Europa bajo presión
Millones de africanos y asiáticos entienden que, si logran entrar en países como Italia y España por los medios que fueran, podría resultarles muy fácil burlarse de los controles migratorios, sobre todo si no llevan documentos de identidad, para después trasladarse a otras partes de la Unión Europea. He aquí una razón por la que tantos tratan de llegar a las islas italianas del mar Mediterráneo o a las Canarias y la costa de la España continental a bordo de embarcaciones precarias que con frecuencia naufragan provocando la muerte de centenares de personas, como sucedió la semana pasada frente a Lampedusa. Son víctimas no sólo de las condiciones atroces de sus países de origen sino también de la ambigüedad europea. Al mantener las puertas supuestamente cerradas a los sin papeles pero, como todos saben, semiabiertas, los tientan a arriesgarse. Asimismo, abundan los políticos, intelectuales y líderes religiosos que al protestar contra cualquier intento de discriminar entre los inmigrantes ilegales y los que tienen los papeles en regla, atribuyéndolo a prejuicios xenofóbicos y criticando la presunta falta de solidaridad de los demás europeos, brindan así a los refugiados por lo común económicos un motivo adicional para emprender un viaje peligroso. De hacerse automática la repatriación inmediata de todos los ilegales el flujo podría terminar, pero a pocos les gustará negarse a ayudar a los perseguidos por sus opiniones políticas o sus convicciones religiosas. La opción planteada por quienes han propuesto la creación de zonas seguras en Siria u otros países en guerra no parece destinada a prosperar, ya que supondría reincidir en las prácticas imperialistas del pasado. Tampoco luce promisoria la idea de invertir muchísimo dinero en países atrasados con la esperanza de estimular la economía local; aun cuando los europeos contaran con fondos suficientes, saben por experiencia que las inversiones extranjeras, por cuantiosas que sean, no garantizan el desarrollo, sobre todo en sociedades que son muy corruptas y extraordinariamente violentas. Por razones que deberían ser evidentes, la Unión Europea no puede dejar entrar a todos los deseosos de escapar de África, Oriente Medio y países como Pakistán y Bangladesh. Ya le está resultando muy difícil integrar a las decenas de millones de inmigrantes procedentes de otras partes del mundo que llegaron en el transcurso de las últimas décadas. De abolirse todos los controles fronterizos, los seguirían centenares de millones de personas de cultura y creencias radicalmente distintas de las europeas, incluyendo una proporción sustancial de analfabetos que, al resultar incapaces de hacer un aporte positivo al país anfitrión, dependerían de la asistencia pública. Una consecuencia previsible de la inmigración incontrolada sería reproducir en zonas crecientes de Europa las mismas condiciones que en países como Somalia, Eritrea, el Congo, Pakistán, Egipto, Siria y tantos otros los refugiados económicos, políticos y religiosos encontraron insoportables. Con todo, si bien ya existe un consenso a favor de una política inmigratoria paneuropea, los países ricos del norte han sido reacios a ayudar a los del sur que, por su ubicación geográfica, son los más afectados por la hasta ahora incontenible marejada inmigratoria que, a causa de las convulsiones que están sufriendo tanto el mundo musulmán como el África subsahariana, parece destinada a cobrar aún más fuerza en el futuro inmediato. Aunque será imposible impedir que haya más desastres como el de Lampedusa, legislación más clara y un mayor esfuerzo por parte de los miembros más ricos de la Unión Europea podrían por lo menos asegurar que no sean tan frecuentes. Con todo, aunque según el ministro del Interior de Italia, Angelino Alfano, la muerte de tanta gente en la costa de la isla mediterránea debería ser tratada como “un drama europeo y no sólo italiano”, fue en verdad otro episodio de un terrible drama africano cuyo eventual desenlace dependerá de los africanos mismos. Muchos europeos quisieran ayudarlos, pero hay límites a lo que podrían hacer. En un mundo que se ve conformado por Estados soberanos independientes, en última instancia todos los países son plenamente responsables de su propio destino.
Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.124.965 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Vicedirector: Aleardo F. Laría Rajneri Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Domingo 6 de octubre de 2013
Millones de africanos y asiáticos entienden que, si logran entrar en países como Italia y España por los medios que fueran, podría resultarles muy fácil burlarse de los controles migratorios, sobre todo si no llevan documentos de identidad, para después trasladarse a otras partes de la Unión Europea. He aquí una razón por la que tantos tratan de llegar a las islas italianas del mar Mediterráneo o a las Canarias y la costa de la España continental a bordo de embarcaciones precarias que con frecuencia naufragan provocando la muerte de centenares de personas, como sucedió la semana pasada frente a Lampedusa. Son víctimas no sólo de las condiciones atroces de sus países de origen sino también de la ambigüedad europea. Al mantener las puertas supuestamente cerradas a los sin papeles pero, como todos saben, semiabiertas, los tientan a arriesgarse. Asimismo, abundan los políticos, intelectuales y líderes religiosos que al protestar contra cualquier intento de discriminar entre los inmigrantes ilegales y los que tienen los papeles en regla, atribuyéndolo a prejuicios xenofóbicos y criticando la presunta falta de solidaridad de los demás europeos, brindan así a los refugiados por lo común económicos un motivo adicional para emprender un viaje peligroso. De hacerse automática la repatriación inmediata de todos los ilegales el flujo podría terminar, pero a pocos les gustará negarse a ayudar a los perseguidos por sus opiniones políticas o sus convicciones religiosas. La opción planteada por quienes han propuesto la creación de zonas seguras en Siria u otros países en guerra no parece destinada a prosperar, ya que supondría reincidir en las prácticas imperialistas del pasado. Tampoco luce promisoria la idea de invertir muchísimo dinero en países atrasados con la esperanza de estimular la economía local; aun cuando los europeos contaran con fondos suficientes, saben por experiencia que las inversiones extranjeras, por cuantiosas que sean, no garantizan el desarrollo, sobre todo en sociedades que son muy corruptas y extraordinariamente violentas. Por razones que deberían ser evidentes, la Unión Europea no puede dejar entrar a todos los deseosos de escapar de África, Oriente Medio y países como Pakistán y Bangladesh. Ya le está resultando muy difícil integrar a las decenas de millones de inmigrantes procedentes de otras partes del mundo que llegaron en el transcurso de las últimas décadas. De abolirse todos los controles fronterizos, los seguirían centenares de millones de personas de cultura y creencias radicalmente distintas de las europeas, incluyendo una proporción sustancial de analfabetos que, al resultar incapaces de hacer un aporte positivo al país anfitrión, dependerían de la asistencia pública. Una consecuencia previsible de la inmigración incontrolada sería reproducir en zonas crecientes de Europa las mismas condiciones que en países como Somalia, Eritrea, el Congo, Pakistán, Egipto, Siria y tantos otros los refugiados económicos, políticos y religiosos encontraron insoportables. Con todo, si bien ya existe un consenso a favor de una política inmigratoria paneuropea, los países ricos del norte han sido reacios a ayudar a los del sur que, por su ubicación geográfica, son los más afectados por la hasta ahora incontenible marejada inmigratoria que, a causa de las convulsiones que están sufriendo tanto el mundo musulmán como el África subsahariana, parece destinada a cobrar aún más fuerza en el futuro inmediato. Aunque será imposible impedir que haya más desastres como el de Lampedusa, legislación más clara y un mayor esfuerzo por parte de los miembros más ricos de la Unión Europea podrían por lo menos asegurar que no sean tan frecuentes. Con todo, aunque según el ministro del Interior de Italia, Angelino Alfano, la muerte de tanta gente en la costa de la isla mediterránea debería ser tratada como “un drama europeo y no sólo italiano”, fue en verdad otro episodio de un terrible drama africano cuyo eventual desenlace dependerá de los africanos mismos. Muchos europeos quisieran ayudarlos, pero hay límites a lo que podrían hacer. En un mundo que se ve conformado por Estados soberanos independientes, en última instancia todos los países son plenamente responsables de su propio destino.
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