“En el campo

Argentina –sostiene Sandra Cesilini– ofrece muchas dificultades para estudiar las sociedades rurales y sus desplazamientos. Aún queda sin procesar gran parte de los censos nacionales de población del 2001 y el 2010. También del agrario, concretado en el 2008.

Por Redacción

–De su ensayo publicado en Italia se extrae, entre otras, la conclusión de que es muy reducida la visibilización que en el mundo entero se tiene de los jóvenes y las mujeres que integran el mundo rural. Para el caso de Argentina, ¿qué limita ese conocimiento?

–En alguna medida lo responde el Banco Mundial en el 2007 con su estudio “Los pobres invisibles”, donde señala que al no tener datos de la población rural argentina, ya que Argentina no la incluye en la Encuesta Permanente de Hogares, sólo hay datos censales que no alcanzan para definir contenidos del mundo rural. Recordemos, además, que los censos nacionales de población se hacen cada diez años, a lo que se sumó, en el 2008, el censo agrícola. Pero qué sucede con éste y con los censos nacionales de población del 2001 y el 2010: los datos que arrojaron aún no se terminaron de procesar. A su vez, estos censos no contienen datos sobre los grupos más vulnerables del mundo rural del país. Sintetizando: aquí es muy complejo estudiar ese mundo desde la perspectiva, por caso, de la exclusión social que padecen algunos sectores rurales, la situación de la mujer y del joven en ese espacio. Quienes aquí exploramos el mundo rural desde esos rangos trabajamos con muchos supuestos.

–¿Por ejemplo?

–Establecer cuánta población rural había al momento de realizarse el censo nacional del 2010; al no estar procesado ese dato, hablamos en función del censo del 2001, que arrojó el 11%. De ahí deducimos que para el 2010 debemos hablar de un 10% o menos, quizá el 7%.

–¿Por qué razón en la Argentina los censos nunca terminan de procesarse?

–¡Ah! Lentitud, problemas metodológicos, etcétera, etcétera…

–Una cultura…

–O algo parecido. Y que cuesta entender, porque el dato actualizado hace a la adopción de políticas públicas porque, por caso, los desplazamientos de población sin duda influirán en la obra pública, escuelas, salud… Pero le doy un dato de eficiencia en esta materia, puntual: estoy haciendo un estudio de población afrodescendiente en Uruguay. Trabajo con el censo del 2011, todo procesado.

–Si una de las constantes más elocuentes del mundo rural a nivel global es la migración hacia los centros urbanos desde lo genérico, ¿este proceso tiene en la Argentina alguna particularidad?

–Esto hace a lo que yo en mis estudios defino como “la cara femenina” de los problemas que sobrellevan las mujeres en zonas rurales. Son mujeres, por caso, que tienen muy acotado el tiempo para ellas; por ejemplo, para su cuidado personal. También tienen muy condicionadas las posibilidades de acceso a bienes culturales, servicios. Y de los datos disponibles, especialmente el estudio de Dorte Verner que hace al trabajo “Los pobres invisibles” del Banco Mundial, se extrae que, en el marco de la migración de los jóvenes del espacio rural al urbano las mujeres son las que más emigran. Sucede que en el campo el varón tradicionalmente tiene más oportunidades laborales. Pero también es cierto –y lo digo en el trabajo publicado en Italia– que la motivación a migrar por parte de mujeres jóvenes no sólo radica en cuestiones laborales: las alienta también redefinir su rol personal, lo cual hace a construir y fortalecer autoestima, autonomía.

–Se sueltan, disculpe la vulgaridad.

–Bueno, de los trabajos de campo que hemos hecho en distintas zonas rurales del país surge, por ejemplo, que en ese espacio las mujeres suelen tener dificultades para expresarse, hablar en público. Esto sucede ya sea por motivos culturales –el mundo rural está muy hegemonizado por los varones– o por razones personales. Por otra parte, es comprobable que las mujeres que viven en zonas rurales muy aisladas tienen más dificultades para migrar, pero son casos más puntuales en relación con el creciente proceso de migración.

–¿Qué va quedando, en términos de generaciones, en las zonas rurales?

–La gente mayor, envejecimiento. Y un dato más: en el marco de que es un fenómeno que hace blanco en todas las mujeres, en las zonas rurales ellas ganan menos que los varones por tareas que en muchos casos son equivalentes. A esto se suma que la mujer rural suele dedicarle muchas horas a la autoproducción para la familia: huerta, hacer dulce, pan… esas horas no se le pagan por parte del empleador.

–¿Qué reflexión o información tiene sobre la mujer en las zonas rurales de Río Negro?

–Conozco la provincia, he trabajado estos temas ahí. Hoy tengo la impresión de que las mujeres de la región andina son las que tienen más dificultades para migrar. Y tengo la impresión de que son más que las mujeres que en el Alto Valle vienen migrando rumbo a las ciudades, pero a su vez las zonas rurales de los valles de Río Negro reciben migrantes bolivianos que, de hecho, hoy manejan el mercado de verduras a lo largo de todo el río Negro. También es cierto, y vale para muchas áreas rurales del país, que el mercado suele buscar mujeres para determinadas cosechas; golondrinas, peonas rurales, que son elegidas porque son más delicadas en el manejo de frutos pequeños… el caso de las berries, o sea, las cosechadoras de bayas.

–En su ensayo usted establece diferencias entre exclusión social y pobreza. ¿Su definición de exclusión social se nutre de algún pensador o escuela en particular? Lo pregunto en términos de alineamiento a determinada organización de ideas sobre el tema…

–Sí, sí, claro. Cuando hablo de exclusión social sigo a Castel, o sea, encuadro la exclusión social en términos de incapacidad para el ejercicio de los derechos sociales, incapacidad que traba, bloquea, la inserción plena de la persona en la sociedad. Esto, de hecho comporta, siempre siguiendo a Castel, una “dimensión subjetiva que viene asociada a la vivencia personal de la situación” de exclusión y, en consecuencia, a la definición que la persona hace de esta situación. Pero si se asume esta definición de exclusión social hay que tener en cuenta varias cuestiones. Una, diríamos que la más importante, radica en que, en el sentido que Castel le otorga a la exclusión social, ésta trasciende el concepto de pobreza, que se define por carencia económica. Es decir, desde Castel, la exclusión social es un debilitamiento del vínculo social de quienes la padecen.

–¿En qué campos concretos se expresa ese debilitamiento?

–En, por caso, la participación en la cotidianidad colectiva, en la vida colectiva… concretamente, en los usos del derecho que se tienen en tanto ciudadano.

CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com

entrevista: Sandra Cesilini, politóloga, investigadora de migraciones rurales


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