Fresán, un escritor apuntalado por la traducción

El autor de “La parte inventada” analiza los motivos del avance de la literatura latinoamericana en los Estados Unidos y la importancia de la traducción en sus libros.

El escritor Rodrigo Fresán rescata la figura del lector dentro del oficio de la escritura y se refiere a la traducción como “un género literario, si está bien hecha, que conlleva una responsabilidad y cierto temor sacro”.

“Siempre intento, cuando escribo, no dejar de ser un lector de mí mismo. No me interesa la idea de escritor cerebral que sabe absolutamente todas las cosas cuando se sienta a escribir”, dice Fresán, ganador el año pasado del Best Translated Book Award de los Estados Unidos por “La parte inventada”, primera parte de la trilogía que explora la mente de un escritor.

Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963), escritor, crítico y traductor se radicó en Barcelona hace casi dos décadas.

Los premios más importantes que recibió en 30 años de trabajo responden a traducciones al inglés y el francés de sus obras; en 2017 el Roger Callois reconoció su trayectoria y en 2018 la Universidad de Rochester lo distinguió por haber mostrado, con “La parte inventada”, que “hay un nuevo territorio en la novela y nuevas estructuras por construir”, junto al traductor, que logró “trasladar toda esa maestría al inglés”.

P- ¿Qué potencia tiene la traducción en un trabajo literario?

R- La traducción es un género literario cuando está bien hecha, sino es una catástrofe. Y yo tengo la sospecha de que mi libros son mejores en francés y en inglés que en español, porque despiertan un entusiasmo que no creo haber provocado.

Hay un trabajo de reescritura clarísimo, el idioma no deja de ser un personaje nuevo que se mete en el libro, como una especie de doble, y es muy trabajosa, hay que estar a la altura, conlleva una responsabilidad y cierto temor sacro.

De repente, cuesta más traducir un libro de otro que escribir uno tuyo.

“La literatura latinoamericana vuelve a interesar en los EE.UU. por las razones incorrectas”

Rodrigo Fresán

P- ¿Hay un interés creciente en otras lenguas por la literatura latinoamericana?

R- Yo me siento muy en deuda con Norteamérica, donde hay especie fascinación, no solo de los libreros y los traductores, que han vuelto a adquirir una categoría bastante mítica y épica -antes había dos o tres, Edith Grossman o Gregory Rabassa, que trabajaron con Mario Vargas Llosa, la “Rayuela” de Cortázar o los “Cien años de soledad” de García Márquez-, ahora hay mucha gente traduciendo y una red muy fuerte de lectores.

P- ¿A qué responde ese viraje?

R- Creo que es un efecto positivo de la política de Donald Trump: la literatura latinoamericana vuelve a interesar en los EE.UU por todas las razones incorrectas: el extranjero como tierra de conflicto. Por eso caen en éxtasis cuando ven un filme como “Roma”, les gustan las historias que transcurren en un lugar más difícil, complicado y decadente que el propio. A eso se suma la romántica guerra de guerrillas emprendida por libreros independientes contra Amazon y que editar una primera novela traducida es más barato que una primera novela estadounidense. La literatura norteamericana tiende a retroalimentarse de sí misma y de sus propios mitos -el suburbio ‘cheeveriano’, la serie de televisión-, tiene una cultura pop tan poderosa que el mundo exterior se les desdibujó un poco, pero tal vez sea cíclico: ocurrió en los 60 cuando escritores americanos de lo más interesantes eran muy lectores de Borges, Cortázar y García Márquez.

“Cada vez me gusta menos ser escritor en el sentido de lo que se le pide ahora a un escritor que sea: un poco un personaje de sí mismo”.

Rodrigo Fresán

P- Usted regresa a un país que en su literatura dejó de existir ¿De qué se trata escribir, en su caso?

R- Kurt Vonnegut decía que todo escritor tiene la responsabilidad de acabar con el mundo por lo menos una vez, y yo tanto no hice pero acabé con la Argentina, fui más humilde. Escribo según como veo las cosas, mi estilo es la resultante de una cantidad de fracasos que terminaron ensamblando algo que, con suerte, salió finalmente bien. Veo y pienso de ese modo, lo que escribo sale por el automático, por la inercia, por la fe, porque los defectos se convirtieron en algo más o menos bueno.

P- ¿Cómo se conecta con el viaje, dentro del mundo editorial y literario?

R- La práctica de la literatura es muy rara, es completamente sedentaria pero al mismo tiempo muy nómade, porque estás todo el tiempo viajando con la cabeza. Aunque cada vez me gusta menos ser escritor en el sentido de lo que se le pide ahora a un escritor que sea, un poco un personaje de sí mismo.

En un orden ideal de las cosas, la versión mejor que yo tengo para ofrecer de mí es la que está en mis libros. A un escritor deberían ofrecerle todos los viajes y todas las grandes emociones y experiencias cuando empieza, no cuando tiene un montón de libros atrás y está un poco cansado.

Télam


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