Lecturas: cuatro libros para regalar el día de la madre

Cuatro libros cruzados por historias que hablan de los vínculos más esenciales y primarios, en los que la prosa, poética a veces, ascética y contundente otras, los vuelven clásicos o por lo menos imprescindibles.


Una muchacha muy bella


Esta novela tiene un color: el azul. Está distribuido en sus páginas. A veces a través del olor azul metálico del miedo, otras por la luz azul que inunda el pequeño departamento en el que viven el niño y la madre, la muchacha bella que da nombre al libro, pero también por la luz azul del Jardín Botánico, o el tono azul, siempre un poco triste, nunca estridente, un iluminación tenue que contrasta con el sol enceguecedor que sí, llega en algún momento a cambiar la tonalidad del libro y del lugar en el que viven esa madre y ese niño, que ya grande es el narrador de este libro.

Esta novela tiene un color y sobre todo tiene un tiempo: la infancia.


Aunque hay algo de autobiográfico en el libro porque la pérdida de su madre a una edad muy temprana fue punto de partida de su novela, Julián López, el autor, no es hijo de desaparecidos. Poeta, actor, periodista, y codirector del ciclo de lecturas Carne Argentina, no es “un H.I.J.O con puntitos en el medio”, como dice la periodista María Moreno en el prólogo. Es cierto, su mamá murió en la década del 70, pero no era militante, no la secuestraron ni la torturaron. De todos modos, esa “muerte civil” marcó su vida. Y quizás, también la imaginación para este libro tan poético y delicado.

“Mi madre era una muchacha bella. Tenía la piel pálida y opaca, hasta podría aventurarme a decir que azulina, un destello que la hacía única y de una aristocracia natural […]. Mi madre era una muchacha bella y voluptuosamente delicada”, se repite el narrador.


El recuerdo y la memoria tienen un color, un tiempo y un estado: la orfandad. Primero por la ausencia del padre, que se hace presente sólo en el pelirrojo de su pelo, que su madre peina con amor, pese a todo lo que le recuerda Y después por lo que ocurrirá, eso que el niño intuye. Porque la dictadura es el telón de fondo. Pero no para el niño, que se dice que las sirenas que se oyen de noche son barcos que los llevarán a otro lugar; que no pregunta tanto a dónde va su madre cuándo se queda en el departamento al cuidado de la adorable vecina, Elvira.

Esta es también la historia del fin de la infancia, que se romperá un día y para siempre.

“Una muchacha muy bella” es un texto tan delicado como desgarrador, que cuenta una historia dolorosamente nuestra desde otra perspectiva, la de un hombre-niño que quiere recuperar con el recuerdo a esa mujer tan enigmática, tan azulina. Que quiere encontrar la caricia perdida. Y aquellos días, los de la infancia, cuando todo aún era posible y esa muchacha bella, muy bella, todavía estaba ahí.


Eterna Cadencia, 6.600 pesos


La segunda venida de Hilda Bustamante


Esta es la historia de un duelo con premio.
Salomé Esper logra con esta, su primera novela, que el lector pase de la carcajada a la ternura, de la emoción a cierto estado de suspensión de la realidad. Es que hay en “La segunda venida de Hilda Bustamante”, cuotas de costumbrismo, mucho del género fantástico, un sutil humor negro, y algo de realismo mágico que permite transitar por ese terreno en el que la muerte tiene protagonismo, con una sonrisa. Con una de esas sonrisas calmas, de alivio, porque Hilda Bustamente tiene ese “tiempo extra” de vida tan deseado para reparar algunas cuestiones o para abrazar a los que quiere.

El libro cuenta una historia ubicada en alguna ciudad pequeña del norte argentino. Podría ser Jujuy, donde vive la autora. Pero podría ser cualquier ciudad del interior en la que la gente se conoce, en la que el vecino puede volverse un familiar.


Y allí, en ese pueblo aún tranquilo, se produce un milagro: tras casi un año enterrada, Hilda, que murió a los 79 años, resucita. Despierta en su tumba, la boca llena de gusanos, aletargada como si acabara de despertarse de una larga siesta.

Del lado de la vida la espera Álvaro, su marido, un año menor que ella, que la extraña cada día desde que murió, que muchas veces quiso dormir todo este tiempo para acortar la espera de reunirse con ella; al que ella lo traicionó una vez con Genaro, hace ya muchos años, y por una buena causa aunque le rompió el corazón; la esperan también sus vecinas, Gabriela y la pequeña Amelia, que se transformaron en familia gracias a la determinación, y el instinto noble de Hilda; la esperan las amigas, las “chicas de las Devotas”, que saben que tras la aparente cáscara dura de esa mujer que sabe guardar secretos y observar mejor que nadie, hay amor del más puro.

Hilda vuelve. Pero no hay aquí una segunda oportunidad en el sentido heroico. No es el regreso de alguien que quiere vengar una maldad, ni hacer en su segunda función en este mundo algo demasiado especial. La de Hilda, la de sus amigas, la de sus vecinas, no son vidas extraordinarias. Son vidas como las de cualquiera: con penas amargas, con secretos, con algunos fracasos dolorosos y callados, con pequeñas batallas que parecen ínfimas, pero que lo son todo.

Esta es una bella historia sobre el duelo y los férreos lazos que se tejen.


Editorial Sigilo, 6.900 pesos


Tres luces


“Tres luces”, de la irlandesa Claire Keegan, llegó a los cines con el nombre de “The Quiet girl”, filme que compitió contra “Argentina 1985”, en la categoría mejor filme extranjero, en los últimos premios Oscar.

Sutil, como todo en la literatura de esta maestra de la escritura, deja flotando la pregunta sobre el amor familiar o más bien, qué es una familia: la que la cría, o la que cobija.

Keegan es sin dudas una de las mejores escritoras de cuentos de habla inglesa. Con una escritura tan ascética como poderosa, Keegan es una minuciosa retratista de la Irlanda rural. Se detiene en esos paisajes, esos pueblos en los que cada gesto es evidente, en los que detalles no se diluyen entre la multitud. Muestra sin decir, conmueve sin necesidad de crear demasiadas olas. Es en lo mínimo donde se muestran los destellos enormes de su talento.

En este caso, la autora de los también excelentes “Antártida” y “Cosas pequeñas como esas”, cuenta la historia de una iuña silenciosa, Cáit, que vive con sus padres en medio de muchas restricciones económicas y afectivas, en una familia súper numerosa que, en el momento en que comienza el libro, está a punto de sumar a un nuevo integrante.


En esa situación, el matrimonio decide que la niña vaya a pasar el verano con unos familiares, los Kinsella, a quien Cáit no conoce.

Los Kinsella la reciben encantados. En la granja en la que viven, la niña pasa los primeros días aprendiendo las labores y compartiendo la vida cotidiana de estos desconocidos en un clima apacible. Pero sobre todo, los pasa asombrada porque allí existe todo lo que en su casa no: un baño dentro de la casa, agua caliente, ropa limpia, manteca, comida sabrosa, afecto y preocupación por sus progresos.

Hay algo que le dice la mujer, de lo que ella toma nota: “aquí no existen los secretos”.

Pero un día, la calma se perturba. Los Kinsella le compran ropa nueva para ir a una casa, a un velorio, en el pueblo, y la niña debe quedarse por un rato con otra familia del pueblo. Las preguntas que le hacen esos vecinos, las dudas que despiertan sobre ella y sobre su inocencia, marcan de algún modo, el fin de la infancia y la certeza de que los secretos, dolorosos, anidan ocultos en el corazón de los Kinsella.

El secreto, pero sobre todo el amor de los Kinsella, será la clave.


Eterna Cadencia: 5.600 pesos


El verano que mi madre tuvo los ojos verdes


Este libro de Tatiana Tibuleac (nacida en 1978 en Chisináu, la capital de Moldavia), publicado en 2021, tiene un arranque brutal, y sin embargo, esconde mucha ternura. “Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás. (…) La habría matado con medio pensamiento”.

La novela narra la historia de Aleksy, desde su voz, ahora un famoso y desequilibrado artista plástico a quien su psiquiatra le recomienda escribir sobre el último verano que pasó con su madre antes de que ella muriera de cáncer, para solucionar un persistente bloqueo creativo.

Arrastrado por los recuerdos, Aleksy relata una niñez francamente tristísima marcada por la muerte de su hermana; el abandono del padre, que es alcohólico; el desinterés completo de la madre, que se hunde en la depresión y deja de atenderlo; una abuela ciega que intenta hacerse cargo de todo y su internación en un centro psiquiátrico.

Pero un verano, la madre lo va a buscar a ese lugar y le pide que pase con ella las vacaciones. Ese es el verano en que la madre -baja gorda, tonta y fea- tuvo los ojos verdes.

¿Por qué leerla cuando el tema parece tan triste? Porque más allá de ese odio inicial, declarado sin matices por Aleksy, esta es una novela que trata de desandar ese rencor inaugural y reconstruir, aunque sea con algunos parches, la reconciliación, el perdón y el amor.

“Rebobinar ese verano como una cinta y volver al día en que vino -gordita y bajita- a recogerme a la escuela por su cumpleaños. Desodiarla y decirle que tenía unos ojos preciosos antes de que ella me lo preguntara”, escribe el personaje de Aleksy cuando empieza la reconversión.


Y también es recomendable porque de una manera realmente formidable, la escritura se pasea por temas ríspidos sin dejar nunca de tomar prestadas las herramientas del humor, y así, aunque parezca extraño, hace digerible la rabia, la desesperación, el dolor que caracteriza la atormentada existencia de los personajes de la novela.

Tîbuleac nunca cae en sentimentalismos, no mete el dedo en la llaga. La autora logra la extraña amalgama de la acidez y la sensibilidad; crudeza y emotividad; dolor y risa.

Impedimenta, 9.950 pesos


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