La noche de San Juan se celebra entre aromas y sabores en el norte neuquino

No faltan los bailes, cuentos, comida tradicional y buena bebida. Esta fiesta se lleva a cabo todos los años para el 24 de junio.


Por Victoria Rodríguez Rey (@victoriarodriguezrey)

“Desde el fondo de los tiempos hay una noche más honda que alta. La noche de San Juan, cuando las sombras abruman y la luz del sol se exilia”.

“Pero hay un velón que alumbra toda la noche. Vela de grasa de chivo o cordero o lo que se tenga”.

“Y la gente reza. Vienen orando hace ocho días para ese momento, solsticio de invierno. Cantos y alabanzas animan”. Así cuenta el profesor e investigador de UNCo Pablo Bestard, quien acompañó allá en el Alto Neuquén la noche más larga, la noche de San Juan.

Doña Bica es la encargada de cocinar durante esta celebración.

¿De dónde vendrá esta costumbre de veneración? ¿Cuándo comenzó? ¿Será para anticipar los dolores que genera el invierno? San Juan es conocido en el norte neuquino como patrono de las catástrofes naturales y guardián del cielo y la tierra. A partir de allí comienzan las plantas a brotar, a derretirse la escarcha y la nieve y los animales, luego del crudo invierno, a tener comida. En fin, algo así como que vuelve la vida. Un motivo suficiente para juntarse a venerar esa larga sombra a partir de la cual se renovaba la savia, se agradecía la comida y la fortuna de estar vivos.

Durante la noche se come lo que halla: arrollado de cerdo, carne, pollo o pavo, pan casero, ensalada, empanadillas de manzanas, quesos caseros. Y de ese “lo que halla” y un poco más, surge una cazuela en una olla del tamaño de la abundancia, donde entran cebollas, ajos, huesos de chancho, tocino seco, pavo, charqui de chivo, chorizos, guindas secas para la acidez, condimentado con pimentón, orégano, una pizca de comino y sal gruesa. Hay quienes agregan una medida de vino y media taza de vinagre. Todo se ha ido juntando en los meses previos, el charqui ha sido maceado, engordado el pavo, preparado el tocino, para llegar a tiempo al almuerzo del 24 de junio.

Lo comestible que se tenga a mano, se le agrega a la olla.

Ese día en El Cholar, al norte de la provincia de Neuquén, doña Bica fue la encargada de dar de comer a todos. Brígida del Carmen Sandoval, conocida como doña Bica, aprendió a elaborar el estofado mirando cocinar a su suegra, Marta Sambueza. Ésta lo tomó también de su suegra, Celmira Fuentes y Celmira la descolgó de la noche de los tiempos. Como San Juan, la receta de la cazuela también viene de lo hondo del tiempo.

Antes de la medianoche empieza la juntada. Y luego se come y se bebe con todos los que quepan en la mesa. No se invita a nadie. Quien caiga es bien visto y debe ser bien atendido. Así sucedió en la casa de doña Bica y don Nato allá en El Cholar.

Una receta que ha pasado de generación en generación.

Esa noche larga, la más larga, afuera nevó como bendición para la época seca. Mientras, adentro, se bailaban cuecas, tonadas, «valseaditos» y corridos que fueron empujando la noche. Adivinanzas, cuentos, chistes, acompañan al santo. El brindis y la comida fue la otra parte fundamental y constante de la noche.

Al mediodía, 24 de junio y ya San Juan, se sirve el ansiado estofado. Previamente, doña Bica ya agarró un manojo de ramitas de maitén y roció con el agua bendita sobre los comensales, bendiciéndolos.

Antes de terminar el almuerzo y para prevenir descomposturas, se prepara un té de carqueja con rodaja de limón y azúcar quemada. Y así, renovados los votos, se va San Juan repleto de alegrías y esperanzas hasta el año que viene, juntando motivos para rescatar la luz, la hermandad y la vida.


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