El centro geográfico de la capital

En noviembre de 1992 las llamas consumieron por completo una autobomba, un vehículo de apoyo y los trajes estructurales en el barrio Gregorio Álvarez. Un cortocircuito, la posible causa.

Gregorio Álvarez es un barrio que dentro de su poca extensión territorial (apenas 364.000 metros cuadrados, algo así como 56 canchas de fútbol) esconde un sinfín de particularidades. Sus calles son laberintos que van y vienen, se pierden entre incontables filas de monoblocks. Los edificios están allí desde el año 1.981 cuando se creó el sector y es uno de los barrios que inauguró el oeste de la ciudad con un plan de viviendas del Fonavi (Fondo Nacional de la Vivienda), hoy en día alberga a unos 7.000 vecinos.

Gregorio Álvarez creció de forma desordenada entre los jarillales de la barda, se pobló hacia sus alrededores con tomas de tierras y la demanda de servicios lo convirtió según el presidente de la sociedad vecinal, Claudio Marchetti, en el verdadero centro de la ciudad de Neuquén.

El vecinalista se jacta, con buen tino, de ser también el centro geográfico de Neuquén, porque si se toma un plano de la ciudad y se trazan lineas imaginarias desde sus esquinas y desde su laterales, todas las aristas confluyen donde está la rotonda de Collón Cura y Avenida del Trabajador. Allí hay un extenso letrero que presenta el nombre del sector, es el único barrio de la ciudad que tiene esa carta de presentación.

Ese crecimiento desproporcionado del que hablan los vecinos conllevó un desembarco de distintas instituciones, en 1983 se creó el CPEM 26 que es uno de los colegios secundarios más grandes de la ciudad, en 1990 se inauguró la Biblioteca Ángel Edelman y en 1988 ya habían arribado los Bomberos.

El 30 de noviembre de 1992 minutos antes de las 17, el humo empezó a filtrarse por las ventanas de las viviendas del barrio Gregorio Álvarez. Los vecinos comenzaron a alarmarse y seguramente alguien llamó a los Bomberos pero no obtuvo respuesta. Porque el incendio se habían generado en el mismo galpón de los brigadistas.

Frente a la mirada desconcertada de los casi trescientos habitantes que tenía la barriada por aquellos años, las llamas fueron impiadosas contra sus principales combatientes y les dieron una puñalada en el medio del corazón. Terminaron por consumir la única autobomba del parque automotor, que era un Ford 350, un Jeep Ica que era el vehículo de apoyo y todos los trajes estructurales con los cuales los operarios concurrían a los siniestros, paradójicamente esa vez fue imposible utilizarlos.

Fueron asistidos por una dotación del cuartel central de bomberos, pero al llegar a la meseta neuquina ya no quedaba más por hacer que periciar el lugar y contener emocionalmente a los compañeros.

La crónica periodística que se publicó al día siguiente relata que en ese momento el jefe del cuartel, el subcomisario Ángel Rodríguez, informó que dentro de la unidad se encontraba él con cuatro efectivos y un sargento primero. Ninguno de ellos resultó lesionado.

Los primeros indicios hablaban de un cortocircuito que se originó en el galpón, pero a la distancia y ya como algo anecdótico, Tomas Heger Wagner, que por aquellos días era subjefe de la Policía, recuerda que las pericias dieron otro resultado.

“El fuego se originó en un trasvase de combustible de un vehículo a otro aparentemente. No recuerdo cómo comenzó el fuego, quizás hacía mucho calor en ese momento porque era noviembre, o quizás algún efectivo estaba fumando un cigarro”, recordó el también historiador neuquino.

Alrededor de las 18:30 de ese último día de noviembre se retiraron las autobombas, la ambulancia y los curiosos. El fuego estaba extinguido, no así la sorpresa y el desconcierto de los vecinos que pensaban internamente que podría haber sido una tragedia.

Datos

Dos bidones con nafta que se encontraban en el interior del galpón milagrosamente no se incendiaron.

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