La Peña: Cómo fue y cómo era vivir a una semana del mundo

Siempre íbamos a una semana del mundo. Apenas estaba llegando la tele a mi pueblo y si nos agarraba la nieve de la montaña había que esperar una o dos semanas hasta que volviera la señal. Era lo único que nos podía mantener actualizados.

Cuando se accidentó Niki Lauda nos enteramos una semana después. Porque a mi pueblo siempre llegaban las revistas con retraso. El tren llegaba los domingos y las revistas salían los domingos. Pero como estábamos lejos, muy lejos, nosotros recibíamos la del domingo pasado.
Siempre íbamos a una semana del mundo. Apenas estaba llegando la tele a mi pueblo y si nos agarraba la nieve de la montaña había que esperar una o dos semanas hasta que volviera la señal. Era lo único que nos podía mantener actualizados.
Pero cuando eran noticias políticas no había esa demora, esas volaban con una inmediatez asombrosa.
Y una vez llegaron a casa los primos que venían de la ciudad. Era justo el tiempo del accidente del corredor de Fórmula 1. Ellos ya hablaban de otra cosa y nosotros recién nos enterábamos gracias a la revista Gente que terminaba de llegar al kiosco. Habíamos perdido la noción de la actualidad que apenas estaba corrida una semana, pero que para la gente de la ciudad parecía una cosa tremenda. Y cuando el tema surgió nos miraban con cara de sorpresa porque ya era un tema viejo.
Ese día entendimos que se podía vivir una semana demorados y no pasa nada en los pueblos. Qué importaría enterarse tarde si se trata de ese tipo de noticias.
Pero pasaron unos cuantos años y un día me detuve en otro pueblo. Sólo que fue hace pocos años y en plena revolución de redes sociales y celulares. En ese pueblo no había señal y los diarios nunca llegaron. Sentí la misma sensación al hablar con su gente. Era la misma escena que habíamos vivido de chicos. Ellos apenas sabían que Cristina Kirchner era presidenta. Era ese tiempo, pero del resto de la realidad estaban ajenos. Ni siquiera les importaba quién fuera el mandatario porque a ellos no les llegaban ni las buenas ni las malas.
Pero tenían en claro que podían vivir sin fechas en su pueblo, porque a ellos el tiempo no les implicaba urgencias.


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