Fotos de ayer y de hoy

LA PEÑA

Me pregunto qué será de tantas y tantas fotos que se sacan hoy en día con cuanta tecnología lo permite. Claro, por un lado es maravilloso poder fotografiar todo lo que uno quiere, por el otro, al no estar en papel, tal vez con el tiempo, con el cambio de computadora y vaya a saber por qué otra razón, podrían desaparecer.

Tal vez suene a discurso antiguo, pero al menos a mi me gusta más el papel. El costo del rollo y el revelado nos obligaba a pensar bien qué foto hacer, nos obligaba a no desperdiciar fotos que después de un modo u otro había que pagar. La bronca que te daba ver una vez reveladas las fotos, que en el medio de una imagen aparecía un dedo puesto de manera inoportuna en la lente.

O cuando alguien agarraba la cámara y sacaba fotos sin sentido. Es que con ese sistema no se podía elegir qué fotos revelar y cuáles no.

Y no estoy hablando de muchos años atrás. Las cámaras digitales recién aparecieron en la década del 80 en los países del primer mundo. Acá llegaron unos años después y con un costo que no las hacían accesibles. Sin embargo, en poco tiempo se instalaron y seguir con el rollo era como hablar del pasado. Y así fue, las viejas cámaras ya son objetos guardados como reliquias en el mejor de los casos o descartados en otros.

Hablar de tecnología implica hablar de cambios vertiginosos. Pero si uno mira en perspectiva, no fueron tantos los años que pasaron. De niño sacarse una foto era todo un acontecimiento y en cada episodio quedábamos encandilados del fogonazo que implicaba el flash, que tenía además de la capacidad de hacernos cerrar los ojos en cada foto, también la de sorprendernos. Es que una foto era un recuerdo de por vida. Nos bañábamos, peinábamos y nos vestían para la foto, como si fuéramos a un cumpleaños o a un acto escolar.

En las familias de menor poder adquisitivo había pocas fotos. No daba para tanto rollo ni tanto revelado porque después eso se pagaba religiosamente. Y si se sacaban y no se revelaban, estaban meses en la cámara sin que uno supiera en realidad qué había sacado.

En casa había fotos iguales de cada uno de los integrantes de la familia. O el fotógrafo no tenía muchas ideas o el decorado era inevitablemente el mismo.

Pero eran pocas, siempre pocas. De mi infancia en particular creo que alcanzaban los dedos de las manos para contarlas. Por eso las pocas que aún existen tienen un valor indescriptible.

Me pregunto cuántas de las miles que uno sacó en la nueva era fotográfica podremos encontrar fácilmente. El papel constituía un sistema más metódico, nos obligaba a guardar y ordenar. En la computadora no sé si pasará lo mismo y no sé ante un imprevisto informático, si serían recuperables. Si no hay método para guardarlas, andá a encontrarlas y encontrá una en particular de esas que crees que sacaste pero que jamás viste.

No se trata de estar en contra de la tecnología, simplemente se trata de ver las cosas en su tiempo. Porque la modernización nos llega a todos, algunos la descubren unos años antes, a otros nos lleva por delante y tenemos que adoptarla. Pasó lo mismo con los celulares, parecía que nunca nos íbamos a acostumbrar y hoy son compañeros cotidianos.

En casa, hasta no hace muchos años, estaban las fotos de mis abuelos, primeros planos, uno al lado del otro, enmarcada en madera con detalles dorados. La de mis padres en la misma posición, sacada tal vez el día de su casamiento y la de los hijos, en la que falta el menor, que llegó muchos años después.

Cada una de esas fotos describe una época, cada retrato marca un tiempo y un escenario. En papel o virtuales, serán por siempre una visita obligada de tanto en tanto para renovar esas imágenes que forman parte de la vida.

Jorge Vergara

jvergara@rionegro.com.ar


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