Fin de las vacaciones

Ojalá hayas hecho todo lo que te propusiste en vacaciones tan particulares en tiempo de Covid. Yo soy de esos que dejan un montón de libros para leer, los enchufes para arreglar, los kilos para adelgazar. Toda la tarea para las vacaciones que uno imagina elásticas; el resultado suele ser frustrante, de los libros para leer, apenas uno o dos y tan interrumpidos que apenas recordamos un par de frases, los enchufes nos quedaron pendientes, … y de los kilos, bue, nunca tan ricas las medialunas como en vacaciones. 

Se han fijado que en vacaciones (sobre todo en la playa) hacemos cosas que en la cotidianeidad ni se nos ocurre y todo esto porque está de moda o porque hay que hacerlo. Así salimos con nuestra/o hija/o a pegarle a una pelotita con unas paletas berretas que nos vendieron en el negocio frente a la playa, y que a juzgar por el precio las usó antes Federer;  también jugamos al ¡tejo!, decime si alguien en tu casa te propone jugar al tejo…¿con qué cara lo mirás? y allá vamos revoleando los discos por la arena ante la mirada censoria de una abuela porque la ruedita que tiramos le aterrizó en el empeine. 

En fin, que la vuelta es siempre complicada—eso ya lo sabía Heráclito—sobre todo porque cuando llegás hay gente despreciable que se VA de vacaciones y de paso te dicen “qué bueno que te haya ido tan bien, ahora recuperaste fuerzas para el año”. Uno tiene ganas de contestar que sí, que se ha repuesto, pero no para venir al trabajo, porque cuando uno se va de vacaciones quiere seguir estando de vacaciones, son mentiras que uno vuelve con ganas de trabajar. Es más, tengo ganas de proponerle a los muchachos de los gremios que cuando uno vuelva del descanso anual haya un periodo de adaptación, tal cual lo hacen los párvulos a punto de ingresar al jardín de infantes, así  ir un día una hora, otro día vamos dos y en quince días ya retomamos la jornada completa. No estaría mal y de paso evitamos el síndrome post vacaciones que es el que tengo ahora.