En Cipolletti: un espacio para el arte regional y el buen café

Una pareja unió el sueño del bar propio con la idea de un espacio donde los artistas pudiesen exponer y vender sus trabajos. Salvador Campos, uno de los “soñadores”, cuenta su historia y el espíritu que dio forma a Café Justina.

Hacía más de 15 años que Salvador Campos soñaba con tener un café. La primera vez que lo intentó se interpuso el miedo, la incertidumbre y un mar de dudas. Y siguió con lo que había estudiado en su Córdoba natal: la comunicación.
Salvador trabajó varios años en Radio y Televisión del Neuquén (RTN). Era un trabajo seguro, con un sueldo fijo y un horario acotado. Parecía el ideal. Pero no para Salvador. “Llegó un momento que sentí que me estaba convirtiendo en algo que no quería. Entonces fue cuando renuncié, vendí todas mis cosas y me fui con mi pareja a probar suerte a México”, cuenta, sonriente, en un diálogo con RÍO NEGRO. Allí estuvieron por casi dos años hasta que tuvieron que regresar. “Nos volvimos por la pérdida de dos hermanos”, recuerda con evidente tristeza.


Al llegar a la región tuvieron que volver a empezar. Conseguir un trabajo, un departamento, muebles, todo. Y regresaron a la rutina. La pareja de Salvador, Kevin Kette, volvió a atender su local de muebles de diseño y él encontró un trabajo como administrador en una empresa de servicios petroleros. Nada más alejado de lo que sabía hacer. “Odiaba los números, reconoce.
La seguridad había vuelto a sus vidas, sí, pero la sensación de que algo les faltaba, también. Una noche, después del trabajo, ya en su nueva casa, en Cipolletti, Salvador y Kevin tuvieron esa charla. “¿Cuáles son tus sueños?”, se preguntaron uno a otro. Y ahí estaban, intactos: “Yo quiero tener mi propio café”, confesó Salvador y, casi al unísono, Kevin le respondió: “Yo quiero volver a pintar”. Y, sin pensarlo más, dieron el primer paso hacia sus sueños. Y así, sin más, sin nada que perder, tomaron la decisión.

Arte y café, una buena combinación al alcance de todos. (Foto: Florencia Salto).


Jamás imaginaron que el destino les iba a jugar una buena pasada. Que en una de sus caminatas diarias iba a estar lo que tanto buscaban. Todos los días pasaban frente a un café. El lugar era ideal y la decisión ya estaba tomada. “Una vez pasamos y le preguntamos a sus dueños si vendían el fondo de comercio. Sin saber si lo vendían o no. Y nos dijeron que no. Pero a los tres meses nos llamaron diciendo que sí. Y nos preguntaron si estábamos interesados”, cuenta Salvador.
La oportunidad estaba frente a sus ojos. Había aparecido, pero también lo había hecho ese miedo, que años atrás se había interpuesto en su camino. “¿No es lo que querías? Es nuestra oportunidad”, dijo Kevin sin titubear. Todas las preguntas y temores estaban dentro de Salvador. Pero las ganas equilibraron la balanza hacia lo desconocido y se lanzaron. “Salirse de la zona de confort”, pensó en ese momento Salvador.

Nosotros íbamos a otros cafés y veíamos que no le daban el espacio que se merece al arte. Que por ahí tenían un cuadro colgado y no tenía la iluminación necesaria y le preguntábamos a los mozos. ¿De quién ese cuadro? No, ni idea. Nos decían. Y nosotros creíamos que eso tendrían que saberlo. Saber quién lo pintó, por qué los colores, todo el esfuerzo y amor que le puso el artista”.


Y así nació Café Justina, en pleno centro de Cipolletti. Una propuesta diferente. Para Salvador es más que una tienda de café. En cada rincón está su abuela, a quien celebró poniéndole su nombre a su emprendimiento y de quien atesora una cafetera de “andá a saber de qué año”, con la que le servía café de chico. Todo huele a ella, a su infancia, a su familia. Y ese mismo viaje que a Salvador lo transporta a lugares agradables, soñados e inesperados es un poco lo que comparte con cada uno de los que se acerca al local. “La recepción de la gente es mágica”, afirma.


A la hora de elegir qué clase de café iba a ofrecer la respuesta fue clara: tiene que ser diferente, sabroso, aromático. Algo que no haya en Cipolletti. Y la propuesta del café de especialidad era arriesgada, pero encajaba en el deseo de Salvador.


Algo así pasó con la segunda artista que expuso. La conoció porque ella trabaja en un kiosco, que está a pocos pasos del local, y entre charlas invitó a Clara Zapata a que se tomara un café. “¡Eh, qué te pasa!, le dije. Me emociona mucho esto, me respondió. Porque yo estudié en Colombia y cuando tomé tu café me fui Colombia, automáticamente. Me fui a Colombia con el famoso tinto. Allá en Colombia, uno pasa por el café, se toma un tintito, que es el café americano, y siguen viaje, me contó. Fue pasó eso”, cuenta, emocionado, Salvador.
La invitación a que expusiera en su local fue inevitable. La fotógrafa cipoleña hizo una muestra de retratos. La protagonista fue una niña y así se ganó el interés de autoridades del Complejo Cultural Cipolletti que terminaron invitándola a que expusiera allí.


El primero en exponer en el local fue Kevin. Expuso una serie de cuadros pintados en acrílico. “El primer cuadro que vendimos fue de él. Y que se lleven ese cuadro y que después nos manden la foto de ese cuadro ya colgado en su casa es muy emocionante. Que pase eso es bellísimo. Es muy lindo y muy loco que un café pueda, no solamente ofrecer un café de especialidad, acompañado de rica gastronomía, sino también darle un espacio al arte. Ahora también se vendió uno de Romina, la última expositora”, resaltó.

Es un estilo de vida el café de especialidad. Lo elegí porque conlleva mucho trabajo detrás. No es solamente sacar de la planta el grano, tirarlo para que se tueste y para que después sea empaquetado y al supermercado. El café de especialidad se selecciona de una finca específica, donde los trabajadores sacan a mano cada grano, lo eligen, lo seleccionan, lo pasan a un tueste natural y después de eso llega a nuestra cafetera».

En junio fue el turno de la artista autodidacta Romina González, quien expuso una serie de cuadros realizados en acuarelas. Sus obras visten el lugar e invitan a disfrutar de delicadas pinceladas, colores y la belleza de sus cuadros.
Salvador confirmó que ya tienen otros cuatro artistas para exponer en los próximos meses y que la recepción ha sido muy buena. Recuerda que parte de la idea de ofrecer un espacio al arte nació, un poco, de las ganas de su pareja de volver a pintar, y otro poco estuvo relacionado a que veían en otras confiterías que no se le daba la importancia al arte que ellos buscaban. “Nosotros íbamos a otros cafés y veíamos que no le daban el espacio que se merece al arte. Que por ahí tenían un cuadro colgado y no tenía la iluminación necesaria y le preguntábamos a los mozos. ¿De quién ese cuadro? No, ni idea. Nos decían. Y nosotros creíamos que eso tendrían que saberlo. Saber quién lo pintó, por qué los colores, todo el esfuerzo y amor que le puso el artista”, finalizó.


A la hora de elegir qué clase de café iba a ofrecer la respuesta fue clara: tiene que ser diferente, sabroso, aromático. Algo que no haya en Cipolletti. Y la propuesta del café de especialidad era arriesgada, pero encajaba en su sueño, como lo hacen las piezas de encastre de los juegos de niños. “Es un estilo de vida el café de especialidad”, aclara; e inmediatamente agrega: “Lo elegí porque conlleva mucho trabajo detrás. No es solamente sacar de la planta el grano, tirarlo para que se tueste y para que después sea empaquetado y al supermercado. El café de especialidad se selecciona de una finca específica, donde los trabajadores sacan a mano cada grano, lo eligen, lo seleccionan, lo pasan a un tueste natural y después de eso llega a nuestra cafetera. Donde nosotros tenemos que seguir también con una receta internacional para mantener esa especialidad. Entonces, que todo ese proceso llegue a la taza y poder contarle y generar esa comunicación con otros, que es lo que a mí me gusta, me lleva a momentos que son muy míos, muy íntimos”, resaltó.
Otro de los desafíos que Salvador y su pareja se plantearon fue poder educar los paladares de sus clientes. “Acá siempre te sirven el café con soda o agua y lo toman con mucha azúcar para sacarle esa acidez. Buscamos que disfruten el café en su estado natural, que saboreen su dulzura, que sepan degustarlo. Que se lleven el sabor del ristretto, el expreso o el capuccino que hayan venido a probar”, subrayó.


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