Obesidad infantil: la nueva forma dominante de la malnutrición
La obesidad superó al bajo peso como el principal problema nutricional en niños y adolescentes. Un fenómeno global que exige repensar la alimentación, la actividad física y las políticas públicas.
Prof. Lic. Samuel B. García – Nutricionista / MP:108
Por primera vez en la historia, la obesidad ha superado al bajo peso como la forma más común de desnutrición entre niños y adolescentes en el mundo, según el último informe de Unicef. Este dato no solo es un punto de inflexión en la salud pública global, sino también un llamado urgente a la reflexión y acción sobre cómo estamos alimentando a las generaciones futuras.
Durante décadas, la lucha contra la desnutrición se centró en erradicar la desnutrición por insuficiencia calórica y de nutrientes. El bajo peso representaba el principal indicador de un sistema alimentario que no alcanzaba a cubrir las necesidades básicas de los niños, en especial en países en desarrollo. Sin embargo, el escenario ha cambiado. Hoy, el exceso de peso (que incluye sobrepeso y obesidad) afecta a millones de niños y adolescentes en prácticamente todos los países del mundo, sin importar su nivel socioeconómico.

Esta transición epidemiológica evidencia un fenómeno global complejo: la llamada “doble carga de la desnutrición”, donde coexisten problemas de desnutrición con un incremento exponencial de la obesidad infantil. La obesidad en la niñez no solo aumenta el riesgo de enfermedades crónicas en la adultez, como diabetes tipo 2, hipertensión y problemas cardiovasculares, sino que también afecta el bienestar emocional, la autoestima y el rendimiento escolar, comprometiendo el desarrollo integral del niño.
Varios factores explican esta realidad. Por un lado, los cambios en los patrones alimentarios han llevado a un consumo acelerado y generalizado de alimentos ultraprocesados, altamente calóricos y pobres en nutrientes esenciales. Estos productos (ricos en azúcares añadidos, grasas saturadas y sodio) se han vuelto accesibles, convenientes y atractivos, gracias también a estrategias publicitarias dirigidas a la infancia. Por otro lado, el aumento del sedentarismo, impulsado por la irrupción de dispositivos electrónicos y la reducción del juego activo al aire libre, contribuye a un desequilibrio energético donde la ingesta sobrepasa el gasto calórico.
A su vez, el entorno socioeconómico juega un papel decisivo. Las familias con menor acceso a alimentos frescos y saludables, o con limitaciones de tiempo para cocinar, recurren con frecuencia a opciones rápidas y procesadas. En muchas comunidades la inseguridad alimentaria coexiste con la obesidad, el exceso de calorías vacías suplanta a una alimentación equilibrada, creando un círculo vicioso de desnutrición.
Frente a este panorama, la prevención y el abordaje de la obesidad infantil requieren un enfoque integral con un conjunto coordinado de medidas. La educación alimentaria nutricional desde la primera infancia, que involucre a familias, escuelas y comunidades, es la base para fomentar hábitos saludables que perduren toda la vida. La promoción de la actividad física diaria y la regulación de la oferta y publicidad de alimentos no saludables son herramientas fundamentales para proteger a la niñez de un ambiente obesogénico.
Los medios de comunicación, como puente de información y formación social, tienen una gran responsabilidad. Más allá de informar, deben participar activamente en difundir contenidos que promuevan hábitos alimentarios sanos y estilos de vida activos, desmontando mitos y resistencias culturales. La comunicación debe ser clara, empática y orientada a fortalecer la autonomía y conciencia en niños, adolescentes y sus cuidadores.
En un plano más amplio, abordar la obesidad en la infancia obliga a repensar las políticas públicas, la planificación urbana, la disponibilidad en espacios públicos de alimentación saludable y la accesibilidad a espacios de actividad física segura. Solo así será posible generar entornos saludables y equitativos que garanticen el derecho a una alimentación adecuada para todas las niñas y niños.
Como nutricionista experto y comunicador, sostengo que revertir esta alarmante tendencia es uno de los grandes desafíos de nuestra época. La salud y el bienestar de las futuras generaciones dependen del compromiso conjunto de familias, profesionales de la salud, educadores, gobiernos y medios. Las respuestas aisladas no serán suficientes; urge un abordaje multidisciplinario y coordinado que promueva un cambio sostenible y duradero.
La obesidad infantil no es un problema de voluntad individual sino el resultado de un modelo alimentario y social que debemos transformar con urgencia. Convertir a la malnutrición en todas sus formas en una prioridad sanitaria y social garantizará que ningún niño vea limitado su potencial por el peso de la desigualdad alimentaria y la falta de entornos saludables. Ahora, más que nunca, es tiempo de actuar para que la alimentación de cada niña y niño sea un cimiento sólido para su presente y futuro.
Prof. Lic. Samuel B. García – Nutricionista / MP:108
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