mágica. Todo esto es parte de los caminos actuales.

Como decimos en psicopedagogía, de lo menos abarcativo a lo más abarcativo.

Por Laura Collavini (lauracollavini@hotmail.com).-


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