Grete Stern, una artista creativa, una mujer singular

Murió el día de Nochebuena, sin primeras planas. Perseveró medio siglo en la vanguardia. Descubrió la Argentina, y la vio como pocos.

La internación de Diego Maradona fue noticia mundial en minutos. Los huracanes en el Caribe llegan a nuestro televisor antes que a las playas que azotan. Pero la fotógrafa germano-argentina Grete Stern murió en Buenos Aires el 24 de diciembre y su muerte recién fue conocida en los primeros días de este año. Nunca fue «popular», en el sentido de difusión masiva. Por eso, hablar de su obra se impone como necesidad y estricto acto de justicia.

Fue original, valiente y vanguardista. Creativa y persistente. Dúctil y profunda.

Había nacido en Renania en 1904 y su afición por el dibujo publicitario y la fotografía la convirtieron en una mujer singular desde su juventud.

Se formó en la prestigiosa escuela Bauhaus, de Dessau, siguiendo a su maestro Walter Peterhans. Pero un argentino y el nazismo cambiaron su vida: Conoció al fotógrafo Horacio Coppola en Alemania y, con él, huyó en 1933 del ambiente asfixiante que Hitler había instalado ya en su país, sobre todo para intelectuales judíos como ella.

En los cincuenta años en que desarrolló su actividad fotográfica en la Argentina hasta 1985 -en que sus problemas de visión la alejaron de la cámara-, Grete Stern tuvo un rol fundacional en el planteo artístico de esa actividad, que al tiempo de su llegada, en 1935, no había superado aquí la etapa del paisaje o el retrato, retocados para asemejarlos a una pintura hiperrealista.

Stern y Coppola hablaban otro idioma. Buscaban que la fotografía dijera lo que tenía que decir con su propio lenguaje, sin tomar de la pintura nada prestado. El manejo de la luz, la búsqueda de una identificación entre el ojo de la cámara y el ojo del espectador, abrieron un campo inexplorado de revalorización de las formas, tanto en el paisaje natural como en los objetos ligados al uso cotidiano y que tanto dicen, o en el retrato.

Fue en el salón de la emblemática Editorial Sur, invitados por la directora de esa revista, Victoria Ocampo, donde hicieron su primera exposición en la Argentina. Luego, su casa de Ramos Mexía se convirtió en centro cultural, residencia de exiliados y perseguidos, y punto de referencia para quienes buscaban conocer el pulso de los caminos que abría el arte como expresión de los cambios en la humanidad.

La obra fotográfica de Stern es tan contemporánea, su vigencia es tan plena desde lo estilístico y lo temático, que resulta sorprendente que la mayor parte de ella haya sido producida en la Argentina de mitad de siglo, tan poco dispuesta a aceptar visiones críticas o despojadas de su propia realidad.

Su condición de mujer independiente -fortalecida desde su separación de Coppola en 1942-, su libertad de criterios, su empeño vanguardista, la fuerza de sus convicciones, le ganó un lugar entre la intelectualidad de la época.

Sus primeros trabajos en el país estuvieron asociados a la publicidad, a naturalezas muertas y al tímido reconocimiento de la ciudad de Buenos Aires. Enseguida, su vinculación con el mundo del arte la llevó a retratar a escultores y pintores, planteando en esos trabajos un enfoque personal que la distanciaba de retratistas en boga como Annemarie Heinrich.

Realizó varios trabajos con arquitectos, y de esa etapa tal vez lo más notorio sea la serie de los «Patios de Buenos Aires».

El prólogo al compendio de su obra en la Argentina, editado por el Fondo Nacional de las Artes en 1995, describe en forma adecuada su estilo: «Una fotografía que dispensa un trato sereno a las caras, los objetos, los paisajes, los sueños -nunca una fotografía de lo brusco, nunca una instantánea, nada de 'fast food' artístico, es decir una obra enfrentada al vértigo de este siglo y, por lo tanto, de valor atemporal».

Allí también se cita a su amiga personal y privilegiada observadora de su arte, María Elena Walsh, quien caracterizó sus trabajos como «lo más íntimo y verdadero, quiere exaltar las cosas, enseñar a los ojos a detenerse en ellas, no mirando sino admirando, de modo que hasta lo insignificante parezca lo que es: maravilloso».

El arte de una mirada cercana y respetuosa

Grete Stern tenía 95 años. Recién a los 91, su obra fotográfica de medio siglo de labor en la Argentina fue compendiada y publicada por el trabajo mancomunado del Fondo Nacional de las Artes, el Goethe-Institut Buenos Aires, el Deutsche Bank Argentina y el Museo Fernández Blanco.

Ella misma contribuyó con su archivo completo, con sus opiniones y criterios, en la selección del material, tarea realizada con un cuidado cercano a la veneración por Luis Priamo. Su hija Silvia Coppola también tuvo un rol de importancia en la valoración de las distintas etapas de la fotógrafa, al igual que su ex marido, colega y compañero en la etapa de la formación, Horacio Coppola.

Una mirada actual de su obra no puede menos que combinar la admiración y el asombro. Tal vez porque en ellos se advierte una cercanía cariñosa, que nos cuesta reconocer en una dama extranjera de tono germánico a la que apenas conocimos. Ella miró el país y a su gente desde la distancia mínima del contacto estrecho, del relieve íntimo del paisaje urbano, desde la serena expresión confiada de nuestros artistas y nuestros aborígenes, no casualmente, los dos grupos que retrató en forma excluyente.

Ya nadie duda que la fotografía es un arte, y no una técnica de reproducción de la realidad. Grete Stern tuvo mucho que ver en esa certeza que hoy parece natural. Como su mirada.

Alicia Miller

«Es asombroso lo que hizo esa mujer con una cámara»

Carlos Roque Marino es fotográfo y, como director del Centro de Estudios y Desarrollo de la Imagen (CEDI) organizó en agosto de 1996 una muestra de trabajos de Grete Stern en Neuquén. Como fotógrafo y como espectador, evocó la obra de esta mujer y su marido, Horacio Coppola: su recuerdo es un tributo entusiasta a una pareja que cambió el ángulo de la mirada, se rebeló contra los movimientos pictoralistas y marcó un antes y un después en la fotografía del país.

Marino recordó que la muestra se hizo con la producción del Instituto Goethe de Buenos Aires y el Fondo Nacional de las Artes, y con la participación de la Biblioteca Central de la UNC y el CEDI.

Dijo que la fotógrafa no fue invitada a participar aquí de la exposición porque, entonces «muy enferma», los organizadores no quisieron comprometer su salud y consideraron «inconveniente molestarla».

«Ella y su marido forman una pareja que les abrió la cabeza a los fotógrafos argentinos: siempre estuvieron en la vereda de enfrente de todos los movimientos fotográficos de la Argentina en aquella época. Son los padres de la fotografía independiente, de todo lo que hoy vemos como movimiento: Alicia D'Amico, Alicia Lestido, Alicia Segal», sostuvo Marino, que contrastó la actitud estética de Stern y su compañero con la de un grupo cuya más célebre integrante es Annemarie Heinrich, autora de conocidos retratos de artistas. En «la otra vereda», estaban también los participantes de fotoclubes y de grupos de profesionales de la fotografía, según Marino.

«Grete Stern había pertenecido a la Bauhaus, no encajaba, todo lo que traía era lo opuesto a lo que se estaba viendo acá. Cuando irrupciona, hace un crack, pero no todos entraron; hay quienes siguieron y siguen cultivando la veta pictoralista, imitando permanentemente los clichés. Ellos producen lo que hoy se acerca a lo testimonial».

Con un estudio publicitario montado en Alemania, llega al país. Uno de sus primeros trabajos que obtiene en el país es en la revista «Idilio» para unos fotomontaje titulados la Serie de los sueños. «Hoy uno ve eso y piensa lo que hizo esa mujer con las manos y la cámara, porque recortaba, pegaba, sacaba la toma, es asombroso, hoy, cuando tenemos la computadora…»

Marino, que en el CEDI investiga el lenguaje visual, afirmó que todos estamos culturalmente formados por un verdadero bombardeo de imágenes y que ese saber nos habilita para opinar estéticamente. «Cuando decimos que algo es horrible es porque es reiterativo, porque hubo otros antes que ya lo hicieron. Grete Stern y su marido desbloquearon esta zona, sacaron todo lo que era copia, hicieron lo que verdaderamente tenía que hacer la cámara fotográfica, la irrupción del nuevo mundo que pasaba por la lente y no por copiar a los pintores. No era necesario lo puro, lo totalmente técnico, sino las expresiones, los ambientes».

«La cámara fotográfica no es una máquina, es el único elemento que nació en la Revolución Industrial que le permite al hombre expresarse, meter el corazón en la lente y decirle al espectador 'yo siento esto'. Todos los seres humanos somos mirones, vamos mirando y apropiándonos de eso con nuestra mirada. El fotógrafo es el único que rescata y se lleva para sí ese instante. Busca el ángulo justo, la velocidad justa y el diafragma justo, para tener una interpretación distinta de la realidad. Eso es lo que mostraba esta pareja: una realidad cotidiana desde el punto de vista de ellos. Ellos cambiaron el ángulo. No les importaron los fondos puros sino como estaban. Grete Stern tiene una serie, 'Los patios de Buenos Aires', en la que se ve que no le importó la belleza del patio sino la belleza de los sentimientos de ese patio, cómo te podés meter por ese patio y ver las flores, la puerta, la ventana, donde todas las cosas se van conjugando como una melodía musical, la ventana con la flor, la flor con la puerta, la puerta con las rejas».


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