¿Qué habría pasado si Jorge Luis Borges se marchaba al Mercado Central?

En “Si”, Aníbal Jarkowski redimensiona en clave de ficción al gran escritor argentino desde las sutilezas, las contradicciones y las limitaciones en los días de 1946 en los que se enfrentaba a decidir qué hacer, no ante un despido, sino ante un traslado.

Docente, investigador y escritor, Aníbal Jarkowski trabaja en su novela “Si” la figura de Jorge Luis Borges durante los días en los que tiene que dejar su trabajo en la Biblioteca Miguel Cané para ir al Mercado Central como inspector de aves y conejos y, lejos del tono dramático del mito fundante del escritor víctima del desplazamiento, lo ubica en otro plano para habilitar la pregunta acerca de qué hubiese pasado si el autor de “El Aleph” aceptaba ese nuevo trabajo.


“Si” (Bajo la luna), no como afirmación sino como condicional, como pregunta que franquea otras posibilidades, es el título de la cuarta y más reciente obra del autor de “Rojo amor, “Tres” y “El trabajo” que se toma su tiempo entre cada publicación y sostiene de manera continúa el oficio como docente en el nivel universitario -en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Universidad de Tres de Febrero (Untref),-y en el secundario, en el Colegio Paideia.
En un encuentro con Télam en el café de la librería del Fondo de Cultura Económica, donde luego formó parte de una lectura pública, Jarkowski (Lanús, 1960) dice que no vive esas distintas actividades como dimensiones parceladas: “Dar clases en el secundario, en la universidad o estar escribiendo un artículo o una novela es estar todo el tiempo viviendo en literatura”.

Él no sabe muy bien qué hacer en mi novela y ahí la pregunta que se abre es qué hubiese pasado si un personaje como él se hubiese encontrado con el mundo común y corriente del mercado».

Aníbal Jarkowski, sobre Borges y su posibel traslado al Mercado Central.


Lector, investigador y admirador de Borges, el también crítico se dedicó en esta ficción a redimensionar al gran escritor argentino desde las sutilezas, las contradicciones y las limitaciones en los días de 1946 en los que se enfrentaba a decidir qué hacer, no ante un despido, sino ante un traslado. El escritor trabajaba hacía ocho años en la Biblioteca Miguel Cané cuando Emilio Pío Siri, por entonces intendente de Buenos Aires, sugirió trasladarlo al Mercado Central como inspector de aves, una supuesta reprimenda por haber firmado algunas solicitadas contrarias al gobierno de Perón.
“Él no sabe muy bien qué hacer en mi novela y ahí la pregunta que se abre es qué hubiese pasado si un personaje como él se hubiese encontrado con el mundo común y corriente del mercado. Se le abría ahí una experiencia de vida diferente pero eso quedó cerrado porque hubo una especie de acuerdo en que él debía convertir eso en un hecho político”, señala sobre esta historia en la que la escritora, periodista y traductora Estela Canto también es protagonista.

P: La novela tiene un gran trabajo con los datos históricos, ¿siempre pensó en una ficción?
Aníbal Jarkowski:
Sí, tener la libertad de escribir una novela es inventar. Borges entonces decía que era como estar en un régimen de libertad condicional, es libertad pero hasta ahí porque tampoco tiene que ser inverosímil lo que inventa. La idea era también generar la duda: ¿esto fue real? Y además que no fuera una parodia.

El famoso maltrato que recibió Borges cuando lo nombran inspector de aves no es tan así»

Aníbal Jarkowski.

P: El “si” del título marca el condicional, no afirma sino que se ubica en un lugar de pregunta: ¿qué hubiera pasado si, por ejemplo, Borges no renunciaba a la Biblioteca? ¿Cómo fue esa decisión?
A.J.:
El famoso maltrato que recibió Borges cuando lo nombran inspector de aves no es tan así. Efectivamente el nombramiento fue una especie de revancha, ya que él había firmado algunas solicitadas, incluso antes de asumir el peronismo, en las que se anunciaba una especie de fin del mundo. Él suma su firma, no es quien las redacta. Había un decreto que prohibía, siendo funcionario de la municipalidad, colaborar con esas firmadas públicas y él lo transgrede. Pero recibió un nombramiento en comisión, no suponía la expulsión. Eso fue muy capitalizado políticamente, se convirtió en una especie de mito de persecución contra los intelectuales. Es más bien su entorno el que le dice “una renuncia heroica en este momento va a ser aquello que denuncie los atropellos del peronismo”. Él no sabe muy bien qué hacer en mi novela y ahí la pregunta que se abre es qué hubiese pasado si un personaje como él se hubiese encontrado con el mundo común y corriente del mercado. Se le abría una experiencia de vida diferente pero eso quedó cerrado porque hubo una especie de acuerdo en que él debía convertir eso en un hecho político. Era una decisión que más tarde o más temprano él iba a tomar. ¿Cómo iba a hacer para convertirse en Borges y dedicarse todo el tiempo a escribir trabajando siete horas en la Biblioteca? Esa opción del traslado aceleró las cosas.

P: Está esa figura del trabajador que aparece contándole los beneficios que implicarían ese traslado.
A.J.:
Borges trabajaba una hora por día, el resto lo dedicaba a escribir y a leer, no era un sacrificado trabajador del Estado. Era un trabajo que muchos escritores tuvieron: ser empleados del Estado para rebuscárselas para tener horas para escribir y leer y al mismo tiempo tener una entrada regular. A Martínez Estrada le pasó exactamente lo mismo: terminó renunciando cuando ganó el premio nacional. Esa victimización fue más de su entorno de clase y no tanto una premeditación borgeana. Sí se convirtió en un hecho mítico.

P: El alcohol es otra de las insistencias en este Borges. ¿Por qué tomaste ese punto?
A.J.:
En el diario de Bioy, se ve que Borges es muy insistente en la aversión al alcohol. Es muy violento cuando habla de alcohólicos y si son mujeres peor todavía, son muy denigradas en esos diálogos, y Bioy lo registra y le sigue la corriente. Hay como una fantasía de que ahí hay una pérdida de control. A Borges eso lo aterra. Por eso tiene una visión muy tormentosa con el alcohol. Estela Canto termina sus años con una dependencia bastante fuerte del alcohol pero de hecho el propio Borges termina hablando con Bioy sobre la condición en la que ella se encuentra. Había entonces una relación inquietante con el alcohol que además afectaba a Estela.

Esa victimización fue más de su entorno de clase y no tanto una premeditación borgeana. Sí se convirtió en un hecho mítico».

Aníbal Jarkowski.

P: ¿Cómo fue el trabajo sobre la figura de Canto?
A.J.:
Fue natural porque coincide con ese periodo en el cual Borges recibe el ofrecimiento u orden de ese traslado y ella era en ese momento una parte importante de su vida. Ahí también debía tener mucho cuidado en corresponderme con la verdad de los hechos y al mismo tiempo darme la posibilidad de inventar. Es una mujer realmente muy notable, políticamente es mucho mas lúcida que él. Tiene intereses más allá de la literatura, es una persona muy culta, trabaja de traductora, se mantiene a sí misma, es independiente y quiere conservar esa independencia. El proyecto de Borges no es ese. Era una mujer muy lúcida. Y además me abría un tema que trabajo mucho en mis novelas que es la cuestión erótica. Me interesan los bordes medio perversos, inquietantes del erotismo. Es en el erotismo donde se juegan las cuestiones más complejas de las personas, entre contradicciones, fantasías. El vínculo de Estela y Borges está marcado por la cuestión sexual.

P: En ese terreno aparecen los vínculos familiares de cada uno: él con la madre, ella con el hermano. ¿Cómo trabajaste esas intimidades?
A.J.
: Ahí hay toda una cuestión de chismes, de que efectivamente Patricio y Estela divulgaban que ellos mantenían esta relación. No me preocupé en chequear nada sino que trabajé con el rumor.

P: ¿No fue una presión escribir sobre alguien con tanto peso y solemnidad en la escena pública?
A.J.:
Yo quería jugar un poco con eso, de ahí que el narrador en la primera parte nunca lo nombra, solo está su inicial, jugaba así con la idea de que se sobreentendiera que el narrador estaba preocupado por cuestiones legales que podían ocurrir si efectivamente usaba el nombre de Borges, por eso la manía de registrar “esto está en una carta”, “esto lo dijo en cierto momento”, poner comillas. Es irónico porque es un narrador omnisciente que sabe cosas imposibles de saber pero hay un documento, un testimonio. La ironía se completa con esa tercera parte en la que Estela Canto como narradora puede escribir el nombre completo de Borges, no tiene el prurito de usar la inicial.

Borges en tiempos del peronismo, cuando, siendo empleado de la Biblioteca Cané, fue designado inspector en el Mercado Central.

P: A su vez está la inicial, B, para llamarlo, y el apellido pero nunca el nombre.
A.J.:
Traté de no caer en Georgie. Es más creo que supone una cosa de cierta familiaridad de clase, de círculo que yo no comparto. Probablemente si lo veía, le hubiese dicho ¿cómo anda Borges?, no Georgie. Era una palabra que no había que usar para la distancia y la cercanía que quería lograr.

P: ¿Qué repercusiones o lecturas de la novela lo sorprendieron?
A.J.:
El otro día me paró un señor por la calle y me felicitó por la novela. Me dijo “no es que no hubiera leído nunca a Borges pero leer la novela me ayudó a hacerme otra imagen, con lo cual lo volví a leer sus cuentos”. Esa es una de las cosas más valiosas que puedo conseguir porque todo lo que pueda promover la lectura de Borges está bien. El de mi novela no es más verdadero que otros, pero tiene una complejidad que lo hace más cercano a nosotros como personas complejas que somos.


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