Esas noches en que Roca fue una fiesta

El balance de la Fiesta de la Manzana es más que positivo. Miles de personas alrededor de un encuentro artístico-cultural, música de reconocida fama y un ambiente de carnaval. También hubo anécdotas, algunos mohines de diva en problemas y comportamientos poco elegantes para ol

Balance:

Restos de la noche.

¿Te cuento lo que era el camarín de los Babasónicos? No, mejor no. Afuera las fanáticas querían tirar la puerta abajo, en la vieja tradición de los grupies superados y sin remedio. ¡Llamen a los BORA!, se le escuchó decir a un funcionario municipal. ¿Te cuento? No mejor no. ¿Che, se está quemando algo acá adentro? No, digo por el humo.

Los pibes arriba fueron un vendaval, un sueño furibundo e inspirado. Aunque abajo no se portaron bien. Por ejemplo, Adrián y su troup por poco colapsan en un ataque histérico frente a la cruda y dramática realidad de que no había «Vat 69» esperándolos antes de tocar. No hablemos del correspondiente hielo para acompañar el noble producto escocés que se consigue por estos días a unos 14 pesos en los supermercados regionales. Y pensar que alguna vez se vendió el litro a 9,90 pesos. En fin. Finalmente alguien resolvió la congoja de los pibes que así pudieron calentar sus cuerpos con el líquido sagrado de escritores malditos y músicos, obvio.

Después del dolor, el arte. ¿O no escribieron por ahí que el arte es la manifestación de una carencia?

«Hay una historia del escenario, delante del escenario y creo que es linda, salió todo bien, muy cuidado pero hay otra que es la que transcurrió detrás. A veces algunos artistas se olvidan de que son precisamente eso. Pierden su rumbo», indicó un organizador.

Atreverse a este tipo de milagros, un fiesta multitudinaria, exitosa y con la participación de artistas famosos tiene sus sin sabores. El lado oscuro de la virtud que se muestra sobre la escena. Sobreponerse a la anécdota es el auténtico desafío. A pesar de los caprichos tontos o innecesarios la Fiesta de la Manzana resultó un ejemplo de organización y de selección artística. Sin más preámbulos, ha marcado un hito en la región en un complejo momento de la realidad argentina. El evento no sólo sirvió para pasar el rato sino para demostrarle a sus propulsores, tanto como a los que simplemente escucharon los recitales, que determinadas empresas son posibles.

También «Los Nocheros» dejaron como recuerdo sus caprichos, sus aires de divos de comedia barata. Fueron necesarios unos nervios de acero para que esa presentación concluyera en buena forma. Entre otras cosas, mucho más complejas y serias aún, advirtieron que si el suelo del escenario estaba húmedo, no salían.

Ellos, al contrario que los «Babasónicos», no se redimieron en escena. «Los Nocheros», mostraron un espectáculo pensado para rodar a lo largo y ancho de Latinoamérica. Es decir, son un grupo en gira constante. Un producto terminado si bien no de suprema calidad. Sus voces sonaron ensambladas a ratos, se aferraron a una variedad de recursos para levantar su performance y sostener un espectáculo atractivo por concepción más que por vocación. El grupo tiene una sólida banda de apoyo compuesta de cinco músicos que con ellos logran un total de 9 personas haciendo música. Casi una orquesta pequeña. El resultado es un grado de potencia poco común en el folclore y propio de las actuaciones roqueras. Uno no puede dejar de preguntarse cuál sería su alquimia sin esos músicos como cobertura, sin ese teclado y ese piano, sin los juegos creativos de la guitarra, sin la rítmica y el valor agregado puesto en funcionamiento por un grupo de profesionales capaz de oscilar entre el rock and roll, el pop o una suerte muy variada de ritmos y timbres caribeños, sin olvidarnos del folclore, por supuesto.

Se note o no, «Los Nocheros» no dejaron el alma en Roca, en realidad mostraron el total de su imagen masiva, la explicación sonora y luminosa de porqué son un boom de índole televisiva. Hace rato que este grupo es una estrella de la típica estética pop. Están bien producidos, tienen las herramientas y la dirección artística necesarias para funcionar aquí o en Miami. En la Fiesta de la Manzana, su actuación reafirmó este camino hacia el norte.

Y, claro, hubo una muchachada diva y sin modales abajo del escenario. La misma masa que le gritaba obsesivamente «Babasónicos» a los chicos de «Los Húsares del Momo» -y que recibió una justa replica por parte de su líder Andrés Furh: ¿quieren a los 'Babasónicos', vengan, están acá atrás, yo se los presento», para luego arremeter con otro tema impecable-, exigía que León Gieco apareciera de una vez en el domingo sin tomarse la molestia de escuchar a los buenos grupos locales.

Es cierto, son muchos, tal vez demasiados los que pocas veces o ninguna han tenido la oportunidad de escuchar a Gieco en vivo y estas giras, encima, no ocurren muy seguido, pero es casi seguro que los pibes y adultos tan resueltos en sus deseos, tan cabales a la hora de gritar con toda la potencia de sus futboleras gargantas tampoco están al tanto de los sobresalientes que son los músicos regionales.

Justamente Gieco fue la contracara de sus compañeros de escena. Quiso estar al lado de un padre que iba a donar un riñón para su hijo, pidió expresamente que lo llevaran a visitar la Ciudad de las Artes y cuando fue consultado acerca de cuáles eran sus necesidades en el camerino esbozó un simple: «agua mineral y un poco de miel».

Un artista famoso no invalida la virtud de un artista que no lo es.

Modales parece una palabra un poco dulce para este tipo de compromisos. Aprender a escuchar es una cuestión de educación, aprender a sentir es un asunto de cultura, de delicadeza del alma, de humanidad, tanto como dejar pasar a un grupo de niños en la esquina, dar los buenos días al panadero o recomendar una película que viste anoche. Son cosas que llevan su tiempo -libros, profesores, audacia, cierto talento- algunos las aprenden, otros no lo hacen jamás.

Es justo decir, además, que en entre ese público nutrido no faltaron brazos alzados y las manifestaciones de afecto para los valores locales.

En las plazas, miles de personas eligieron las pantallas para presenciar la fiesta, o pasearon, o comieron. Abundaron las sonrisas en los rostros. Hubo tranquilidad donde uno que otro apostaba el desastre.

¿Se podrá hacer de nuevo? Que la respuesta llegue a tiempo sería lo adecuado. Los alemanes, los suizos, esos tipos que viven en países donde la calidad de vida de los ciudadanos parece un chiste traspolado al sur del mundo, saben que para que las cosas funcionen hay que dedicarles grandes esfuerzos, paciencia e inteligencia.

Que la próxima Fiesta de la Manzana comience a delimitarse en un mes a ellos no les parecería extraño sino lógico. Uno de los elementos de la sabiduría es reconocer de quién podemos aprender. Ellos son un ejemplo.

Estuvo lindo caminar por las calles de Roca estos días, ¿no? Una peatonal gigante, una feria enorme poblada de música escapando de los parlantes, patios de comidas, stand con invitaciones a diversas propuestas. Nada lujoso. Pero se veía bonito, como siempre aunque gratamente distinto. Vamos a pasar un tiempo hablando de lo bien que estuvo.

Un largo rato.

Claudio Andrade

Nota asociada: Una multitud que disfrutó del festejo y cuidó las plazas

Nota asociada: Una multitud que disfrutó del festejo y cuidó las plazas


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